Pasar al contenido principal
LUIS RAMÍREZ Otro hombre de palabra
05November

LUIS RAMÍREZ Otro hombre de palabra

LUIS RAMÍREZMe interesa en esta entrevista significar lo que ha sido Caguayo en su experiencia de vida. Luis Ramírez es un gran diseñador de este país, que podía facturar sus servicios como artista independiente y, por sobre ello, es uno de los principales ejecutivos de la Fundación Caguayo. La celebración de estos veinte años tiene mucho que ver con usted.


Soy casi fundador. Era muy joven cuando entré a Caguayo, hace ya quince o dieciséis años. Estaba en mi casa de Santiago, recién llegado de la Isla de la Juventud, adonde hice el servicio social en las fábricas Cerámica Blanca II, III Congreso y Primero de Enero. Era un fin de semana, y me localizó Alexis Fajardo, porque yo ni siquiera conocía a Lescay en persona. Y lo que me impactó fue su sencillez y sus valores humanos.


Me planteó que tenía una nave industrial en San Luis, donde hacían esculturas, y que usaban una arcilla que se desperdiciaba al finalizar las obras; querían que los ayudara a organizar un taller de producción artística de cerámica —el mismo que existe hoy— para aprovecharla. Me encantó, porque todo lo que vincule el diseño con la industria me apasiona. Y salimos hacia allí. Cuando llego y veo los modelos de yeso gigantes de la mano y el rostro de Maceo, quedé impresionado. Entonces dice Alexis: «Él es el escultor»; Lescay no se presentó desde su obra, solo sonreía.


Así que hice los primeros modelos de lo que allí se produjo: unas macetas de barro que eran tan grandes que no la podían cargar varios hombres. Se necesitaba una grúa para levantar los moldes, ponerlos en el portamoldes giratorio y elaborarlas en el sistema de producción por terraja. Era extremadamente difícil, hasta hoy nadie más los produce de ese tamaño en Cuba. Hice con mis propias manos como tres o cuatro modelos de macetas que han tenido gran demanda en el país para ser utilizadas en hoteles y espacios interiores de lugares públicos, además de ser comercializadas a bajos precios para la población.

Junto a Alberto Lescay en la instalación y ensamblaje del monumento El pájaro Lam en el parque de 14 y 15, en El Vedado.
Alguna vez tienes que haber estado entre la espada y la pared, entre tu obra como diseñador y la propuesta de Lescay.


Tenía muy poco tiempo libre en ese momento. Estaba trabajando en el diseño de parte del mobiliario de los hoteles Casagranda, Sierra Mar, Galeones, entre otros. Pero yo lo seguí apoyando de manera voluntaria en las horas libres, porque Lescay es de esos hombres con los que uno tiene que estar a su lado, con ideas muy prósperas, muy sociales. Aprendí mucho con él, y siento que aún lo hago. Eran muy coherentes mis objetivos con los suyos, con su forma de pensar; la infraestructura que armó con inteligencia para conseguirlos; la Fundación como una actividad no lucrativa para las artes monumentales y aplicadas, y con un fin social; la socidad anónima para financiarla y no ser una carga para el Estado. Es un artista que no tenía en ello la más mínima experiencia, y que aglutinó desde su personalidad a otras personas que se unieron a su causa desde sus capacidades. No conozco a ninguno de esos amigos que se haya retirado, por la manera de Lescay de respetar a los seres humanos, de compulsarlos a ser honestos y servir a nuestro país, fundando y trabajando en esta institución.


En la medida en que la Fundación se fortaleció, formé la oficina de diseño, por la que pasaba la supervisión de los proyectos, porque desde su concepción misma abarcaba la escultura, la plástica plana y volumétrica, el diseño como parte del equipo que realiza un gran proyecto, ya sea monumental, de interiores… Comenzamos con ciento cincuenta o doscientos artistas, no recuerdo que para ello me hicieran algún contrato. Tenía mi trabajo como diseñador de la industria de muebles, y aquello lo llevaba aparte.


