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Palabras del arquitecto Mario Coyula en la presentación de Arte por Excelencias no. 13
16February

Palabras del arquitecto Mario Coyula en la presentación de Arte por Excelencias no. 13

Un número trece es de mal agüero para mucha gente, provocando el ingenuo salto del piso doce al catorce en algunos hoteles; pero hay también quien lo considera afortunado. Ello es coherente con esa ambivalencia tan cara a los cubanos cuando califican a una buena hembra como bestia o salvaje, en una variante primitiva pero auténtica de la unidad y lucha de contrarios.

 

En este caso, el número trece de Arte por Excelencias aparece con la declaración editorial de abrir un nuevo ciclo para esta revista de arte todavía joven. Ese compromiso reconoce la necesidad vital de renovación no solo de lo viejo –o los viejos–, sino también de lo joven y los jóvenes, llevándola tanto al contenido como a la imagen. Consecuentemente, la portada muestra Goodbye my Love, una inquietante obra del reconocido creador plástico Esterio Segura.

 

La revista, con un Consejo Editorial de lujo, se propone indagar en el campo del coleccionismo, el mercado de arte y los eventos en las Américas, así como promover talentos. Esa misión debe desarrollarse en un escenario donde todavía la visibilidad mundial sigue dominada por la inercia de patrones creados desde el centro y extendidos a una periferia ansiosa por dejar de serlo. Pero si bien la globalización refuerza esa dominación y tiende a la homogeneización planetaria, también puede abrir caminos en sentido de ida y vuelta.

 

Estos temas, incluyendo la tan mentada identidad nacional –siempre con su inevitable arrastre de atraso, localismo y aislamiento– alimentan muchos de los buenos textos que aquí se presentan, aunque a veces se sienta flotar en algunos autores el vago temor de que el lector, y muy especialmente el colega, confunda la simplicidad con la falta de ideas. En definitiva, esa tortuosidad innecesariamente añadida a la escritura pudiera ser útil, pues tanto el ejercicio intelectual como el consumo moderado de café parecen alejar el comienzo del siniestro mal del doctor Alzheimer.

 

Este número presenta un panorama sobre el interesante movimiento que se produce en las artes visuales del Caribe y Centroamérica, todavía poco divulgado. También incorpora manifestaciones que en Cuba durante el pasado medio siglo dejaron de considerarse Arte, como la arquitectura; o que nunca fueron reconocidos, como el diseño y la caricatura.

 

En Febrilidad en tiempos de Santa Bárbara Elvia Rosa Castro reflexiona sobre el balance incierto de las Ferias y reseña el importante evento Art Basel Miami Beach realizado en diciembre pasado, con subsedes paralelas en Wynwood, el Design District y Midtown. ABMB incluyó conferencias y videos, incorporó a varias galerías y desarrolló temas eternos como la relación arte-público.

 

Otro evento importante en Estados Unidos, PINTA NY, es reseñado por Píter Ortega, quien resueltamente anuncia el fin de toda identidad, cuestiona la existencia de un arte latinoamericano, rechaza como utopía la noción de que el arte puede cambiar el mundo, y encuentra positiva la intervención de los centros hegemónicos en el mundo artístico del Sur.

 

Ortega se regocija al encontrar al evento que reseña dominado por el esteticismo, hedonismo y la banalidad; y prefiere lo que llama masaje visual antes que el panfleto político. Esa posición contestataria extrema choca cuando descubre novedades que al parecer otros no supimos advertir en movimientos que ya han pasado a la historia, como el Op Art y el Pop, el cinetismo, la abstracción (tanto geométrica como expresionista), el minimalismo, el arte pobre y el neoexpresionismo.

 

En su texto recurre a la provocación, extendiendo el campo de aquel épater le bourgeois del París finisecular para escandalizar no solo al funcionario sino también a ese neblinoso estrato social de la Cuba contemporánea que Héctor Zumbado nombró pequeño-proletario, ampliado quizás con lo que he llamado el pobre-nuevo-rico. Como estímulo al debate, este corto texto cumple una función saludable.

 

En la Gran Piscina Azul… es una interesante entrevista que Nelson Herrera hace al curador, crítico y ensayista cubano José Manuel Noceda. Este hace un recorrido por la historia y situación actual de las artes visuales en el Caribe y Centroamérica, destacándolas como zonas emergentes que han obtenido reconocimiento a partir de los años noventa. Advierte el nacimiento de una nueva sensibilidad, más allá de un movimiento generacional; y destaca el papel preponderante de las mujeres. A pesar de todo, la presencia de esta región en los mercados de arte es todavía poca, con excepción de Cuba.

 

En La memoria como pretexto artístico, Patricia Martínez analiza la obra del puertorriqueño asentado en Estados Unidos Pepón Osorio, y señala su tratamiento artístico particular a temas sociales, con énfasis en la cultura de los desfavorecidos y reflejos de conflictos como la violencia y la discriminación. En sus videos, instalaciones y performances Osorio usa la exageración, y le da al kitsch una dimensión especial que canaliza la nostalgia hacia su patria.

