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Brasil: arquitectura hacia el siglo XXI
05September
Artículos

Brasil: arquitectura hacia el siglo XXI

El fantasma de los maestros

Al llegar casi al final de la primera década del siglo, el balance político, social, económico y cultural del Brasil resulta positivo, a pesar de las múltiples contradicciones existentes. Desde su elección en 2003, el presidente Lula dominó el panorama político con las fervorosas banderas del socialismo izadas por el Partido de los Trabajadores (PT), logrando una equilibrada estabilidad del país –en parte capeando la crisis económica mundial– no alcanzada por sus correligionarios, Evo Morales en Bolivia, Hugo Chávez en Venezuela o Rafael Correa en Ecuador. Quizás el precio haya sido alto, al establecer componendas con la reacción conservadora o engullir la corrupción de militantes de su propio partido. La esencia contradictoria, compleja y laberíntica de la historia del Brasil dificulta su comprensión y la asimilación de los violentos contrastes actuales, factores que atraen el interés mundial, como recientemente afirmó Fernández Galiano en la entrevista publicada en una revista local. Resultan antitéticos el enriquecimiento cada vez mayor de los magnates financieros y bancarios, de los actores de la agroindustria de la soja y de los políticos venales; con los proyectos de salud y educación popular, las mejoras infraestructurales de las favelas, y la distribución de la bolsa-familia, ayuda económica básica para 11 millones de pobres, y así paliar con el programa fome zero la tradicional hambruna de la población nordestina.

Siendo el Brasil un pueblo “joven” –parafraseando a Darcy Ribeiro–, las referencias a la herencia política y cultural están más orientadas hacia la veneración de las figuras míticas recientes que aquellas del pasado histórico. De allí las frecuentes citas a Getulio Vargas –gestor del Brasil moderno– y a su sucesor Juscelino Kubitschek, alma de Brasilia, la nueva capital. A pesar de estar inmersos de lleno en la postmodernidad del nuevo siglo, los patrones culturales de la modernidad siguen vigentes. A las puertas del cincuentenario de Brasilia se renueva el debate sobre su trascendencia estética y política. No es casual que el Seminario Nacional del DOCOMOMO (2009) en Río de Janeiro esté dedicado al Congreso Extraordinario de Críticos de Arte, patrocinado por Kubitschek en 1959 para mostrar Brasilia al mundo, en el que participaron reconocidos historiadores del arte, críticos, arquitectos y urbanistas: entre ellos, Bruno Zevi, Giulio Carlo Argan, Richard Neutra, Sigfried Giedion, André Bloc, Gillo Dorfles, entre otros. Y el hecho más sorprendente es que el mayor protagonista de este proceso histórico continúa vivo: Oscar Niemeyer, quien comenzó a colaborar con Getulio Vargas en 1936 en el proyecto del Ministerio de Educación y Salud, está llegando a los 105 años de edad, en una persistente actividad creadora.

La admiración de su simbolismo heroico –al igual que otros astros vivientes, el cantor Roberto Carlos y el escritor Paulo Coelho– produjo un frenesí de encargos locales por parte de gobernadores y alcaldes de todo el país, lo que motivó un conjunto de obras recientes en las que se repiten las tipologías formales de los años cincuenta y sesenta, sin la elegancia y la finura del trazo en su momento de esplendor proyectual; que por otra parte, difícilmente pueden ser interpretadas y construidas por sus inmediatos colaboradores. La cúpula del Museo de Arte Honestino Guimarães en Brasilia (2007), no es comparable con la sutil Oca de Ibirapuera en San Pablo. Y tampoco constituyen un aporte significativo el conjunto de edificios del Centro Administrativo de Minas Gerais (2009), solicitado por el gobernador del Estado, Aécio Neves. A pesar de las múltiples obras en construcción en diferentes capitales regionales, tuvo que enfrentarse con su primer fracaso público, al ser rechazado por parte de instituciones y de agrupaciones profesionales el proyecto de la Plaza de la Soberanía (2009) –un obelisco inclinado de más de cien metros de altura para conmemorar el cincuentenario de su fundación–, situado en el Eje Monumental de Brasilia, cuya presencia afectaría el carácter incontaminado de su perspectiva.

