«Todo el mapa de nuestra América le pertenecía, y en cada país
era fiesta el día de su llegada»
Nicolás Guillén
Como “catástrofe nacional” calificó Nicolás Guillén la muerte de Ignacio Villa ocurrida el 2 de octubre de 1971 en México, la misma ciudad donde aclamaran sus primeros pasos en el arte. Completaba así un ciclo de su leyenda, nos recuerda el investigador Ramón Fajardo en el libro Deja que te cuente de Bola, publicado por la Editorial Oriente.
Han pasado cuarenta y ocho años de aquel desgraciado suceso. Hasta hoy e imponiéndose a las modas se escuchan temas del chansonnier criollo. En una Habana sin victrolas, ruidosa y “reguetoniana” se cuela su voz ronca y es casi imposible no erizarse de la cabeza a los pies.
¿Que Bola es puro sentimiento? Todos lo saben. Hasta diríamos (con permiso de los puritanos) que es un icono del movimiento contracultural. Rompió normas en un mundo donde, hasta hoy tristemente, ser negro, feo y homosexual no es gran ventaja.
Ante su tumba nuestro Poeta Nacional leyó lo siguiente:
«Bola de Nieve, hombre de flor, dignidad del arte y de la persona, erguido sobre obstáculos que lo convirtieron, como él mismo se calificó, en un hombre triste que siempre está alegre».
Y recalcó:
«Bola de Nieve fue un intérprete nacional de creadores nacionales, un creador nacional él mismo en sus interpretaciones arrancadas dolorosamente nuestra más íntima raíz. No en balde por ello, a lo largo de cuarenta años de presencia artística ante nuestro público y ante públicos extranjeros, supo entregar siempre un mensaje auténtico, un mensaje universal a fuer de ser nacional, criollo, mestizo, mulato, nuestro.»
Dueño de la fragua y del colmillo del jabalí, como lo describe Miguel Barnet en su Oriki para Bola de Nieve, el Hijo Ilustre de Guanabacoa seguirá siendo el preferido. Quizás no hubiese llegado a ciento ocho años de vida, pero sí durará otros miles.
Le puede interesar: