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En el Museo Nacional de Bellas Artes, memorias de Pogolotti
02May

En el Museo Nacional de Bellas Artes, memorias de Pogolotti

Por Toni Piñera 

Un tesoro visual de la plástica cubana está al alcance de todos en el Museo Nacional de Bellas Artes (edificio de Arte Cubano): la exposición Marcelo Pogolotti: vanguardia, ideología y sociedad, donde se enfoca la mirada futurista y humana, aquella que estuvo atenta a los pasos de los desposeídos, de los obreros, subrayando siempre la dimensión humana de los seres sin rostro, palpitantes tanto en la obra plástica, como en la literaria, del destacado, y sobre todo, cardinal maestro de la pintura cubana (La Habana, 1902-1988).

La singular muestra, curada por el investigador y especialista Roberto Cobas, en ocasión del trigésimo aniversario del fallecimiento del pintor, crítico y escritor, atesora un conjunto de 37 obras (pinturas y dibujos) –firmadas entre 1925 y 1938, -precisamente en este último año pierde la visión y deja de pintar- . En ellos, el espectador podrá captar las singulares lecciones y la sugestividad  poética que en ellas se trenzan para el deleite /estudio de una expresión artística en la que se condensó la variada información especializada, aquellas vivencias derivadas de múltiples espacios, el peculiar sentido de la relación entre lo nacional/universal de la vida y la cultura, pero sobre todo, las proyecciones ideológicas que guiaron su aventura histórica y su actividad en el arte, que abarcó diversos campos de acción. Allí dejó el legado en innumerables aportes en cuadros, dibujos e ilustraciones ejecutados durante una juvenil proeza cristalizada en su tercera década de existencia. Hasta  que la pérdida de la visión llega a instantes dramáticos.

Como parte integrante de la vanguardia pictórica de los años 20 y 30, Pogolotti expresó con su obra aquello que en el seno de las masas comenzaba a manifestarse como un proceso de ruptura y lucha en esos convulsos tiempos, e introdujo en la plástica criolla la temática de los obreros y su irreconciliable  enfrentamiento  a los explotadores.

 

Obra de Marcelo Pogolotti

 

 

AIRES RENOVADORES TRAS SUS PINTURAS

En una época singular, entre aires renovadores que agitaban el campo de la creación, Marcelo Pogolotti toma parte en el Salón de la Asociación de Pintores y Escultores en 1925, y en la Exposición de 1927, auspiciada por la Revista de Avance, donde se revelaban las innovaciones vanguardistas que asomaban ya en la plástica cubana. En 1928 parte hacia Europa, precisamente París, donde desentraña, en una atmósfera polémica/fecunda de los círculos artísticos, lo más genuino de su personalidad. Pogolotti se afilia primero al surrealismo, después al abstraccionismo y, finalmente, al futurismo –le  subyuga la dinámica del mundo que vive –y habla de “la expresión artística de la revolución industrial”, y también al arte social. Pero nunca se dejó deslumbrar por ninguna pirotécnica plástica o verbal, ni tendencia. El iba tras la vida y la situación del ser humano en la sociedad…

En la urdimbre de su obra plástica existe, asimismo, un conjunto de claves que esclareció en su autobiográfico texto  Del barro y las voces (1968). Y caminan en esta muestra singular, donde sus imágenes (óleo/tela, lápiz, creyón, tempera, tintas…/ papel) conjugan numerosos elementos que le confieren efectividad comunicativa y valor imperecedero. Destellan significativas referencias a problemas vitales de los hombres, una fusión  del testimonio interiorizado y la imaginación, así como esa constante búsqueda a lo que denominó “depuración de la conciencia pictórica”. A ello se suman también los recursos clásicos y modernos del arte asumido en el proyecto personal, esas figuraciones tan suyas y hasta símbolos procedentes de la realidad histórica, sin olvidar el adecuado ajuste de lo emocional y lo racional, de la verdad y la poesía. En una frase, el propio creador, subraya, como máxima de su labor: “mi objeto es pintar la realidad humana en un paisaje social”.