Si la proliferación nacional de obras de Niemeyer no creó escuela ni seguidores de talento, mayor suerte obtuvo Paulo Mendes da Rocha, convertido en prócer nacional al obtener el Premio Pritzker (2006). En primer lugar, los códigos formales y espaciales del arquitecto paulista corresponden a la estricta continuidad de los principios estéticos del Movimiento Moderno –tan caros a los críticos españoles relacionados con el Brasil, Helio Piñón y Josep Maria Montaner–, basados en la regularidad geométrica de la forma y el ascetismo de los materiales. En realidad, más que Brasilia, elogiada por Max Bense en los años sesenta, es Paulo el representante de la “inteligencia cartesiana brasileña”: el garaje en Recife (2007); la Escuela Museo del Conocimiento en Santo André (2007) y los departamentos de interés social en Madrid (2007), constituyen una prueba de ello. Y la originalidad y calidad plástica y constructiva de sus obras se debe en gran parte al hecho de elaborar los proyectos con los estudios de jóvenes talentosos, entre los que podemos citar a Ángelo Bucci, Fernando Mello Franco, Milton Braga, Marta Moreira, Eduardo Colonelli, José Armênio de Brito Cruz y Martín Corullón.

La hegemonía de ambos maestros, acompañados por otros miembros de la vieja guardia –Ruy Ohtake y João Filgueiras Lima–, no cubre la demanda de edificios icónicos que solicitan los políticos locales. Si por una parte los jóvenes encuentran serias dificultades para lograr encargos públicos, debido a las limitaciones impuestas por las leyes vigentes –que valorizan más el aspecto económico de la obra que su calidad estética–; y el Estado carece de un liderazgo conceptual –el plan de un millón de casas propuesto por Lula se basa en el modelo casi infantil de la vivienda aislada con techo a dos aguas–, se recurrió a los miembros del jet set internacional. En Porto Alegre fue unánime el apoyo de la comunidad a la realización del museo Iberé Camargo, solicitado a Álvaro Siza (2008). El alcalde de Río de Janeiro, César Maia, quiso inmortalizarse con la Ciudad de la Música de Christian de Portzamparc, obra inconclusa que paralizó su sucesor Eduardo Paes, alegando un excesivo costo. Pero, de inmediato, apoyó el faraónico Museo de la Imagen y el Sonido en Copacabana, en cuyo concurso obtuvo el primer premio Diller Scofidio + Renfro (2009). Y el gobierno del Estado de San Pablo encargó a Herzog & de Meuron el Complejo Cultural Teatro de Danza, situado en el centro de la ciudad.

La mística del paisaje

Desde su descubrimiento, el territorio brasileño fue siempre asumido como un espacio exótico y sensual, caracterizado por la exuberancia de su vegetación tropical. La tradición académica imperante desde la colonia hasta la república impuso un paisajismo asumido de los modelos europeos; cuya crisis aconteció con las innovaciones estéticas de la modernidad creadas por el talento de Burle Marx a partir de los años treinta. Surgió así una “escuela” paisajística brasileña que favoreció la presencia del espacio verde en las ciudades, a partir de obras paradigmáticas de Río de Janeiro y San Pablo: el Aterro de Flamengo y el Parque de Ibirapuera. En los años setenta se destacó la ciudad de Curitiba, cuya planificación controlada bajo la égida del alcalde Jaime Lerner estableció un cordón verde alrededor de la trama urbana, en el que se insertaron varias funciones públicas. En los años recientes, mientras en Río de Janeiro los intereses especulativos intentaron apoderarse de fragmentos significativos del sistema paisajístico urbano –el Aterro y la Lagoa Rodrigo de Fleitas–; la ciudad de San Pablo concretó múltiples iniciativas para ampliar el espacio público de la metrópoli.

