Pasar al contenido principal
Dar fe a una esperanza
26June
Artículos

Dar fe a una esperanza

Conciertos en La Habana de la Orquesta Sinfónica de Minnesota

Que una orquesta sinfónica de cualquier ciudad, por más sobresaliente que la misma sea, vaya a presentarse en una urbe de otro país no tiene mucho de noticioso. Pero si dicho intercambio cultural se lleva a cabo entre dos naciones que por más de cincuenta años han mantenido un diferendo político que en el momento más álgido puso a la humanidad al borde de la tercera guerra mundial o lo que es lo mismo, al fin de nuestra especie, entonces se comprenderá la excepcionalidad de semejante acontecimiento.

Correspondió a la Orquesta Sinfónica de Minnesota convertirse en la primera formación de su género en Estados Unidos que ha actuado en La Habana desde que el 17 de diciembre del pasado 2014 se inició el acercamiento diplomático entre los dos países.

La última vez que una formación sinfónica estadounidense actuó en Cuba fue en diciembre de 1999, cuando en La Habana se presentó la Orquesta de Milwaukee. De entonces a acá han transcurrido más de quince años y el contexto de ambos intercambios es muy diferente.

En los días previos a las dos funciones, diversos medios de prensa aludieron al significado histórico del suceso. Así, por ejemplo, profusamente circularon declaraciones como las de Marilyn Nelson, directora vitalicia de la junta directiva de la agrupación sinfónica, quien expresó que esta posibilidad de encuentro «demostrará el poder de la música para ofrecer oportunidades extraordinarias de intercambio cultural», o las del presidente y director ejecutivo del ensamble, Kevin Smith, quien aseguró que sería «un privilegio para la Orquesta de Minnesota llevar a cabo este evento para el público en La Habana».

Como señal inequívoca de la relevancia histórica que la Orquesta Sinfónica de Minnesota le otorgó a sus presentaciones en Cuba, la dirección de la misma decidió escoger para su primera noche de función idéntico repertorio al que interpretó la formación cuando debutó en Cuba allá por el lejano año de 1929, momento en que la agrupación era conocida como Sinfónica de Minneapolis. Con aquella actuación en La Habana, ante un lleno total según la prensa de la época, la orquesta pisaba un primer escenario internacional desde su fundación en 1903.

Quienes casi 86 años después tuvimos la fortuna de asistir a una de las dos presentaciones recientes, ya fuera la del viernes 15, donde la agrupación interpretó un programa todo Beethoven que incluyó la Obertura Egmont, opus 84, la Sinfonía no. 3 y la Fantasía para piano, coro y orquesta, opus 80, en la que acompañó al pianista Frank Fernández, junto al coro de cámara Vocal Leo y el Coro Nacional de Cuba, o la del sábado 16, ocasión en la que el programa era otro, para dar vida sonora a las partituras de danzón de Alejandro García Caturla, las danzas sinfónicas del musical West Side Story, de Leonard Bernstein y a una de las suites de Romeo y Julieta, de Serguei Prokófiev, desde nuestras butacas en la Sala Avellaneda fuimos testigos del modo en que la cultura artística, con ese algo especial o particular que posee, tiene la virtud de provocar que el bastón político o ideológico se rinda ante el arte.

Así, al menos por un rato, la buena música de ayer, de hoy y de siempre ejecutada por los instrumentistas de viento-metal, viento-madera, cuerdas y percusión de la Orquesta Sinfónica de Minnesota, bajo la batuta del maestro finlandés Osmo Vänskä, nos hizo olvidar.

De cualquier modo, los dos conciertos protagonizados en La Habana por la Orquesta Sinfónica de Minnesota, sus visitas a la Escuela Nacional de Música y el Instituto Superior de Arte, son pasos en la dirección de que un día Cuba y Estados Unidos mantengan una relación cordial. Es obvio que el proceso para alcanzar semejante meta será largo y complicado, pero presentaciones como las del 15 y 16 de mayo en la Sala Avellaneda del Teatro Nacional dan fe a la esperanza de que sí se puede.