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Open Score: de la alta a la baja tecnología… y viceversa
12May

Open Score: de la alta a la baja tecnología… y viceversa

 

Por Héctor Bosch y Xenia Reloba

 

«La línea consta de un número infinito de puntos; el plano, de un número infinito de líneas; el volumen, de un número infinito de planos; el hipervolumen, de un número infinito de volúmenes... No, decididamente no es este, more geométrico, el mejor modo de iniciar mi relato.»

 

Se desborda la pasión borgiana por la infinitud, los desdoblamientos perpetuos. El texto, recogido en el relato El libro de arena, del volumen homónimo publicado en 1975 por el escritor argentino, inspira la obra que nos da la bienvenida a Open Score, uno de los proyectos colectivos de esta Oncena Bienal de La Habana, el cual ofrece una pluralidad de lecturas acerca del arte y la tecnología: ¿cómo dialogan, cómo interactúan, qué resulta de ese intercambio?

 

Con la pieza Libros de arena, el argentino Mariano Sardón «intenta reflexionar sobre la relación que establecemos con la información disponible en internet y las derivaciones que esto tiene. De alguna manera todos sentimos que, por un lado, tenemos el control de la información que manejamos a diario, pero a la vez suponemos que nos excede, que nos abruma y escapa a nuestra capacidad de asimilación», apunta.

 

En la pieza de Sardón «un programa busca automáticamente textos en la web en tiempo real y los pone en evidencia sobre la superficie de la arena, como metáfora de algo indivisible e infinito».

 

Para transmitir su mensaje, en línea con una de las más inquietantes preguntas del ámbito de la comunicación, elige nada más y nada menos que la complicidad de su compatriota Borges, quien en el citado texto hacía decir a uno de sus personajes que «ni el libro ni la arena tienen principio ni fin».

 

«La pieza articula una idea acerca de la temporalidad, sobre ese ritmo frenético donde podemos cliquear un montón de veces en pocos segundos para leer algo que luego dejamos y después volvemos a tomar», explica, y agrega que «también es una idea sobre la espacialidad, porque todo está confinado en un cubo de una tonelada de arena de las playas de Cuba», como si fuera «una manera de confinar lo infinito».

 

En otro punto de la relación arte-tecnología se ubica la pieza Test, del cubano Levi Orta. Elementos como un teléfono celular y una webcam se suman a otros reciclados de la cotidianidad para crear una bomba de humo programada que estallará a las 16 horas, a menos que el director de la Bienal de La Habana realice una llamada desde su teléfono personal. Ello, sin embargo, no impedirá que al día siguiente se reinicie el ciclo.

 

La diversidad de aproximaciones a la tecnología desde la propuesta curatorial de Open Score es evidente. «La exposición trata de sumarse a esa idea general de cómo las nuevas tecnologías y el lugar que ellas están ocupando en nuestras vidas cotidianas se suman y participan en la creación de imaginarios colectivos», dice Dannys Montes de Oca, una de las curadoras.

 

«¿Cuáles pudieran ser las formas en que las tecnologías se suman a la creación de imaginarios colectivos?», se pregunta y propone una respuesta general: «Transformando nuestros vínculos, nuestras relaciones, nuestros modelos de comunicación, y también convirtiendo muchos de estos resortes o mecanismos tecnológicos en espacio u objeto de reflexión desde lo estético».

 

«El arte y la tecnología están interactuando desde el principio de la humanidad, pero esta propuesta tiene que ver con una discusión sobre el arte de nuevos medios, y es que la gente piensa que el arte de nuevos medios es un arte high tech, o sea, que es sofisticado tecnológicamente», nos explica Luis Gómez, jefe de la cátedra de nuevos medios del Instituto Superior de Arte, y también curador de esta propuesta.

 

Adscrito a los que piensan que puede hacerse arte con nuevos medios a partir del reciclaje de la tecnología, Gómez propone un juego con el low tech y el high tech.

 

Se trata de uno de los subtemas de la exposición, apunta Dannys, y agrega que tuvieron en cuenta «que la Bienal de La Habana es un contexto destinado a la promoción del arte del Tercer Mundo», aunque incluyeron en la curaduría a artistas de países que tienen otra relación con la tecnología como Canadá, Estados Unidos o naciones europeas.

 

«Hemos querido poner en diálogo esos dos niveles o maneras de relacionarse con la tecnología, modos de producir tecnología, donde tan importante puede ser la investigación vinculada a la cibernética o la robótica como aquella que se basa en lo que llamamos tecnología de segunda mano», agrega.

 

La exposición «se mueve en un espectro grande de relación con la tecnología, ya sea de su devenir histórico, como en sus niveles de desarrollo económico», concluye, para ponernos en contacto con Camilo Martínez, integrante del colectivo Martínez y Zea (Colombia), que atrajo al público con la pieza Generador de valores, una suerte de máquina de escribir operada por una palanca.

 

«La principal motivación es la interacción y el valor de la interacción. Nos interesaba recuperarla como una forma de trabajo y decidimos hacer un dispositivo que le exigiera esfuerzo físico a la gente para producir un elemento que se pudiera llevar. A su vez, ese elemento está relacionado con la pieza después de ese esfuerzo, ya que cada uno de los impresos tiene un precio, y este depende del grado de interacción que la gente tiene con la pieza», nos comenta.

 

A partir de ese contacto que se establece entre el público y el artefacto presentado por los colombianos, se modifica el precio del resultado, pues también se trata de poner sobre el tapete «la relación entre el contexto económico del arte, y su vínculo con una estructura tecnológica, aunque sea básica».

 

La apariencia artesanal de la pieza, por otro lado, contrasta con los robots hiperactivos del canadiense Bill Vorn (Hysterical Machine).

 

«A nosotros nos interesa una relación un poco más duradera, que tiene más capas de sentido, que no se acaba en el museo, en el momento en que interactúas con la obra, sino que con el objeto que te llevas puedes estar verificando todo el tiempo el vínculo con el objeto que presentamos», confirma Martínez.

 

Siete artistas cubanos confluyen en Open Score, para confirmar que la tecnología es un medio, y que en su relación o no relación con ella hay una pluralidad de discursos estéticos. Ese presupuesto mueve a Lainier Díaz, quien con su obra Daisy, Daisy realiza un singular homenaje a Arthur C. Clarke y Stanley Kubrick, creadores en la literatura y en el cine, respectivamente, de ese clásico de la ciencia ficción que ha sido 2001: Una odiseaen el espacio.

 

«La tecnología al final es un pretexto que tiene que subordinarse a la idea del artista. Desde mi perspectiva, tomo un referente que fue un hito y trabajo con una tecnología que para el momento en que estamos es un poco obsoleta, un sensor de movimiento», explica Díaz.

 

Cuando pasamos a través del túnel ideado por Lainier, nos retrotraemos a aquel año –hoy (casi) remoto– en que un enigmático Kubrick retomaba el cuestionamiento original de la novela y especulaba sobre el día en que la máquina humanizada haría girar dramáticamente el destino de un ser humano que estaba dejando de serlo en alguna medida.

 

Entre videoinstalaciones, mecanismos sofisticados o reciclados de otra «era tecnológica», máquinas histéricas, túneles recurrentes y artefactos interactivos… Open Score propone una lectura abierta a otras muchas, juega con la infinitud borgiana y nos convoca incluso al gesto primario y prácticamente olvidado de la lectura, a cambio de una reciclada y recurrente Illusion.