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(Es)cenas lezamianas en el cine cubano
31May
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(Es)cenas lezamianas en el cine cubano

A propósito del VII Seminario Gastronómico Internacional Excelencias Gourmet -a celebrarse del 7 al 9 de junio en el salón Habana Café del hotel habanero Meliá Cohiba- Arte por Excelencias continúa con la sección en la que se proponen textos que develan los vínculos entre la cultura culinaria cubana y el arte de ese país.

 

 

Por: Frank Padrón

 

Lezama Lima, uno de nuestros grandes escritores como se sabe, era un exquisito gourmet. Y el cine cubano ha dado fe de ello reverenciándolo, dedicándole sencillos pero sentidos homenajes dentro de varios de nuestros filmes.

 

En Fresa y chocolate (1993, Tomás G.Alea/Juan C.Tabío ), cuando el proceso de acercamiento entre los diferentes personajes (Diego/David) va afirmándose y ganando terreno, ocurre la famosa «cena lezamiana» donde el gay católico amplía sus territorios digestivos, por  extensión, culturales y sociales, a la vez que va depurando y ensanchando sus sentimientos hacia el amigo (joven comunista, hetero). No deja de desearlo, pero si en los inicios el préstamo de libros y el «curso délfico» eran solo pretextos, carnadas para realizar sus fantasías, ahora aquellos han adquirido auténtico sentido de formación e instrucción.

 

El abundoso despliegue alimenticio y la exquisitez en los ingredientes de la comida (simpáticamente cubanizados o sustituidos para su contextualización) apuntan a esa ampliación en los objetivos iniciales del protagonista, a la consolidación de la amistad, al carácter adquirido por una relación que comenzó siendo un desigual y fallido combate erótico, transfigurado y mejorado en un sólido intercambio humano en sus más amplias gamas, donde la(s) diferencia(s) se complementa(n), lo distinto se iguala en las zonas, mucho más importantes, donde confluye.

 

Otra (es)cena  lezamiana aparece en el filme El viajero inmóvil (2008), de Tomás Piard (Ecos, Viaje de un largo día hacia la noche), homenaje de este realizador cubano al insigne escritor y a su novela Paradiso, en la que libremente se basa. El cineasta conforma aquí un verdadero experimento fílmico que desconcertó a muchos, pero al que no puede negársele originalidad en el inusual cruce intergenérico y la mixtura narrativa que emprende.

 

Piard superpone dentro de la  narración una línea fictiva (Lezama joven, desdoblado a la vez en periodista y ente que deambula por entre los fantasmas de su familia, trasuntada en los personajes del monumental libro) y otra documental (estudiosos, investigadores, colegas del novelista que disertan sobre su vida y obra). Uno de los puntos de intersección de estas líneas tiene lugar en una gran cena, a la cual acompaña también un narrador in off que vierte fragmentos literarios, o sea, otro plano del autor, el cual advierte, por ejemplo, sobre la pertinencia de no beber alcohol en las comidas mientras la cámara revela a los comensales ingiriendo jugos naturales. También se les ve tomando sopa y, finalmente, prestos a degustar un gran pavo que está siendo troceado por uno de los sirvientes, los cuales entran y salen tal ocurre en cualquier gran cena.

 

Como en otros momentos del filme, Piard logra un raro equilibrio en estos planos en los cuales lo denotativo y lo connotativo, los distanciamientos propios del documental y del método brechtiano; la elegancia de la ficción, la agudeza del ensayo y la calidez del testimonio se unen y alternan sin que nos percatemos de sus frágiles límites, en un resultado que solo alcanza un sintagma: buen cine.

 

 

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