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Vanidades y rizomas
06January
Artículos

Vanidades y rizomas

El observatorio de línea (Ediciones Unión, 2008) es un libro antiacadémico. Groseramente antiacadémico. Creo que es el libro más bohemio que he leído, y eso me fascina, no puedo negarlo. Elvia Rosa Castro se permite todas las licencias del mundo: numerosos neologismos, digresiones que ahondan en su vida personal de manera arbitraria y antojadiza, declaraciones en extremo egocéntricas. Elvia se mofa de las poses academicistas afectadas, pletóricas de encartonamientos y dobleces. Ofrece cientos de trompetillas a la frigidez crítica, a la asepsia escritural que en nombre de la austeridad y el tino están conduciendo nuestro ejercicio del criterio hacia terrenos de un enorme letargo, mediocridad, cobardía. Parece indicarnos a cada instante que dejemos los simulacros de eticidad, que este “mundillo” es de fieras, de piñas y cenáculos, de arribismos y frivolidades. Un mundo de farándula, en el que valen más la astucia y las relaciones personales que la inteligencia y el talento. Un campo minado donde, para salir airoso, se precisa de la megalomanía. “¿De qué vale escribir? Sospecho que nos sostiene la más pura y personalísima vanidad […]”, nos dice. Eso me parece genial, de una autenticidad sin límites. Claro, detrás de toda esa desfachatez, de ese descaro del lenguaje, hay un rigor interpretativo y una densidad filosófica de “a llorar que se perdió el tete”. La autora demuestra una descomunal habilidad para el desmontaje del alcance semántico de poéticas y obras, así como resulta impresionante su poder de asociación cultural, de engarce y entrecruzamiento de significados. Sólo alguien muy imbuido de los favores de la teoría y el pensamiento “duros” puede llegar a conjugar de una manera tan orgánica el registro más high con giros sumamente coloquiales, barrioteros, que frisan el desparpajo y la vulgaridad. El resultado final es prosa de una personalidad tan propia que perturba al lector, lo desestabiliza. Lo “funde”. Y también suscita envidias disímiles. Sanas y mezquinas. Elvia posee un estilo que la convierte en rara avis dentro del contexto insular, y eso no se perdona. Ni se perdona ni se tolera. Se trata de una prosa rica, que se disfruta con creces. La autora (eso de “la autora” ya me está dando cosa, no sé, me parece que estoy cayendo en la frigidez que impugné arriba. Ni un “la autora” más, Elvia y al carajo), que además es mi amiga, usa mayormente oraciones cortas, sin exceso de subordinadas, sin el vicio –tan frecuente en nuestro contexto– de adjetivaciones innecesarias, estériles. Y todo ello se agradece mucho, al igual que ese humor delicioso que se respira en los textos, sutil pero efectivo, funcional. Humor, ironía, sarcasmo. Irreverencia. Sobre todo irreverencia. Ya lo dijo Rufo con la lucidez que lo caracteriza: “Elvia es la Uma Thurman de ese Kill Bill que demanda la escena plástica cubana”. No le teme a nadie. Para ella no hay mitos ni autoridades intocables. Con el látigo en la mano, no entiende de concesiones, lo cual me parece de una valentía estremecedora. Aun cuando el “chuchazo” no viniera al caso, no importa. El tema es el coraje de colocar la sentencia en letra impresa. Tampoco le teme a la hipérbole. De hecho, le encantan los juicios categóricos, absolutos fascistoides, como ese relacionado con el dibujo de Adonis Flores de la serie “Arañados” (el de los inodoros), que por cierto, de entrada nos dice, para darse pista, que lo tiene en su casa. Ahí va el juicio que les digo: Esa misma obra fue rechazada en el III Salón de Arte Contemporáneo Cubano, en aquella sección que se ideó para la Fototeca de Cuba, “La idea dibujada”. Les puedo asegurar que ésta supera con creces todas, absolutamente todas las que allí se mostraron. Y que sufran los voceros de la mesura!!! No quiere decir esto que los textos de Elvia carezcan de rigor. Para nada. Ella es rigurosa en la medida en que se caga en la retórica del “rigor”, la “medida”, la “sobriedad”, consciente de que cuanto importa realmente es la solidez de la interpretación, y la calidad de la prosa. Los análisis en torno a las obras de Adonis son de una consistencia y claridad aplastantes. La lectura que hace de la pieza “Visionario”, por ejemplo, estableciendo nexos con las teorías del “panóptico” de Michel Foucault, resulta en suma reveladora. Luego nos dice: Los paradigmas mutan o se relajan. El destino se cuece en el ritual del juego y en la complicidad de los bares, no en concilios solemnes donde la hipocresía llueve a mares. A las poses, el guiño vasco; a la aparente mansedumbre, el chirriar de las cadenas y el sadomasoquista dolor/placer del látigo. Ésas son, en definitiva, las metáforas de nuestras vidas: la rebelión tras la máscara de la aceptación y la defensa de la individualidad tras la “jaula de hierro” de Max Weber, tras el yugo de lo general-social. El anterior es el penúltimo párrafo del ensayo (porque lo es, con todas las de la ley) “Rocío García. Proyecto para un exorcismo sincero de la nación”. Y es también una de las mejores cosas que he leído sobre la artista, escrito además con una belleza literaria fabulosa. Así que anímate, Elvi, que no hay motivos para llorar. Otro rasgo que tienen en común todos los trabajos del libro, es su aliento poscrítico. Elvia se va siempre por la tangente; sus aproximaciones son oblicuas, rizomáticas, descentradas. Nunca directas o frontales. Para ella la crítica es un juego, una descarga en la que confluyen anécdotas, narraciones literarias, chismes, divagaciones y jodederas de todo tipo. Digamos que toma sus objetos de estudio como meros pretextos o pies forzados para el lucimiento de sus virtudes escriturales. Y para provocar, claro está. En el texto sobre Ernesto Benítez, uno llega al final y apenas se ha mencionado al artista. La interpretación es adyacente, camuflada. Lo que sí queda muy claro es que estamos ante alguien que, además de escribir extremadamente bien, sabe un montón de filosofía, historia, antropología, teoría de la cultura. Aunque también aprendemos sobre la obra de Benítez, no hay que ser injustos. El resto de los ensayos es igualmente “de culto”, en especial “Puras conjeturas”, “Retorno a la utopía…” y “Mariano Rodríguez: el trasiego de las formas y la fijeza de su pintura”. Este último es de una valía tal que debió ser premiado en “Guy Pérez Cisneros” 2008. Que no haya obtenido ni una mención resulta ridículo. Tal vez por no tratarse de un aprendizaje sustentado en el didactismo burdo y esquemático, rígido. El de Elvia es el aprendizaje que duele, el que demanda neuronas audaces. El que me gusta, en definitiva. Sábado 22 de noviembre, 2008 Píter Ortega Núñez (Cuba) Curador y Crítico de Arte piter.ortega@yahoo.es