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La ilusión, una forma de seducción
06September
Artículos

La ilusión, una forma de seducción

Florencio Gelabert Soto (La Habana, 1961) emergió con luz propia en el panorama de la escultura cubana a inicios de la década de los ochenta mediante un modo muy particular de expresión: empleaba ruinas construidas con hormigón, fragmentos de mármol y láminas de acero. Esta forma de representación constituyó, en ese período, un tratamiento diferenciado de la manifestación, marcada de manera general por la presencia de monumentos conmemorativos y patrióticos, así como por una fuerte impronta formal geométrica en sus múltiples variantes. En medio de este escenario aparecieron las primeras instalaciones y objetos en el arte cubano, realizados por artistas vinculados a otras expresiones, entre los que sobresalió la poética de este joven creador, hijo del escultor modernista y académico Florencio Gelabert Pérez (1904-1995).

A pesar de ser graduado de San Alejandro y del Instituto Superior de Arte, Gelabert Soto, desde comienzos de su carrera, tomó distancia de los preceptos que sostenía la Academia, y de aquellos conceptos tradicionales que marcaban la escultura cubana de entonces, al apostar por un arte renovador, experimental. Se apropió de una estética nueva, sustentada en parte por el artepovera; asumió la escultura a partir de la deconstrucción de las formas tridimensionales y desde una perspectiva audaz marcada por sus inquietudes conceptuales, lo que le sitúa como un pionero del arte de vanguardia de su generación. Sus desprejuiciadas tentativas formales consiguieron efectos híbridos: las piezas se mueven entre el arte residual y el postminimalismo, apoyándose a su vez en raíces culturales populares que vienen a consolidar su formación profesional, técnica y humanística. Entre las piezas de esa etapa inicial, Homenaje a la columna resulta síntesis de sus búsquedas.

En su primera muestra personal, Esculturas (Casa de la Cultura de Plaza, La Habana, 1984), Gelabert recibió el reconocimiento de la crítica nacional. Luego, su estancia en Nueva York como parte de una residencia de artistas (1988-1989) le aportó un universo de experiencias enriquecedoras: Projects and sculptures, en el Sócrates Sculpture Park, impulsó su integración a la diáspora cubana. Instalado en Estados Unidos desde 1990, su trayectoria despuntó entonces con una mayor proyección internacional. Comenzó a producir obras en las cuales abandonaba paulatinamente la construcción de formas para emprender su deconstrucción, conjugando fragmentos arquitectónicos y elementos orgánicos (de ello es ejemplo la pieza exhibida en el Sócrates Sculpture Park,Compresión).

The Seasons(Intar Art Gallery, NY, 1997), Beyond violence (Museo Fort Lauderdale, 1998) y Sonido del bosque (Ambrosino Gallery, Miami, 1998; Museo de Arte Contemporáneo Jacobo Borges, Caracas, 1998; Museo de Arte Contemporáneo de Panamá, 1999), sus siguientes exhibiciones personales, demostraron la proyección de su carrera en diversos contextos culturales. Las obras de esta etapa están fuertemente marcadas por la presencia y recreación de objetos, a partir del uso de la madera y el metal (Trabajo sagrado, 1996).

Si bien en los inicios de su carrera el sentido estético del objeto fue primordial –lo mismo en la estructura de una columna, las ruinas de muros o en fragmentos arquitectónicos imaginarios del paisaje urbano, los cuales aluden a su destrucción física, tanto real como ficticia–, en la primera década del siglo XXI Gelabert incorpora la basura como entidad, hecho nada sorprendente si analizamos que durante los años noventa empleó el carbón, la cera y el barro. Su Espacio ocupado, 1998, resultó paradigmático en este sentido, pues fue concebida y producida con barro y agua, y exhibida en la tercera edición de la Bienal Barro de América, en el Museo Alejandro Otero, Caracas. Esta ha sido una etapa intensa en la carrera del artista, en la que ha participado en la Bienal de Uppsala, Suecia, 2000; (S) Files Bienal, Museo del Barrio, NY, 2007 y la xxxiBienal de Pontevedra, Galicia, 2010, entre otras. Su obra Columna de árboles formó parte del programa de arte público temporal realizado en el Parque Marcus Garvey, Nueva York, y La puerta del bosque, fue encargada, producida e instalada en los jardines del Miami Dade College, Florida, ambas en 2006. La Universidad Internacional de La Florida adquirió luego, en 2008, Columna de árboles II, destinada a su parque de esculturas, y ese año le extendió una invitación a realizar una muestra personal, Intersecciones, en ocasión de la apertura del Museo de Arte Frost.

