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Solás, Solás de Gibara no se va
22September
Artículos

Solás, Solás de Gibara no se va

La estrofa es como un cántico, que nació cuando se rumoraba que el Festival de Cine Pobre ya se lo disputaban el ultramarino pueblo de Regla y la Perla del Sur de Cienfuegos. Y lo oímos por vez primera cuando iba creciendo de barrio en barrio, saltando de boca en boca, entre la muchedumbre situada con antorchas a lo largo de las aceras...

Iban calle abajo primerísimas figuras y productores deslumbrados, directores debutantes y afamados especialistas, estudiantes de la escuela de San Antonio de los Baños y del Superior de Arte, funcionarios del partido y el gobierno en todos los niveles, Y nosotros avanzando a duras penas, detrás de Humberto eufórico y feliz, escoltado por los amigos que acudían presurosos al llamado, mientras la banda abría el paso, tocando la misma música de una película de Fellini, cual clara alegoría de un mayor sueño.

Cuando en uso de mis pocas facultades territoriales quería convocarle cuatro bandas de música para el desfile, bajo la certera batuta de Manuel de Jesús Leyva, -más conocido por Coco, quien dirigía incluso de espaldas si se trataba de elogiar a una bella dama-, entonces fruncía el ceño: iba a romperle la magia de aquel gigantesco set, como cuando después de su discurso a toda voz en el centro de aquel vórtice, invitaba a cantar a las miles de personas allí congregadas, alrededor de la estatua de la patria: /Viva Gibara/, -y se repite el estribillo con güiro, maraca y bongo- /Viva Gibara/, /la Villa Blanca de los Cangrejos/, /la perla hermosa de nuestro Oriente/, -y entonces los presentes eran pasto de las lágrimas- /la soberana/ la soberana de los ensueños/.

Ahora está dando vueltas en la pantalla la antigua cámara dorada, con la conocida música de presentación del Festival Internacional del Cine Pobre, y el respetable público empieza a aplaudir para que suban al alto escenario sus divas siempre dispuestas a la polémica: Adela Legrá, la tercera Lucía, y Deisy Granados, siempre indomable. Le siguen el italiano-cubano Vando Martinelli, sin bastón en la perseverancia de que no se nos muera el certamen; y el empecinado crítico Luciano Castillo, a quien debemos la defensa de la memoria del cine cubano; y Renecito de la Cruz, que ya se ríe hasta de sí mismo; y el joven director más sencillo y lúcido que conozco, Carlos Barba; y hasta el vicepresidente del ICAIC, Samada, todos en la convicción de que no podía posponerse otro año el reencuentro.

Es la razón de que estemos asistiendo al estreno del filme que se titula "Humberto". A lo largo de dos horas transcurren testimonios que dan fe de su huella, tan necesitados nosotros de que se conozca por los que llegan, cómo pueden cohabitar la cualidad humana, el compromiso patrio y su genio sin par. Porque en ese rostro de Solás, capaz de una dulce sonrisa por sobre sus pliegues, anidaba la convicción de democratizar la realización del cine, y desatar desde la Isla un movimiento mundial de apropiación del séptimo arte antes de que este deje de serlo.

Quizás por eso los de aro, balde y paleta no entendieron bien el por qué, entre lo poco que solicitaba, estaba ir a vivir en la casa de visita del Astillero de la localidad por unos diez días; y que le hicieran unas columnas redondas para restablecer el paso del corredor frente al cine, aunque no tuviera techo por el viejo asunto de no estar en el plan de la economía. Porque él no podía convocar a un festival internacional desde Cuba con una fachada cuadrada, de corte realismo socialista.

Y esta eran las demoras que no perdonaba, porque para fundar no hay tiempo que perder, aunque fuera la terrible crisis del periodo especial y no hubiera cemento ni ladrillos, y jamás supiera de dónde fueron desviados los recursos para aquello que la sabiduría popular denominó como "las columnas de Hércules", y cuyo hecho nunca fue criticado a pesar de los augurios y de la terrible situación allí con la falta de viviendas.

Tenía por entonces Humberto toda la razón: lo habíamos embaucado con prometerle un imposible. Lo dejamos a expensas de Vitico, alias Víctor Rodríguez, el negro más bromista y ocurrente que haya podido conocer, amigo de todos los amigos, originario de San Germán City, y director del Centro Provincial de Cine. Se habían conocido cuando la búsqueda de locaciones para “Miel para Oshum”, bajo indicaciones el segundo de respaldarle en todo: y a Vitico le llama la atención la cafetera del Maestro, siempre presta en el maletín. O el encendido de cigarros en los dedos con un "tempo" cinematográfico. Y cómo disfrutaba de un buen potaje para conspirar aquella idea de un festival distinto y disímil, en Cienfuegos o en Santiago de Cuba, mejor en Gibara, donde había filmado el tercer cuento de Lucía, y dejado para la posteridad la imponente Silla de Gibara que desde entonces le atraía.

