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Érase una vez un comediante y un jóker
26December
Artículos

Érase una vez un comediante y un jóker

Justo en el mismo año en que brota del ingenio del director de cine Todd Phillips la película El joker, asistimos a la herejía del artista contemporáneo italiano Maurizio Cattelan con su obra Comediante, incluida en la más reciente edición del Art Basel en Miami. Desde puntos de vista diferentes, pero convergentes a su vez, se han convertido en dos de las obras más controversiales del año 2019. Por un lado, la anarquía como componente liberador y, por el otro, cinismo y provocación al estatus del arte. Dos propuestas incendiarias e irreverentes que socaban las bases de la sociedad capitalista.

¿Quién habría podido imaginar que una obra de arte conformada por plátano y cinta adhesiva pudiese ser tan significativa? No hay que subestimar el poder de una idea sembrada e irrigada desde el pensamiento crítico, o al menos eso es lo que solapadamente deja entrever la polisemia artística que genera la acción en sí. La instalación de Cattelan es un plátano adherido a una pared con cinta adhesiva, dispuesto de tal forma que simula una sonrisa efímera, desde la propia naturaleza orgánica de la fruta. A su vez la banana puede ser considerada como un símbolo del comercio mundial. Cattelan —quien alcanzó gran popularidad internacional en 1999 gracias a su obra La nona ora (La abuela reza), en la que se representa el impacto de un meteorito en una estatua de cera del papa Juan Pablo II y que se exhibió en la Art Basel de la ciudad suiza de Basilea, la primera de estas ferias— es uno de los artistas conceptuales más influyentes a nivel internacional, y está acostumbrado a general polémica. Entre sus actos de cinismo más memorables recordemos la réplica en oro que hizo de un inodoro, titulado, por si fuera poco, América.

Si nos situamos en el contexto del arte contemporáneo, donde populan los nombres de artistas legitimados, como es el caso del propio Cattelan, las grandes galerías, el show mediático disfrazado de arte, mucho decorativismo colorido que llena los propios espacios de Art Basel Miami Beach, todo ello establecido y regulado por el siempre caprichoso mercado del arte, no es de extrañar que fuera recibido y aceptado este sketch. Sería ingenuo pensar que el propio comité organizador no tenía idea de la trascendencia de la provocación una vez que fuera exhibida. Hablamos de la obra de un artista continuador de la transgresión de Duchamp, por lo que constantemente van a estar poniéndose a prueba los preceptos del arte y el mercado. Igualmente, Perrotin Gallery, la prestigiosa galería que lo representa, constituyó una fuerza a su favor.

De esta forma se lanzó el anzuelo al mercado con la expectativa de que alguien mordiera la carnada. ¡Y vaya si sucedió! La primera edición de la obra es comprada por la cifra de 120 000 dólares, comienza a generar inquietudes y con ello se desata la puja de excéntricos personajes que buscan pasar a los anales de la historia del arte como la figura que compró Comediante. La segunda edición mantiene el precio y ya la tercera aumenta su valor hasta 150 000.

No nos dejemos engañar: comprar este tipo de obra legitima y reconoce el nivel social y económico de quienes la adquieren, y eso es poder. ¿Hubiera sido adquirida la pieza si tuviera coste cero o el valor de la fruta en un mercado cualquiera? Para colmo ni el propio artista concibió cómo sería después la conservación de su obra, tan efímera como insultante para el mundo del arte, que se atraganta y no logra digerir el concepto. ¿Acaso una idea de esta índole, generada en el terreno artístico, se puede comprar? El mercado y sus ambiciosos tentáculos se aferran a pensar que sí y, por tanto, pretenden encerrar en valor monetario una idea. Desde Duchamp sabemos que su urinario, amén de que actualmente adquiera valor el objeto físico por las diatribas del mercado y el apego humano a lo material, no fue la obra en sí, sino el gesto, la idea. Y eso nadie lo puede comprar, es invaluable.