Desde una actitud cuestionadora, el autor comienza a utilizar en sus obras toda clase de detritus para revelar la contaminación ambiental propiciada por la negligente actividad humana, capaz de dañar al ecosistema y al individuo. Su labor se centra en paisajes imaginarios, recreados o sugeridos, en instalaciones y sitios específicos a gran escala, que ocupan suelos y paredes, como El desagüe, realizada para laxxxiBienal de Pontevedra, Galicia, 2010, donde crea una suerte de neonaturaleza sintética, estableciendo así una relación ambigua entre fantasía y realidad asociada a postulados de carácter ecologista y social.

Su última muestra personal, Huellas (Galería Villa Manuela, 2011), constituye un signo categórico de su constante evolución, pues establece conexiones con sus obras iniciales debido a la presencia de ruinas arquitectónicas, conjugadas a su vez con elementos relacionados con etapas más recientes de su carrera tales como plantas artificiales, derramamientos acuosos y basura.

Este nuevo repertorio temático transita por la aceptación y el rechazo al propio tiempo, y establece un juego entre lo feo y lo bello, lo repulsivo y lo agradable, al apoyarse en el rastreo de la realidad desde un discurso estético de sesgo, pudiera decirse, dramático. Para esta muestra creó cuatro esculturas inspiradas en desechos y fracturas arquitectónicas marcadas por su intemporalidad, resueltas con materiales sencillos y demostrando, una vez más, un seguro y pleno dominio del oficio. Conjugó materiales convencionales de construcción y otros sintéticos, así como desechos de alimentos, en piezas coloridas, grotescas y hasta violentas, concebidas con cierto espíritu abstracto, y enmarcadas en una atmósfera que potencia sus preocupaciones sobre el medioambiente.

El despliegue de estos elementos en el espacio reveló uno de sus presupuestos conceptuales iniciales: la arquitectura y sus ruinas, asumidas con un sentido reflexivo. En la muestra Gelabert rescata, de igual modo, prácticas y oficios como la ebanistería, vinculado a raíces de la tradición escultórica académica y popular, y asociado a larepresentación postminimalista. Al conformar ambientes y objetos con tuberías envejecidas, paneles de hydrocal (Pladur®), láminas de PVC, espuma industrial, desechos orgánicos, y propiciar la presencia de heces fecales mediante su imitación, exploró aspectos históricos, sociales y culturales.

Gelabert propone una geografía que delata la huella del hombre desde una actitud lúdica, ingeniosa y abierta. Reinterpreta la “naturaleza muerta” tradicional con soportes no tradicionales, que interactúan entre las obras y los espectadores. Su espíritu investigativo y sus aspiraciones intelectuales signan el desafío de su creación con una visualidad que conjuga ilusión y simulacro de conceptos y realidades diferentes.

Un poder de enfrentamiento con los conflictos ambientales brota de La Cañería, compuesta por dos tubos de PVC simulando tuberías de metal oxidadas que vierten una sustancia viscosa sobre una superficie de espejo cubierta por diversos objetos reciclados (alimentos, flores, heces fecales artificiales, y envases de cervezas y refrescos cubanos). El montaje de esta pieza refuerza el interés escenográfico y teatral que subyace en muchas de sus obras actuales.