 

Mariví Véliz trata otro tema eterno en su texto Política del arte y Arte en la política, con el caso específico de Guatemala y los movimientos de liberación nacional. La autora comenta a Luis Camnitzer y el papel contestatario de los conceptualismos, haciendo una distinción entre arte político y el arte como estrategia de acción política. Señala que no importa si el arte político está a favor o en contra del Estado, porque siempre termina siendo panfletario y restrictivo a nivel simbólico. Artistas, instituciones y eventos culturales terminan atrapados; y lo que todavía se presenta como una estrategia de acción política se reduce a una acción artística.

 

Una grande cubana de la crítica de arte, la profesora e historiadora del arte Adelaida de Juan, estudia con En el monte suena la obra de Manuel Mendive, pionero del performance y el body art en Cuba durante la Segunda Bienal de La Habana en 1986. De Juan analiza la importancia de la mitología e imaginería yoruba en Mendive, y la presencia a veces encubierta del agua en su obra; así como la contradicción entre el apego a la tierra que explica los grandes pies de sus figuras y la ingravidez de sus producciones más recientes, donde desaparecen los contornos precisos. También comenta sus experimentaciones con técnicas, materiales y soportes diversos, incluyendo sus esculturas blandas.

 

Carlos Garrido aborda el tema inagotable de las relaciones entre arte y público en su texto Sobre la posibilidad de una estructura completa. Señala cómo existe una búsqueda de interlocutores y un mayor diálogo con el público a través de performances, talleres y trabajos en equipo; pero esa búsqueda se extiende también al contexto internacional.

 

En López Oliva: la poética del desplazamiento, Kirenia Rodríguez se asoma al mundo de un creador que también se ha destacado como crítico, un raro mestizaje que aporta rigor a la imaginación y ha llevado a que Carina Pino Santos definiera a López como “el artista más culto de su generación”. El texto de Rodríguez elabora sobre la presencia del teatro y el tema de las máscaras (¿caras verdaderas?) como expresión de las mutaciones, mutisignificados y ambigüedades de los caribeños. También trata sobre la experimentación que López ha realizado con los géneros y soportes: arte público, performance, pintura de caballete…

 

Un “peso pesado” en la historia de la arquitectura, el ítalo-argentino-cubano-brasileño Roberto Segre, hace un barrido completo a la producción reciente en Centroamérica y el Caribe: Fragmentos arquitectónicos. Segre analiza la combinación de elementos de la tradición local con lo universal que determina el característico sincretismo ambiental caribeño, en una región que no aparecía en la literatura especializada europea y estadounidense; y explica las causas de ese vacío. También define los elementos de la tradición que usan los arquitectos modernos para crear un nuevo lenguaje arquitectónico que sea a la vez local y universal.

 

En su análisis señala figuras destacadas en la región que han conseguido una arquitectura muy bien adaptada al clima tropical y al mismo tiempo muy expresiva. Segre toca naturalmente el caso de Cuba y la importancia que ha recibido la conservación del valioso patrimonio construido; y también la obra nueva de algunos muy pocos arquitectos que han conseguido destacarse a pesar de limitaciones materiales y obstáculos burocráticos, como es el caso del equipo de José Antonio Choy / Julia León.

 

Asimismo menciona a starchitects mundiales como el español Rafael Moneo, cuyo proyecto para el Hotel Packard en el Paseo del Prado está pendiente de ejecución; el estadounidense Frank Gehry, con obra en Panamá, o el mexicano recientemente fallecido Ricardo Legorreta, en Managua. En este sentido quizás se debiera mencionar el Proyecto Habana de 1995, donde un grupo de estrellas deconstructivistas internacionales como Wolf Prix, Eric Owen Moss, Thom Mayne, Carme Pinós y otros presentaron ideas y maquetas que graficaban bellamente conceptos iconoclastas más que formas para ser construidas.

 

Quizás fuese importante abrir la polémica sobre si La Habana es o no una ciudad caribeña, como indudablemente lo es Santiago de Cuba. Pienso que La Habana fue una ciudad que quería ser blanca, europea y después estadounidense, donde la sovietización arquitectónica no llegó a distorsionar seriamente a la ciudad tradicional; que ahora progresivamente se está caribizando.

 

A las puertas de la Bienal de La Habana convoca al principal evento de las artes visuales en Cuba, que se debe inaugurar el 11 de mayo próximo. El texto anónimo expone el interés en reflexionar sobre el arte como catalizador de los sujetos, y sobre distintas vías para lograrlo –proyectos interactivos, intervenciones en espacios urbanos, trabajos con la comunidad y en equipos interdisciplinarios.

 

Otro “peso pesado”, el teórico, ensayista y crítico uruguayo Gabriel Peluffo, contribuye con un sólido texto también destinado a perdurar, Enclave regional, escenas locales y prácticas artísticas contemporáneas. Peluffo hace una valoración del arte latinoamericano en los años noventa, marcado por una vocación de autoconocimiento y una obsesión por el tema de la identidad; y califica la situación actual por la discontinuidad, tanto cultural como política y territorial. Esa situación refuerza el arte como producción simbólica que circula por museos, galerías, universidades, colecciones privadas, bienales, ferias, talleres y clínicas. Esto lo lleva a repensar la creación como parte esencial de la esfera pública y la construcción de la ciudadanía, para evitar que la producción artística sea canalizada por vías convencionales o utilizada con fines de prestigio.