Superado este escoyo, adentrémonos en el porqué de la trascendencia de la obra para un público especializado. Cattelan acepta el juego legitimador del mercado del arte y lo hace desde el mismo momento en que decide presentar su pieza para Art Basel Miami Beach. Todo lo exhibido en esta cita anual es mercancía y está legitimado como arte, por tanto, el artista se deja poseer por el sistema —entiéndase este como el conjunto de las normas rectoras de la vida económica, social y política de la sociedad capitalista— y planta su cara con una «risa aplatanada». Como buen «comediante» manipula, actúa, finge lo que en realidad no siente o sí —solo él lo sabe— para conseguir un fin: socavar el sistema con sus propias armas. El resultado confunde. Por un lado, ha aceptado el mecanismo del mercado para legitimarse y posicionarse. Por otro, utiliza, subvierte y ridiculiza los preceptos mercantiles que dominan a su antojo la institución arte. No bastó con el mazazo de Duchamp: hay que volver a recordar que una idea de esta naturaleza es invaluable.

El mercado todo lo absorbe, y el arte no ha quedado inmune a su avaricia. Cattelan le ha brindado al señor todo lo puede, dinamita pura. La actuación fue meritoria para el Oscar, galardón otorgado por la industria hollywoodense, que el artista, cínico e irreverente como es, lo hubiera aceptado —de ser posible— para seguir riéndose en sus propias narices. La cuestión aquí no radica en preguntarnos si es arte o no. Para algunos lo será, para otros no será más que una estafa y otra burla a la inteligencia humana. Cattelan ha plantado su obra —nunca mejor dicho— en Estados Unidos, el mayor mercado del mundo, no solo de arte. Por supuesto que, si esto lo hubiera hecho un artista desconocido, en otro contexto, nada de esto hubiera sucedido. Luego de quince años sin participar en la Feria, vuelve a la palestra del arte y aprovecha el tirón mediático y su influencia en el mundo del arte.

Los caprichos del destino hacen coincidir en tiempo y espacio dos obras mayúsculas que apuntan a una honda reflexión sobre el sistema capitalista, ejemplificado y estandarizado a través de la sociedad consumista estadounidense. Comediante lanza el gesto provocador, aviva la llama sobre la cultura vacía del mercado y su desmedido consumo.

En la misma hoguera Todd Phillips hace arder los cimientos del sistema con su joker. El filme cuenta la historia de Arthur, un pobre perdedor con inestabilidad mental, víctima del sistema y al cual la sociedad se ha encargado de tratar como basura. De esta podredumbre emerge el joker, la representación de la muerte del orden preestablecido en la sociedad capitalista. Arthur es víctima del sistema que lo rechaza y le niega la atención médica. Es un despojo que no tiene cavidad en la sociedad actual.

El triste personaje, representado por la descomunal actuación de Joaquín Poenix, tiene el afán de convertirse en comediante, de llegar a esa cúspide del éxito que vende el American Dream. La realidad se encarga de ponerlo en su sitio: el trastorno psicológico de Arthur desencadena en la rebeldía y el desorden. El payaso poco a poco se convierte en un ser sórdido y desequilibrado que lo mismo es víctima que victimario asesino.

La locura, producto de la enajenación del sujeto en la sociedad capitalista, es un tema recurrente en la gran pantalla desde que Charles Chaplin, con sus Tiempos modernos, se encargara de representar el fenómeno. A partir de este referente, el joker es otra víctima de las circunstancias actuales de la sociedad estadounidense. En la película, el guasón, como también se le conoce en Hispanoamérica al personaje proveniente del cómic, expresa sus trastornos a través de la risa incontrolable. Este elemento se transforma en un gesto provocador e irritante que llega a configurar la definitiva imagen del payaso. Así el largometraje se torna más incómodo a cada momento y pasa del universo de ficción al reflejo de la realidad.

La trama de la película, por su parte, presenta la secuencia climática cuando por fin la imagen del joker se multiplica en Ciudad Gótica —escenario de ficción donde se desarrollan los hechos en el filme—, la rebelión se apodera del entorno social y reina el caos. En una secuencia impactante, el director sacude al espectador: el joker atropellado se levanta del suelo y esboza en su cara una sonrisa con su propia sangre. Impregnemos nuestras retinas con esta imagen y percibiremos los puntos en común de dos creaciones: Comediante, de Maurizio Cattelan y el joker de Todd Phillips. ¿Qué es el joker? Es un comediante que, al representar su papel, cometió la herejía imperdonable por el sistema capitalista: se salió del guion que establece las bases en el trabajo, el mercado y el consumo. Tanto Cattelan como Phillips han vertido nitroglicerina pura sobre el orden capitalista. Sus procederes son sintomáticos del arte contemporáneo, donde el cinismo se ha convertido en un arma de doble filo.