Y vengo a trabajar para La Habana. Recuerda que Caguayo es una de las pocas fundaciones y sociedades anónimas que tienen su casa matriz fuera de la capital del país. Me hicieron una propuesta atractiva: dirigir la empresa mixta cubano-italiana de Luminarias GemaLux, la antigua Lámparas Quesada. Lo pensé dos días, lo consulté con mi familia y, valorando que en aquel momento ya desde Santiago estaba realizando importantes proyectos como los del restaurante Café de Oriente, en la Plaza de San Francisco, y el Hotel Santa Isabel, en La Habana Vieja, acepté. Y llegó el momento de decírselo a Lescay. Me sorprendí por su respuesta: «Qué bueno, porque uno de mis sueños es hacer una oficina en la capital».


Él nunca me ha presionado. Recuerda que aún estábamos en periodo especial, yo trabajaba en GemaLux desde las cinco de la mañana hasta las doce de la noche. Había que organizar mucho, y era yo solo al frente, sin equipo, un esfuerzo triple. Y en la medida en que fui dominando aquello, volvimos sobre el proyecto de Caguayo, porque él es tan ético que cuando te ve cargado, no habla de trabajo, te pregunta en qué puede ayudar.


La primera oficina oficial en La Habana fue en un pequeño local de la Librería Viet Nam, que llevaba Juan Blazco —un amigo que queremos mucho, por entonces asesor del ministro y de gran experiencia en proyectos internacionales— con toda disciplina. Yo iba a apoyar cada dos o tres días en la evaluación de los proyectos a contratar.

Nos ayudó mucho en toda la parte legal Raúl Retamar, al que siempre le estaremos agradecidos. El espacio era tan reducido que no cabía el buró. Se contrató una recepcionista-secretaria que explicaba a los artistas nuestro objeto social, y en la medida que se seleccionaban los proyectos que se ajustaban a nuestros objetivos los enviábamos a Santiago, que era donde sesionaba una comisión más amplia, encargada del proceso de contratación y facturación.

Nos fuimos identificando más. Lescay nunca me ocultó nada de la Fundación ni de la sociedad anónima. Todo lo intercambiábamos, éramos ya amigos. Y llegó el momento en que decido salir de la empresa mixta, donde ya había trazado estrategias y programas. Solicité mi liberación a la Industria Ligera y decidí hacer vida de artista independiente. Tuve que alquilar un apartamentico por el Cementerio de Colón, e hice un equipo de apenas cinco diseñadores y arquitectos: Sandra Álvarez, que venía también de Santiago; Milvia Pérez, que se graduó conmigo en el Instituto Superior de Diseño Industrial; e Isidro Jiménez, María Victoria (Vicky) y Eldris Miranda, profesionales que conocía de trabajos anteriores. Nos arriesgamos y participamos en licitaciones como el hotel Palacio O’Farrill, el hostal San Miguel —al lado del bar Cabaña— y el Park View, muy cerca del hotel Sevilla. Trabajamos en aquel apartamentico varios meses, sin computadoras, las ilustraciones fueron entregadas a mano. Y ganamos el primer contrato: el O’Farril. A la semana nos conceden el San Miguel, y a la otra el Park View. Teníamos vida para dos años, hasta para pagar el alquiler, que ya sabemos no es barato en La Habana.

Y así, un día, cuando ya tenía esa estabilidad que todos necesitamos, Lescay me dice en su estilo fraterno, como si nada, que quería hacerme una propuesta, y era que fuera el vicepresidente de la Fundación. Para mí fue muy fuerte. Ya él lo había hablado con el equipo de Santiago, donde antes yo era solo un asesor. Quería que tuviera decisión en una institución que habíamos creado y que se había ganado el respeto por su serio trabajo en nuestro país. Hoy me honro de ello.

Casi veinte años es mucho tiempo en la vida de una institución, o de un artista.

No sé con exactitud cuántos años son los reales como asesor, o como vicepresidente, pero son muchos. Y no he dejado de hacer mi obra, la institución me ha apoyado, y yo he podido hacer por el arte y el diseño cubano más que si estuviera solo como diseñador. Ha sido un matrimonio perfecto: una empresa cultural macro, que hace proyectos a gran escala. Para mí, Caguayo es parte de mi cuerpo, de una filosofía de vida.

Yo confío plenamente en la palabra de Lescay. Desde aquel momento estamos juntos. Es un hombre de principios, de los que sueñan y hacen. No es de los que hablan por hablar, es un hombre de palabra.