A escala de barrio, resultó una propuesta original la plaza y museo Víctor Civita (2008), de Adriana Levisky y Julia Dietzsch, cuyos canales de madera permiten la circulación de los peatones a lo largo de las diferentes zonas de la plaza, situada en un área degradada de la ciudad. En la dimensión metropolitana, para reutilizar una extensa superficie de 240000 m2, en la que estaba ubicado el gigantesco presidio de Carandiru, fue establecida una estructura deportiva-cultural, el Parque de la Juventud (2003-2005), cuyos edificios estuvieron a cargo del reconocido estudio Aflalo e Gasperini, que empleó un lenguaje modesto y sin estridencias. La paisajista Rosa Grena Kliass, heredera de la escuela de Burle Marx, diseñó el sistema verde, caracterizado por la personalidad otorgada a las diferentes áreas funcionales –el parque deportivo, el parque central y el parque institucional–, estableciendo un diálogo entre la arquitectura y algunas ruinas existentes en simbiosis con la vegetación. Cabe afirmar que su visión del paisaje difiere del carácter pictórico y decorativo que primaba en las propuestas del Maestro, al privilegiar un sistema de composiciones plásticas y volumétricas en las que la naturaleza es concebida como “constructora” de espacios de vida.

También en San Pablo alcanza una dimensión paisajística el diseño de las estaciones del ferrocarril de superficie –Expreso Tiradentes–, realizado por Ruy Ohtake (2007), e identificado por el fuerte cromatismo de sus elementos. Y no podemos obviar la valorización de la naturaleza en el Centro de Arte Contemporáneo Inhotim en Brumadinho, Minas Gerais –de Rodrigo Cerviño López–, formado por un conjunto de espacios expositivos de formas cúbicas, distribuidas en el extendido entorno bucólico.

El cosmopolitismo periférico

La crítica local de la arquitectura persiste en la búsqueda de una identificación de la “brasileridad”, en sus versiones regionalista, paulista y carioca; en la que feneció la imagen purista de la “bella criatura” forjada por Lina Bo Bardi en los años cincuenta. Ahora, en este nuevo siglo, el diálogo con el mundo globalizado gestó un lenguaje “híbrido” –recordando a Iñaki Ábalos–, en el que no solo se mezclan fragmentos de diferente procedencia –culta y popular–, sino que se diluyen las fronteras entre arquitectura, diseño y artes plásticas. En términos de la representación cultural del Brasil en el mundo, ello se manifiesta en la irreverencia y la estética del contraste inesperado en la obra del artista plástico Vik Muniz; los diseños heterodoxos de los hermanos Fernando y Humberto Campana y la absorción de la cultura popular por el escenógrafo Gringo Cardia. En esta línea se ubica la producción de algunos estudios de jóvenes contestatarios, tales como zerOgroup en Manaos –Lilian Kiesslich Fraiji y Laurent Troost–, Vazio en Belo Horizonte –Carlos M. Teixeira–, y Triptyque en San Pablo –Greg Bousquet, Carolina Bueno, Guillaume Situad y Olivier Raffaelli–.

En primer lugar, ellos se caracterizan por la ansiedad de participar en la dinámica arquitectónica internacional, en respuesta a la creciente invasión de estudios extranjeros en Brasil: en asociación con arquitectos locales, arribaron Kohn Pedersen Fox (KPF); Davis Brody Bond; Hellmuth, Obata & Kassabaum (HOK); Bob Stern; Philippe Starck, entre otros. Los jóvenes profesionales fueron reconocidos en diferentes concursos: Carlos M. Teixeira obtuvo el tercer lugar en el Tangshan Memorial Park en China (2007); y allí también fue invitado Tryptique para participar en la Bi-City Bienal de Hong-Kong-Shangai (2009); y ZerOgroup resultó premiado en el concurso para el centro turístico de Split en Croacia (2008) y en el Bering Strait Project Competition, de Estados Unidos-Rusia (2009).De allí el carácter insólito y original de los proyectos de Triptyque: los pilotis en equis y las articulaciones volumétricas del edificio de departamentos Fidalga; las fachadas verdes ecológicas del edificio de oficinas Armonía; y los finos y curvilíneos filtros lumínicos de madera de la agencia de publicidad Loducca, ejemplos todos situados en San Pablo.