Con todo ello, Pogolotti nos habla de esenciales contradicciones y avances del siglo XX, de la fisonomía  neocolonial de los años 20 y 30 cubanos, del pasado siglo, de esa dura materia del “paisaje industrial” contemporáneo, y del endurecimiento de los trabajadores explotados y lanzados, pues, a la lucha redentora… Ahí está la razón de la unidad, dureza/ternura, construcción rigurosa/misterio, que vibra en el estilo suyo, armado como una secuencia fílmica, provista de evidencia fotográfica y planteamientos estéticos de alto calibre. Esta, es precisamente, una clave importante de por qué, su trabajo artístico es una tesis. Amén que logró anticiparse a muchos aportes formales de la cartelística, del Pop-Art y de la Nueva Figuración.

 

 

Obra de Marcelo Pogolotti

 

CUADROS ENIGMÁTICOS, SUBYUGANTES

Entre tanto Arte del bueno, de cuadros enigmáticos, subyugantes, donde emerge el diálogo entre colores cálidos y fríos, la curvilínea suavidad de los contornos, la solidez de la composición en obras adelantadas a su tiempo, con protagonistas, también diferentes, provistos de un dinamismo excepcional, Pogolotti, sería al mismo tiempo, el primero en presentarnos a la máquina como “devoradora” de hombres, algo delineado por Chaplin en su famosa película Tiempos modernos… Como en una secuencia fílmica cruzan ante nuestra mirada las obras de la exposición, que son al mismo tiempo la historia personal –del artista-, y la historia del hombre –en su tiempo-. Marcadas por situaciones y la vida. Lavandera planchando (1925) abre el camino, El hombre de hierro(1931), Aguamarina 1931)… Buscando un lenguaje que pudiera interpretar el momento histórico que vivía apareció la serie Nuestro Tiempo “donde visualizaba el presente con una pupila fijada a la actualidad, desde todos los ángulos”: En busca de un dios (1930), Fascismo (1931), Aquí se trabaja para nada, (1931)… Corrían los años 30, según comenta el artista “un imperativo estético en coincidencia con el tormentoso momento mundial, me impuso una nueva orientación pictórica. Había que revitalizar el arte…”. El capitalismo (1934-35), Marcha ascendente, 1934-35, Fuerza de trabajo (1935), El matón, 1935, Cronometraje (1935), Barrio industrial (1938)… En ellos se patentiza el desenmascaramiento de la explotación de la clase obrera. Llega implícita la alienación… Y con ella, los diferentes rostros de la soledad que magistralmente muestra Pogolotti en dos obras: El intelectual (1937) y Evasión.

 

Obra de Marcelo Pogolotti

 

MUCHO MÁS

La actividad cultural de Marcelo Pogolotti abarcó diversos campos de acción que sobrepasan el legado que dejó en las artes visuales. Ya en la Patria, hacia 1939, descubre nuevas facetas creativas. La pérdida progresiva de la vista le hace buscar nuevos derroteros, pues era imposible persistir en la expresión plástica… Se abren para él nuevas veredas en la literatura y el periodismo, donde podía verter sus amplios conocimientos sobre filosofía e historia del arte. Entre otras obras surgen: desde La pintura de dos siglos (1944) hasta El camino del arte (1962). Mientras que en la narrativa entregó novelas como Estrella Molina (1946), La ventana de mármol,  y El caserón del Cerro (1961). Precisamente, la muestra se complementa con otra titulada Del pincel a la pluma, preparada por el crítico Israel Castellanos, en la que se exhiben publicaciones, artículos de prensa, documentos, cartas personales, entre otros testimonios reunidos en el Centro de Información Antonio Rodríguez Morey, del propio Museo. Un regalo visual que nos regala una amplia visión del inmenso artista.