Partiendo casi siempre de la realidad, Gelabert construye una serie de paisajes evocadores donde lo grotesco resulta la esencia de esta obra que nos remite a una situación creada por el hombre en contra de sí mismo. Nos enfrenta a un trabajo que reta al espectador por suimpacto y expresividad visual. Arte provocador, elimina lo superfluo de las preocupaciones existenciales y apela a la interpretación sagaz del público, convertido en un comentario irónico o cómplice de la metáfora visual.

La atmósfera sui géneris, la perspectiva y el diseño, junto a la agudeza creativa y la experimentación, proveen de síntesis y equilibrio a La Salida, en la cual combina violencia e ilusión: rescata la factura del milenario oficio de la carpintería y los virtuosismos técnicos cuando dos vigas realizadas en madera, con apariencia de metal, irrumpen dramáticamente en la pared para desestabilizar el entorno. La importancia que adquieren las plantas artificiales trasciende al convertir estas fantasías orgánicas en componentes que simbolizan la vida y el crecimiento a tono con la realidad de los movimientos ecológicos.

Su problematización de la realidad denuncia el deterioro de las ciudades con una mirada aguda y desprejuiciada del paisaje urbano. Recrea cualquier latitud, ya sea Nueva York o La Habana, y muestra aspectos deleznables de una urbe al presentar zonas sucias, degradadas, invadidas por el deterioro, que avanzan hacia sus ruinas…

Sobre su desempeño actual, el propio artista ha comentado: “Durante más de dos décadas he empleado una gama de materiales de uso cotidiano y de construcción para crear esculturas que transforman objetos, utilitarios unas veces, y otras sitios imaginarios donde lo universal se transforma por la destrucción. Con diferentes modos de procesamiento y producción, mi trabajo se resiste a la definición de discursos directos, ofreciendo, en cambio, una fusión de varias lecturas, que evoca temas resonantes como la identidad, la pérdida, la contaminación, la mortalidad y la poesía. En Huellas me intereso por las nociones del tiempo, la destrucción, la escatología y la identidad. La muestra es una zona de fractura en la cual la creación contemplativa es usada en pos de la reflexión del humano y su entorno, que se mueve entre la comunicación dispar, las formas contrastantes y las posibilidades metafóricas. Si bien estas cuatro esculturas marcan una relación nueva y significativa entre la calidad efímera y la durabilidad de los materiales, también tienen la referencia explícita de trabajos previos, que subrayan mi interés permanente por un espectro de la materialidad y el espacio minimal, entre la belleza, lo feo y la pérdida. Mi intención es vincular la materia con la experiencia vivida, aprovechando la naturaleza y el fundamento común de estas obras para crear un entorno dinámico donde el espacio se convierta en la forma y el movimiento que generen la expectación.” (Nueva York, 18 dic., 2011)

En la nómina oficial de la Oncena Bienal de La Habana, Gelabert se incluyó en el proyecto Detrás del muro con Islas… para un amigo, una instalación de carácter efímero. La pieza consistía en tres siluetas o pequeñas islas de plywood montadas sobre láminas de poliespuma, abarcando un área de aproximadamente 25 m de largo por 2,5 m de ancho y ancladas frente a la pedregosa costa del litoral habanero. Esta nueva obra de Gelabert alteró la percepción del malecón, no solo a través de su presencia física, sino del reflejo y continuidad de un trabajo que busca el choque visual del espectador a través del uso de restos de muebles, recipientes plásticos, ramas de árboles, plantas artificiales y un conglomerado de coloridos desechos, iluminados por paneles solares en las horas de menos luz natural. Sus Islas… invadieron silenciosas nuestro mar, y en la inauguración del evento, a modo de performance, Gelabert Soto cortó las amarras de cables de acero que las ataban con el lecho marino, en un acto de total liberación. La obra cobró vida y buscó su camino allende los mares, para reafirmar cómo su juego de enfrentar el espacio nos trae una nueva forma de seducción.