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Sánchez Toledo: Glosas sobre un paisaje heterotópico
22August
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Sánchez Toledo: Glosas sobre un paisaje heterotópico

Palabras al catálogo de la exhibición personal de Gabriel Sánchez Toledo, por Píter Ortega Núñez

 

Melancolía es una expo valiosa por sobradas razones. En primer lugar, por la manera tan audaz con que aborda el género del paisaje, ya sea en su versión rural, urbana o marítima. En un contexto como el nuestro, tan acostumbrados como estamos a los lugares comunes de la intensidad de la luz y el colorido tropicales, el verdor de nuestros campos, etc., Gabriel Sánchez apuesta esta vez por el signo inverso: la opacidad, la neutralidad cromática, una atmósfera ensombrecida que pareciera alejarse del folclorismo y los muchos estereotipos que tanto daño hacen a buena parte de los paisajistas de nuestra isla, empantanados en peligrosas nociones de “lo cubano” como “postal de souvenir”. Gabriel nos dice que lo identitario va más allá de una palma real o un bohío, en tanto resulta un fenómeno mutable, cambiante, inasible. En sus obras se aparta de cualquier localismo, como bien apuntara en una ocasión el crítico cubano David Mateo, y nos presenta un paisaje desterritorializado, difícil de enmarcar en un tiempo y un espacio concretos. Y es ahí donde descubro sus mayores virtudes, en esa zona imprecisa y vaga que despierta duda, desconfianza.

 

Para lograr lo anterior, su operatoria se basa en crear efectos de extrañamiento partiendo de la conjunción o yuxtaposición de elementos pertenecientes a realidades ajenas entre sí, lo cual produce sugestivos “ruidos en el sistema”, y nos obliga a indagar más allá de la superficie. Es así que observamos numerosos tambores de música tradicional cubana avanzando por un ancho río (¿mar?), sin que sepamos hacia dónde van, ni por qué han emprendido la marcha, al tiempo que el título de la obra nos dice Conga Bye Bye. O bien divisamos una silla en medio de una espesa zona boscosa, en la cual la presencia humana ha sido sustituida por la figura de un cuervo (El orador). Entonces nos preguntamos: ¿qué hace esa silla al interior de una arboleda?, ¿adónde ha ido a parar el ser humano que la portaba?, y ¿cuál será el discurso que hemos de escuchar de ese enigmático cuervo? Muchas preguntas, y ninguna respuesta definitiva: no cabe dudas de que es ese el sendero del buen arte, aquel que nos sacude y despierta el pensamiento. No obstante, la figura del cuervo y su negro profundo se asocian habitualmente, en las mitologías populares, a la mala suerte, a destinos nefastos. Con lo cual el sentido de la oratoria y de la obra toda adquiere una dimensión especialmente provocadora.

 

El mismo efecto de extrañamiento tiene lugar también en la pieza titulada Secret Garden, en la que el autor presenta una antena satelital en medio de un paraje desconocido, inhóspito, cuasi fantasmagórico, donde la vida humana parece haber sido exterminada. Una ciudad en penumbras, quién sabe si de otra dimensión galáctica, cuya comunicación ha quedado obstruida. Cuál será el secreto de ese “jardín”, de esa arcana civilización, y cuál su código de intercambio lingüístico, son dos interrogantes que nos asaltan al contemplar el lienzo. Asimismo, en Último e-mail, una nave satelital se ha desplomado a la orilla del mar, mientras el título nos indica que ha tenido lugar la última comunicación posible.

 

También interesantes resultan los trabajos Llegué, vi, vencí y Espejismo. En este último se respira soledad, tristeza, desasosiego, melancolía. Y es ahí donde nos percatamos de la funcionalidad del nombre escogido para la muestra, en tanto funge como catalizador ideal de los mensajes que intenta transmitir el artista con sus obras. Mensajes que nos transportan a otro ámbito de la existencia, allí donde pasado, presente y futuro se funden, se hibridan en un contexto casi surreal.

 

Desde el punto de vista técnico, las obras de la exposición se tornan igualmente meritorias. Ya sea en los trabajos en acrílico o al óleo, Gabriel hace gala de una pincelada osada, irreverente, con predominio de los chorreados y las manchas provocadas por el diluyente sobre el material (véase El orador). Todo ello crea un entorno vaporoso para los objetos representados, un escenario preñado de neblina y misticismo, como si hubiese un velo imaginario que separa al espectador de las figuras, terminando estas difuminadas, imprecisas, desdibujadas.  

 

Se trata pues de una exposición relevante dentro del panorama de la pintura cubana actual, tanto por sus méritos estilísticos como por la pertinencia de las ideas que propone. Una muestra sencilla y contundente a la vez, donde nada sobra y nada falta. Enhorabuena.

 

La Habana, julio de 2012