 

El ensayista subraya el contraste entre el dinamismo de las redes flexibles y cambiantes frente a la inercia de las instituciones, y se plantea la pregunta clave de cuál sería el papel del arte ante un orden territorial balcanizado por el mercado, la diversificación cultural y las disgregación de los espacios políticos. Recordando la separación entre espacios estéticos y políticos que caracterizó a los años cincuenta, encuentra ahora una frontera menos definida, donde intervienen simultáneamente fuerzas divergentes como la acción reguladora de los agentes locales junto a la característica centrífuga y desreguladora del orden global.

 

Peluffo analiza la evolución de las bienales y encuentros regionales en el Cono Sur, como hitos puntuales que no garantizan la continuidad acumulativa del intercambio. Centrando su interés sobre Mercosur como una cuenca cultural todavía no plenamente lograda, concluye –quizás como respuesta a la pregunta que él mismo antes se ha formulado– que la meta es una producción artística que contribuya, en su dimensión simbólica inherente, a construir una esfera pública regional.

 

En Matta en el vórtice, Nahela Hechavarría aprovecha la coyuntura de la exposición Matta: del arte al libro, con la cual Casa de las Américas conmemoró el centenario de este chileno universal. Hechavarría plantea la relación texto-imagen que Matta cultivó, combinando el humor y el juego con la exploración creadora; y reseña algunas de las obras expuestas que constituyen ejemplos logrados de libro-objeto de arte.

 

En su texto Museum of Fine Cuban Arts en Viena, cuyo título parece curiosamente escrito en spanglish, Hortensia Montero comenta el contenido de este inusual museo abierto en 2009 con la colección privada de un connaisseur austríaco interesado en el arte cubano. La muestra cubre pintura, escultura y en menor medida instalaciones; y va desde la primera vanguardia del siglo XX hasta las promociones más jóvenes de creadores. El elenco incluye nombres de pintores como Víctor Manuel, Ponce, Escobedo, Arche, Mariano, Carmelo y Lam, con dos obras sobre papel; Adigio, Mijares, Raúl Martínez, Acosta León, Antonia, Servando, Peña, Ever Fonseca, Mendive, Zaida, Garciandía y Kcho. Entre los escultores están Sicre, Ramos Blanco, Estopiñán, Eugenio Rodríguez, Lozano, Boada, Armando Fernández, Gelabert, Rita Longa, Agustín Cárdenas, Marta Arjona, Tomás Oliva, José Villa, Lara, Quintanilla, Consuegra, Eliseo Valdés, y otra vez Kcho. El edificio cuenta con salas para muestras transitorias y espacio para el hospedaje y taller de artistas invitados.

 

Atacando inicialmente el sustento de críticos que califica de semi-ágrafos –cataloguistas sin un solo libro publicado– Iván de la Nuez abre un debate con su corto, sutilmente irónico y abiertamente provocador texto Los demasiados catálogos. Amenazados por el sobrepeso y dimensiones desproporcionadas, los catálogos enfrentan también el reto de su carácter efímero, que ha llevado a una tendencia reciente de engordarlos hasta que parezcan libros. A partir de la aparición de museos y exposiciones virtuales, de la Nuez ofrece esperanzas a los catalogadores abocados al desempleo, como catálogos que permitan ver los proyectos y procesos en tiempo real, archivos interactivos de imágenes, y hasta ahorrar la impresión con la modalidad de pay per print.

 

Este número de Arte por Excelencias termina con una página curada por ARES dedicada a la caricaturista colombiana Elena Ospina. Hubiera sido interesante algún comentario sobre la obra representada. La inclusión de una foto y mini-ficha de la caricaturista es algo que quizás debería considerarse en todos los textos, aunque no siempre se pueda garantizar una sonrisa tan atractiva…

 

Releyendo la revista, sorprende la capacidad de apretar en 96 páginas una cantidad notable de textos importantes. Esto se ha logrado sin afectar la calidad ni aburrir al lector, si bien en algunos casos reaparece el abundoso pero hermético repertorio verbal, una deformación profesional paradójicamente enferma a la vez de diarrea y constipación. Algunos textos sientan cátedra, otros incitan al debate, y otros consiguen ambas cosas.

 

Hay un adecuado balance de enfoques, tamaños y contenidos, lo que permite combinar trabajos de mayor alcance y vocación de perdurar con otros igualmente necesarios, principalmente orientados a informar, donde llama la atención su actualidad. Resalta la alta calidad gráfica, tanto en el diseño general de la revista como en las reproducciones de obras, un requisito insoslayable para tratar las artes visuales.

 

La orientación editorial hacia América Latina y el Caribe sitúa a la revista en un nicho poco explorado, precisamente en el momento en que se toma conciencia de una ola creativa en la región, que incluye a países pequeños hasta ahora poco o nada representados en las publicaciones especializadas. Todo esto es un buen ejemplo de perspicacia editorial, que confirma aquello de estar en el right time, right place.