Pasar al contenido principal

Desde que llegó el 2019, en las redes sociales cientos de fanáticos—cada uno a su manera—evoca al genio que cumple en agosto cien años de nacimiento. Fotos, artículos, videos, comentarios bien elaborados (algunos con escasa precisión), inundan la web. Todos quieren demostrar la admiración que sienten por el hijo más famoso de Santa Isabel de las Lajas.

Hay muchas razones para que un cubano (no importa la edad) se sienta identificado con la personalidad de Bartolomé Maximiliano. No es un suceso extraño: cada país guarda en su memoria a los artistas más queridos y ese amor va transmitiéndose de generación en generación. Con el tiempo hay hechos que se exageran a favor de la figura y quien fuera un ser de carne y hueso pasa a convertirse en dios. Las cualidades humanas de Evita Perón, por ejemplo, la llevaron a ser un símbolo de Argentina, como también sucedió con Carlos Gardel. Las letras de Chabuca Granda influyeron en la identidad nacional de Perú. El sentimiento de José Alfredo Jiménez caló en el alma de los mexicanos, como también pasó con Juan Gabriel. Los movimientos sensuales de Elvis Presley hicieron de él un verdadero icono cultural en Estados Unidos y su compatriota Marilyn Monroe cambió el erotismo de ese país.

Con Benny sucedió igual o parecido. Así lo demuestra el investigador Jesús Gómez Cairo en un artículo publicado en la revista Tropicana Internacional, en 1996:

«Benny Moré dominó de manera tan intuitiva como espectacular la técnica de la comunicación escénica y ciertas formas de la construcción dramatúrgica mediante una gestualidad de inusuales efectos. (...) Sin proponérselo, Benny Moré gestó una tendencia, por no decir una escuela, en la creación e interpretación de la música popular y bailable. Tendencia que hasta nuestros días conserva el impacto de la contemporaneidad y la fuerza de la tradición.»

Para suerte de nosotros, los bennymaniáticos, las grabaciones de El Bárbaro sobrevivieron con muy buena calidad. En estudios, emisoras y archivos permanecen las guarachas, boleros y sones como prueba de su talento. Muchos de quienes lo conocieron llegaron hasta nuestros días para hablarnos de él: cómo era su carácter, cómo se comunicaba con la gente, por qué no se fue de Cuba, cuánto lo lloraron en todo el país…Ni los ritmos más modernos se tragaron su voz, nada pudo desaparecerlo. Es posible que en todo esto esté la fuerza de nuestros santos africanos. Ellos nos ayudaron a mantenerlo vivo, con sombrero y bastón.

Pero los bennymaniáticos sentimos que se pueden hacer otras cosas. No basta con una escultura en Cienfuegos, aquella hermosa obra teatral de Alberto Pedro o la película de Jorge Luis Sánchez…Nos parece justo también que se investigue más sobre otros aspectos de su obra, que los musicólogos expliquen una y otra vez el porqué de su brillo en la escena, los colores de su voz, la labor como compositor, por qué fue un caso extraño de la música cubana…

Es importante asesorar con precisión, tino y celo cada homenaje discográfico. No puede suceder que por el apuro o el deseo de colgarse de su nombre y de su fama se hagan producciones mediocres. Si algo caracterizó a Benny Moré fue su pasión obsesiva por la perfección musical y quien no cumpla con este mandato, quedará en el camino.

Así sentimos y creemos los bennymaniáticos de hoy y así pasará mañana. El buen cantor de Lajas es símbolo de Cuba. Y ya se sabe cómo se defienden los símbolos en este país.

Le puede interesar: 2019: año del centenario del Benny Moré