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¡Buen viaje, Morante!
04July
Artículos

¡Buen viaje, Morante!

Morante, el Caballero, como siempre solía llamarlo, llegó un día a La Habana de la mano de su madre, procedentes de España, de donde tuvieron que emigrar finalizada la Guerra Civil. Y desde ese día todo para él cambió. No solo quedó asombrado por una «ciudad de verdad», como él mismo me contaba, llena de luces —hasta por gusto—, sino que en ella conoció a fondo el cine, del que ya era un apasionado (por culpa de su mamá) y se convirtió en un lector empedernido.

Disfrute de algunas de sus obras aquí: Homenaje a Rafael Morante

Pero también es aquí, en La Habana, donde descubrió su pasión más reconocida: el diseño, que supo acompañar inseparablemente con el dibujo. Fue amigo de Raúl Martínez, de Renilde Suárez, de Eloísa Lezama, de Luis Martínez Pedro, de Abelardo Estorino, de Salvador Patiño y Carlos Sánchez, de Héctor Zumbado…, quienes le abrieron las primeras puertas y lo formaron en Godoy y Cross y en Gusatella, de donde continuó hasta llegar a Nueva York para trabajar en AVON, el gran consocio comercial del cosmético de los años cincuenta. Allí tuvo la suerte de escuchar una conferencia de Ben Shahn que lo marcaría para toda la vida y que constituyó su influencia más directa. Después, conocería de cerca la obra de otros importantes diseñadores e ilustradores estadounidenses que terminarían por moldear su visualidad, entre ellos: Saul Bass y Saul Steinberg, y otros artistas de la talla de Milton Glaser, Henry Wolf, Andy Warhol, Mark Rothko y Willem de Kooning.

Pero llegó la Revolución y con ella la fundación de algunas instituciones paradigmáticas del carácter cultural de los nuevos tiempos. El Icaic se convirtió en su nueva casa y en ella realizó sus primeros y más significativos carteles para películas, jornadas y festivales, como el del Chaplin para la Cinemateca de Cuba o el de la película La isla desnuda, con el que obtuvo el Primer Premio de Cartel de Cine en el Festival Internacional de Cine de Moscú en 1964 y que apareció en el prestigioso Anuario internacional del arte del cartel Graphis Posters.

Sin embargo, su mente intranquila, su marcado sentido renacentista, lo obligaron a continuar y se fue a estudiar Dirección de Cine en el Instituto Estatal de Cinematografía de Moscú, donde compartió con grandes como Igor Talankin, Andréi Tarkovski, Mijaíl Romm y Serguéi Bondarchuk, y conoció a quien después sería su compañera en la vida: la doctora Teresa Blanco.

A su regreso en 1965, Morante se va a trabajar a la revista Cuba, que dirigía su amigo el escritor Lisandro Otero, donde marcará una época de alto diseño, de creatividad y de una constante innovación que definirán el ejercicio estilístico de su obra en esos años. Justo aquí se resuelve como un gran conocedor del mundo editorial, del que fue distinguido con creces en 1966, con el Premio del Diseño de Libros de la Casa de las Américas o con la concepción del antológico número Cien años de lucha (1968) de la revista Cuba, en cuya portada se utilizó por primera vez la imagen del Guerrillero Heroico de Korda.

Participó en la fundación y desarrollo del Instituto del Libro, donde pasó a trabajar como director artístico de la editorial Ciencias Sociales. También allí pudo experimentar sobre nuevos soportes y colaborar con otras casas editoriales como Arte y Literatura, Gente Nueva y la colección Huracán. Morante procuró seguir el mismo estilo de trabajo desarrollado en Lunes de Revolución. A su libertad creativa se le unió el uso desprejuiciado y atrevido de las ilustraciones, las fotografías y las tipografías como protagonistas de la historia. Y su limpieza, por la utilización de grandes espacios en blanco, convirtió su diseño en un elemento trascendente, revelador, que con el tiempo se volvió un paradigma.

Su ilustración editorial fue muy fuerte. No solo aplicó la máxima de que «a cada libro le corresponde una ilustración», sino que buscó descubrir nuevas maneras cada vez. En ocasiones, con solo un grupo de líneas finas, sobrias y estructurales, logró definir un mensaje claro y certero, como en un anuncio para Bacardí (1958), en el que rayó sobre un pequeño papel encerado el dibujo que después —igual que se le hace a un negativo—, agrandó en una ampliadora fotográfica. Solo al final le agregó el punto rojo. En otras, el pincel seco utilizado con precisión se convierte en el recurso gráfico fundamental o el empleo de una mancha suelta y temperamental, que no busca contornear sino establecer una relación entre la figura y el fondo. Y casi con el mismo sentido, aunque apropiándose de una solución que proviene del grabado, pintó en blanco sobre fondo negro, acentuando después solo algunas luces (algo que también exportó al cartel político). Su línea gráfica sufrió una evolución paulatina que se hizo ostensible luego, en las producciones de la OSPAAAL, con obras antológicas como: Power to the people (1971), Quien despoja a los demás vive siempre en el terror (1982), Cuba y Martí presentes en el Moncada (1983) y Por Las Malvinas (1984).

Si Morante es y tiene que ser reconocido como un pilar del arte gráfico cubano, también es justo destacar su producción literaria, su incursión valiosísima en el cómic, su ejercicio académico docente en el ISDi, la cátedra de Gráfica y Arte Digital de la Academia San Alejandro, la Cámara de Comercio, la Upec, la Escuela de Altos Estudios de Hotelería y Turismo de Cuba, el Hotel Sevilla, el convento San Juan de Letrán y la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino de Tucumán, el Diplomado de Edición de la Universidad de la Habana y del Instituto Cubano del Libro, la Universidad Tecnológica Federal del Paraná, en Brasil, el Instituto de Diseño Comercial de La Paz, el Colegio Universitario de Segovia y el Istituto Europeo di Design… y también como compositor de música instrumental —que hizo «en silencio» mientras soñaba sus novelas y sus cuentos—, que se armaba de acertijos y los volcaba en las partituras, sacándole sonido a sus recuerdos. No pudo pasar un día sin que pensara en ello, sin que dejara de traducir sus memorias y las convirtiera en piezas de extraordinaria emoción como: Lo que mal empieza, acaba mal (2009), Lo que ocurrió cuando se supo que todo había terminado (2009) o la canción La amarga flor de tus labios (2011), con versos de Antonio Machado: una ventana abierta al pasado.

Resumir una vida así no es una tarea fácil. Morante, como parte de esa «línea» que lo caracterizó y que siempre he insistido en definirla como La línea Morante, desarrolló una manera muy particular de vivir. Su metodología era sencilla: se establecía a partir de la mayéutica, del debate, del desarrollo de un pensamiento creativo, de la realización de muchos ejercicios y de la crítica colectiva de los resultados. De ahí su máxima: «un diseñador no puede conocerlo todo, pero debe saber de casi todo». Sin embargo, nunca quiso más reconocimientos que el cariño de los que sentía cerca de él, de aquellos que lo comprendían y lo secundaban en sus sanas locuras, en quienes le hablaban francamente y sin rodeos, en la sinceridad, en el trabajo, en la imaginación y en los sueños. Siempre fue un soñador y se despidió así, seguro de que mañana me invitaría a ver su mejor diseño. ¡Buen viaje, Morante!

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