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El interminable camino del nunca acabar
10January
Artículos

El interminable camino del nunca acabar

«El arte ha de funcionar con los sentimientos,

con la expresión suprema del sentimiento,

sin buscar valores prácticos, ni ideas,

ni la tierra prometida».

Del Manifiesto Suprematista

 

cartel de Laberintos Urbanos

 

Más que la representación mental de alguna cosa percibida por los sentidos, para Eco la imagen no es más que un remedo de lo ya previamente percibido, que el cerebro se encarga de registrar y clasificar según convenciones gráficas y códigos de reconocimiento. Así, en un ejercicio inteligente de percepción-cognición, Arturo Wong Longchong (Yaguajay, 1961), intenta hacernos entender muchas de las «cosas» que se encierran detrás de una aparente figuración abstracta, de colores muy bien seleccionados y dispuestos.

En su obra hay varios ejes estructuradores que definen la intención de su operatoria: primero, parte de una realidad depurada en el ejercicio constante y paciente de hacer y rehacer, como un caligrama perfecto que se ha autoimpuesto; un camino transitable donde se transmuta la incertidumbre de lo imposible en posible. Segundo, nos cuenta historias donde se refleja, claramente, una pasión constructivista en la que podemos reconocer una fascinación por la representación cenital, que lo lleva a lograr abstracciones inspirado en las imágenes que se derivan de estos «paisajes aéreos».

Ninguna de sus pinturas ni de sus instalaciones pasan inadvertidas para quien las observa por primera vez. Tampoco sus obligados debates artísticos, donde explora todos los aspectos posibles de la «construcción» de una obra de arte. Al igual que Rodchenko, Moholy-Nagy o El Lissitzky hicieron con sus fotografías, las incursiones de Wong en lo abstracto nos obligan a ver su punto de vista, su «cámara», que ubica en la posición más conveniente, como si fuera un ingeniero visual, en tanto el arte es una actividad del ojo humano.

El desarrollo de Wong hacia la abstracción encuentra su justificación teórica en la obra de algunos de los principales exponentes de esta corriente. Sin embargo, él, como muchos otros artistas, crean desde la realidad y no solo bajo el impulso de lo abstracto, donde la mancha gestual, la espontaneidad o el laissez faire generan un resultado visual esperado: él establece una operatoria desde la indagación, para luego revertir el proceso de construcción y deconstrucción de la imagen, algo que ya anotaron los postestructuralistas en sus convenciones de cómo «leer una obra de arte».

Pero Wong no es ajeno a estos presupuestos, como tampoco descarta la influencia de la escuela de Weimar y la Bauhaus, pilares indudables de la experimentación y a la que reconoció en la serie Habana-Bauhaus. Sus series asumen un conjunto de premisas formales, como la síntesis de la imagen, el dibujo de una línea perceptible y dialogante, la economía del color, la mancha controlada a partir del uso de plantillas, la factura impecable… y, también, el influjo de la reconstrucción, haciendo un guiño al objetivo bauhausiano de la «sociedad ordenada» y a ese intento de Schlemmer de crear espacios a partir de formas geométricas, que nos obligan a movernos como si fuéramos parte de un escenario.

Wong ha querido eliminar lo naturalista en función de una depuración consiente. Por eso no teme a eliminar aquello que se interpone en el camino de la expresión del «arte puro», al que aludió Mondrian. Su obra ha evolucionado desde lo simbólico hasta lo abstracto, reduciendo con esto su paleta a colores primarios y en algunos casos, a la relación evidente entre los complementarios o los análogos. Y en este impulso por buscar el «arte puro», despojado de lo particular, se crea formas que pueden ser leídas desde la subjetividad individual, advertido de las limitaciones que esto entraña, porque lo importante es romper con la tradición dogmática más general del abstraccionismo: mover el conflicto de lo individual a lo universal.

La obra de Wong hace caminos transitables al reconfigurar el sentido místico del laberinto. Nos enseña a no temerle al dibujo de patrones, incluso cuando estos se asemejan a grabados y collages, y revisita la relación primaria que vincula las formas geométricas básicas con los colores más puros y su armonía en el espacio (que también desarrolla con sus huacales, los que complejiza hasta llegar a una suerte de expresión pura). Sus pinturas tienen una fuerza inmanente en lo sintético-representativo y sus instalaciones nos aproximan a una estética de significación compleja, contenidista. Ambas traslucen una marcada pasión por los entramados estructurados, por las redes y las retículas, por la superposición de planos, por la arquitectura suprema del sentimiento… y, también, ¿por qué no?, de la tierra prometida del arte.

En portada: Obras de la muestra "Laberintos Urbanos" de Arturo Wong Longchong durante el proceso de montaje