Monet en Madrid, un viaje con el padre del impresionismo

Tiene París una joya que parece que se dedica a viajar. El Museé Marmottan Monet va sobre ruedas y viaja hasta Madrid para acercar a España las obras del pintor que da nombre a sus paredes.

Oscar-Claude Monet (1840-1966) cogió un amanecer y lo hizo su hijo. Sin él saberlo, y devorado por los críticos más exigentes y duros del arte, un sol que nacía a pinceladas cortas se convertía en la imagen de un nuevo movimiento. El impresionismo se escribía en el papel a partir de que Impresión. Sol Naciente se colgara en el interior de uno de los edificios del parisino boulevard des capucines junto a Monet o Renoir. Este bebé en pañales que el pintor acogía en sus brazos saldría en los libros de Historia del Arte años después. Aquel que miró al cuadro y dijo “el papel pintado en estado embrionario está más hecho que esta marina” - digamos su nombre, Louis Leroy- hoy en día tendría que observar la decoración del CentroCentro, ubicado en pleno corazón de Madrid. Así podría averiguar si la pintura de Monet, viajera por el mundo, sigue sin estar a la altura.

Esta impresión del artista no ha llegado hasta la capital, pero sí otras de gran relevancia. Con ellas, podemos trasladarnos a Giverny y vivir por un día en los jardines que vieron florecer las más profundas inquietudes del pintor. Un viaje de corta duración si vivimos cerca de la ciudad, que nos permite seguir con nuestros tiempos verbales y no tener que aprender el passé composé. Los famosos Nenúfares (1916-1919) son inevitablemente los protagonistas de la exposición, posan victoriosos en su cartel. Uno de los cuadros de su serie más reconocida ha llegado y no podemos evitar imaginarnos al pintor en sus inmensos y floridos jardines, pasando por su puente japonés y observando esta planta para convertirla en una obra maestra del plenairismo.

Pero CentroCentro nos permitirá ir más atrás aun en el tiempo. De repente estaremos sentados en un tren, en el año 1875, viajando a dónde más deseemos. La nieve, llena de luz, aún deja espacio para la oscuridad que deja la tierra en los meses de invierno. Podría ser un paisaje triste, pero la incesable luminosidad de Monet no nos permite imaginarnos una tragedia. La Locomotora podría suponer una vuelta a casa por Navidad, o una visita especial con la que arroparse del frío.

Si fuera primavera, el tren nos llevaría a un Campo de tulipanes en Holanda (1886). El molino que preside la pintura no se asemeja a los que hay a unos cuantos kilómetros de las calles madrileñas, allá por la Mancha. El norte de Europa los cambia, el paisaje amarillento pasa a estar rodeado de flores. Don Quijote se vería más abrumado aún observando las pinceladas de este cuadro. Pero se calmaría, el hidalgo dejaría de pelear con los trazos si volviera a Giverny. Esta exposición no se queda en un evento, en un periodo corto de la vida de Monet. Habla del comienzo de su trayectoria y se queda hasta los créditos. Iris (1924-1925) es un ejemplo de escena final. Su jardín fue su musa hasta los últimos años de su vida y estas flores se convirtieron en su último aliento. Nunca dejó el color, nunca dejó la luz. Madrid, a partir de septiembre, lo demostrará.

Más información en: https://www.monetmadrid.com/

Portada: Claude Monet (1840-1926)

Nenúfares, hacia 1916-1919

Óleo sobre lienzo, 130x152 cm

París, Musée Marmottan Monet, legado Michel Monet, 1966

Inv. 5098

© Musée Marmottan Monet, Paris