Nuestro negro de diente de oro se mantuvo estoico en la propuesta. Era, además, uno de nuestros acuerdos más sagrados, para seguir atrayendo a Holguín a creadores que nos ayudaran a fundar una región de festivales y eventos internacionales. Después del acuerdo definitivo en la cena de la casa de Cosme Proenza, su principal misión era mantener entretenido al Maestro con su verbo y acción, con tal de que aceptara llevar el Festival. Mas llegó el día en que fue imposible seguir dando explicaciones del por qué no se levantaban las columnas...

Solás estaba de visita en Gibara verdaderamente enojado, y la única ocurrencia posible fue invitarlo a cenar en un restaurante italiano del mayor hotel que se levantaba en Cuba, y así apelar de algún modo al momento en que se fue a aprender cine en la escuela del viejo continente. Sospecho que la idea propuesta por mí a las autoridades provinciales también fue del compañero director de cine, porque el Maestro asociaba a Vitico con las dilaciones del proyecto, del cual en verdad no era responsable, pero ya no quería ni verle. (Ya no le hacían gracia ni los mejores cuentos: aquel del trabajo de Vitico en el despacho del Secretario del Partido en Mayarí abajo, cuando le indicaron que el único camión que llegaba con plátano debía ser visto primero por todo el pueblo, por un problema de principios, antes de llegar a la placita.)

La cadena hotelera Sol-Meliá acababa de traer una góndola original de Venecia, en excelente estado de conservación, dentro de un contenedor que viajó a través del Atlántico, el Hotel Playa Pesquero, el mayor de toda Cuba. Y acordamos ponerle una mesa lo más cerca posible de la bella embarcación, y un chef italiano que recomendara el mejor vino italiano, y una carta que tuviera la comida típica veneciana, el carpacho de ternera, -un exquisito plato de carne molida cruda, aceite de oliva y pimienta negra -toda una verdadera preparación artillera para que, cuando llegaran el primer secretario del Partido y el presidente de gobierno, en un supuesto chequeo a la inversión ya en marcha, pudieran ratificarle el compromiso de terminar las obras del cine antes del inicio del primer festival.

Fue uno de los pocos días felices que tuvo Humberto en la zona... Ganamos tiempo para que pudiera seguir gestando la osadía del Cine Pobre. Años en que, como por arte de birlibirloque, vio hecho realidad su sueño, cuando llegaba hasta un cineasta iraní directamente desde Teherán, conocedor solo de su lengua natal y advertido de ser el representante del islam en el evento, el cual resistió durante varias jornadas en traje y corbata las altas temperaturas. No podía entender las señas de los organizadores, hasta que conoció a una humilde gibareña que, de golpe, supo explicarle la trascendencia de las diferencias culturales -anduvo en short y sandalias por los varios meses que duró su documental sobre la presencia del Che Guevara en la Textilera, hasta el feliz casamiento-, además de obtener el premio de ópera prima en el evento subsiguiente.

O La japonesa que asistía a la sala de proyecciones con su maleta de pertenencias porque le habían contado de los altos índices de delincuencia, y después no paraba de reírse. O la egipcia recién llegada desde El Cairo porque nos leía las noticias en la página web de Internet. Cuando Humberto nos describía cómo vendrían a almorzar los jurados de los Premios Globos de Oro el recién construido ranchón de la loma, yo, de ingenuo, creía que deliraba, hasta que los vi con mis ojos, dos o tres años después, disfrutando ellos de pescados y mariscos, y preguntándose de qué pobreza hablábamos nosotros en aquel festival.

Y es que este ser humano era tan leal, que sentía la necesidad de devolver la generosidad que recibió durante, su primera película más premiada en los sesenta, donde dejó en celuloide la imagen de las calles del mismo pueblo adonde regresaría, más de treinta años después, para rodar "Miel para Oshum", y proclamar allí su manifiesto sobre el Cine Pobre.

Sin ser especialista de las nuevas tecnologías, las convocaba para ponerla a disposición de las nuevas generaciones, y seguir haciendo obras, quizás su mayor desquite sobre la década en que no pudo filmar, cuando tuvo que estar por sobre el agravio de los ochenta, en que nos legó el monumento de "Cecilia" y, de manera inexplicable, fue visto como el cineasta más derrochador en la historia del ICAIC.

Por todo esto, no hay quien entienda la imposibilidad de entregar una vivienda del pueblo a un museo vivo para su obra, cuando se sabe que fue en vida su mayor deseo, el de sus familiares y el de los habitantes del lugar. Siempre en Gibara y en Cuba estaremos a tiempo de salvar semejante deuda, para que Humberto Solás perdure en nosotros, como nos enseña este filme de Carlos Barba, que debe verse ante todo en las escuelas, y en todo lugar donde se atice el fuego del orgullo de ser cubano.

El hombre emergiendo por sobre sus circunstancias, sea del homofóbico quinquenio gris o sobre el mísero burócrata de turno, en perenne desafío al agua por todas partes. La cubanía sea en Paris, La Habana, Moscú o Karlovy Vary, de impecable blanco y todos los sentidos abiertos al devenir de su pueblo.

Más en Gibara que renace, soberana, por nuestros ensueños.