Un ego estético

A pesar de las significativas obras privadas y públicas de los grandes estudios de la segunda generación paulista –Aflalo e Gasperini, Botti & Rubin, Carlos Bratke, Roberto Loeb, Paulo Bruna, Décio Tozzi, Königsberger & Vannucchi, João Walter Toscano–, el tema de la vivienda individual, que sin dudas facilita el desarrollo de la experimentación arquitectónica, resulta contradictoriamente el más representativo de la producción juvenil brasileña. Por una parte existe un eje canónico definido por la continuidad de la herencia brutalista de los maestros João Vilanova Artigas y Paulo Mendes da Rocha, aunque ahora en clave minimalista. Son las residencias proyectadas por Angelo Bucci y Alvaro Puntoni, los estudios MMBB y UNA; con su ramificación en Belo Horizonte, en la obra de Gustavo Penna. Dentro del ascetismo impuesto por la limitación de los materiales y la persistencia del sistema compositivo cartesiano, encontramos los caminos experimentales recorridos por Andrade e Morettin; Lua y Pedro Nitsche en San Pablo; y la rara avis carioca, Carla Juaçaba. Ellos se caracterizan por la búsqueda de la continuidad e integridad de los espacios interiores, el empleo de materiales industrializados en la estructura, los revestimientos y las divisiones interiores, la presencia de elementos vernáculos –el bambú, los paneles de fibra tejida, la madera local– y la relación con el paisaje. Carla Juaçaba elaboró una sutil interpretación de la herencia estructural miesiana, fusionada con la rusticidad del entorno natural, en las casas de Río Bonito y Varanda, situadas en el Estado de Río de Janeiro.

Pero, sin lugar a dudas, los principales protagonistas de la actual arquitectura brasileña son Isay Weinfeld y Marcio Kogan, poco valorizados por la crítica local –todavía inmersa en el eje “modernista” incontaminado–, y asumidos en su justo valor a nivel internacional: Isay recibió recientemente el Future Projects Award de la revista inglesa Architectural Review, por el proyecto del edificio de departamentos 360º; y Kogan, en dos oportunidades (2004 y 2005), el premio Record Houses de la revista norteamericana Architectural Record. Es imposible reseñar las múltiples y diferenciadas casas proyectadas por ambos, entre las que destacan aquellas realizadas por Isay en la playa de Guaruja, San Pablo: la Tujucopava (1998) y la Ipiranga (2006). En ambas, la persistente blancura se destaca sobre el azul del mar y el verde del bosque circundante. En la primera, se creó un clima náutico; mientras que en la segunda, las tramas de madera que identifican la segunda planta de las habitaciones representan la adaptación al clima tropical.

Si bien estos dos ejemplos son particularmente ascéticos, en la mayoría de sus arquitecturas Weinfeld y Kogan –que en algunas obras trabajaron juntos– privilegian los contrastes formales y espaciales definidos por el uso de materiales insólitos y antagónicos; el diálogo entre la iluminación natural y artificial, el empleo de metáforas asociadas a la cultura de los usuarios, así como la integración de elementos gráficos y pictóricos, asumidos de sus experiencias en la realización de escenografías, filmes y obras teatrales. Así la arquitectura no es más un aislado campo de acción especializado, sino, como lo definió la cultura clásica, la expresión de la síntesis de las artes, ahora comprendiendo la totalidad del universo artístico y tecnológico de la sociedad postmoderna.

Río de Janeiro, agosto 2009- junio 2012.

(Versión ampliada y corregida del texto publicado en AV Monografías 138 (2009), Madrid, con el título: Brasil, las ideas en el laberinto.)