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Con ponche de San Juan
08April
Artículos

Con ponche de San Juan

DESDE VENEZUELA

 

En la Plaza Bolívar de Barinas, como en cualquier ciudad de Venezuela, se sucede cualquier tipo de evento, desde un solitario estudiante que aprovecha la generosa gratuidad del wifi, un grupo de personas que se reúne para compartir sus prácticas espirituales, un ensayo de alumnos de la escuela de música o un maratón de lectura colectiva, hasta los actos públicos y patrióticos que auspicia la Gobernación. Por entre el agitado hábitat de las iguanas, y la imponente presencia de El Libertador, las personas atraviesan sus ramblas, se recuestan en sus incómodos bancos o se detienen instados por la curiosidad de ver qué pretenden decir los que interrumpen la paz de los reptiles.


Allí la Casa de Cultores,  antigua cárcel de Barinas, ubicada justo frente a la Plaza Bolívar, celebró el Día de San Juan con el apoyo musical de la agrupación Tambores de Yemayá, un producto neto del trabajo de la Misión Cultura en el estado llanero, como lo recalcaban sus integrantes con orgullo. Coplas de los llanos e improvisaciones recibían a quienes desfilaban con la esperanza de pedir por su salud, mejorar su futuro, derrotar enemigos o poderosos peligros, implorar sabiduría  o simplemente saborear el ponche de San Juan que, según me aseguraban los presentes, tiene variantes en Barinas. Los barinenses —lo iba a comprobar después y reiteradamente— ostentan un orgullo regional de fuerte personalidad.


El ponche de San Juan se prepara con huevos, leche, canela, nuez moscada, arifú (masa de maíz con leche y aguardiente) y azúcar. Una vez que se baten los huevos en un molinillo hasta conseguir una masa de regia consistencia, se cocina el resto de los ingredientes, en una mezcla a fuego lento. Cuando se le agrega a esa mezcla el maíz tostado, se añadirá además la argamasa de los huevos batidos. En Barinas, insisten mis interlocutores, los huevos se mezclan con fororo y licor. El fororo es un atol de harina de maíz cariaco con leche, canela, nuez moscada, azúcar y una pisca de sal que se sirve y se toma caliente. Y aunque el ponche barinés que allí probé era servido al tiempo, timbraba en el calor de la mezcla.


Por la Plaza Bolívar, y ante la Casa de Cultores de Barinas, en la que se apostaba el asombro curioso de mis ojos, desfilaban las personas con sus ponches de San Juan en vasillos de plástico, sin contenerse al ritmo del tambor o al contagio del canto. El santo bailaba sobre la cabeza de los asistentes que pagaban promesas, rogaban o simplemente se comunicaban de ese modo con el influjo cultural que alrededor del santo se produce. Los pañuelos de diversos colores se acoplaban a ritmo de tambor y cintura, y acompañaban a aquellas que tomaban el altar para hacerlo danzar en sus cabezas. De mano en mano, de cadencia en cadencia, el Día de San Juan fue también maratónico en Barinas, mientras las personas seguían su paso habitual por entre los sobrios vericuetos de la Plaza Bolívar, incluido el gobernador, Adán Chávez, quien concluyó su acto cívico, se subió a su caravana de autos y abrió las ventanas para aceptar el brindis del ponche de San Juan que, en vasos de plástico, al paso le ofrecieron.
La tradición quedaba así transculturada, actualizada en la vida cotidiana del que pide y aspira, del que ruega y espera, del que disfruta y se asombra.


Al probar el ponche, bajo la tenaz insistencia de los nuevos conocidos y amigos, sentí que por mi pecho bajaba una especie de torrente, con la estridencia del huevo y el metálico son del aguardiente. Y los tambores, las coplas y seguidillas llaneras me instaban a pedir, a conversar al menos con la figura del santo que se mecía sin descanso ante mis ojos. Y así, cámara en mano, dejé en el aire sano de la Plaza Bolívar de Barinas mi ruego de esperanza y salud para el futuro.