Pasar al contenido principal
Fresa y chocolate, 20 años
20December
Artículos

Fresa y chocolate, 20 años

Aquella noche inolvidable de diciembre, en la que más de cinco mil espectadores asistían casi atónitos, en la inauguración del XV Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, al estreno absoluto de Fresa y chocolate en la sala del teatro Karl Marx, cumple 20 años. Son muchos años para una película si al cabo de ellos perdura en la memoria de la gente. Un aplauso alegre y nervioso, de aprobación y gratitud, cerró aquella proyección; y los directores, Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío; y los actores principales, Vladimir Cruz, Jorge Perugorría y Mirta Ibarra, subieron al escenario a compartir con todos la felicidad, y con ello la película inició su recorrido por las salas cubanas y la de numerosos países y prestigiosos festivales.

 

El filme tenía para el público un significado que superaba lo artístico. Ayudaba a cerrar una herida, y reafirmaba el valor y la necesidad de la crítica al interior de la sociedad cubana. En su nacimiento, Fresa y chocolate conquistó el premio del jurado del Festival de La Habana, el de la crítica, el del público y el de la Iglesia Católica, y con ese bautizo salía al mundo, donde muchos premios y afecto la esperaban. Ni siquiera a aquellos a quienes no les gustó --no como cine como concepto de arte-- se atrevieron a manifestar su desacuerdo.

 

Una obra que trata sobre la amistad, la diversidad del ser humano, la relatividad de cualquier punto de vista y el derecho de las personas a expresarse libremente en una sociedad revolucionaria  --justamente por serlo--, no solo se correspondía con el sentimiento mayoritario de los cubanos sino también con la necesidad de  reafirmar ese principio en las circunstancias que vivíamos en aquel difícil 1993. 

 

La propia película es una historia de amistad, aquella que logró Tomás Gutiérrez Alea (Titón), paradigma de intelectual y artista cubano de la segunda mitad del siglo XX, al reunir en torno suyo a un equipo dispuesto a seguirlo en la aventura.

 

El primer acto de esa amistad lo protagoniza Juan Carlos Tabío, que al pedido de Titón, debido a la enfermedad que lo sorprendía, abandonó su propio trabajo y asumió el del compañero y maestro. La discreción de Tabío ha hecho que su participación se haya subrayado más como camaradería o colaboración cuando se trata de una co-dirección total, definitiva para el carácter del filme y el éxito que logró frente a públicos muy diversos. Juan Carlos no solo prestó un apoyo práctico, indispensable para la realización del filme, sino que, entreverando su estilo con el de Titón, marcó la película con la calidez y empatía propia de toda su obra, en la que las ideas tienen tanta importancia como la comunicación. En Tabío, Titón no solo buscó al amigo dispuesto a echarle una mano, sino al creador preciso para compartir el alma del proyecto.

 

Fresa y chocolate es también una película de actores, porque historia y personajes destacan en ella. Jorge Perugorría y Vladimir Cruz, entonces muy jóvenes, rindieron una labor memorable, aportaron además de su talento, simpatía y calidad humana y devinieron en algo así como embajadores de nuestra cultura. Mirta Ibarra, fue una estupenda intérprete de Nancy, como lo había sido antes en Adorables mentiras (Gerardo Chijona, 1992) y tuvo la oportunidad natural de trabajar más cercana que nunca con Titón durante toda la experiencia del filme. Los demás actores principales –Francisco Gattorno, Marilyn Solaya, Joel Angelino- en sus apariciones breves pero intensas, apoyaron la película son frescura y profesionalidad y encontraron en ella un punto de inflexión positivo para sus carreras.

 

Siempre se dice que el cine es obra colectiva, pero en este caso lo fue de modo especial y perdura en la memoria de todo el equipo como una experiencia de vida entrañable en torno a la figura de Titón. Camilo Vives y Alfredo Guevara no quedan al margen. El primero, tras declarar jocosamente que lo que gustaba del guión era que no llevaba combustible ni madera, hizo maravillas con los tres centavos de que disponía. A Alfredo le tocaron las espinas y bordó la colocación del filme y supo protegerlo y abrirle camino en el complejo entramado de la sociedad cubana en aquella época.

 

A continuación vinieron los festivales, los premios, el recorrido mundial, pero nada que supere el apoyo del público cubano desde el primer instante. Con su aprobación y aplauso, hizo intocable y perdurable la película. Y sin dudas eso ha sido lo mejor de todo.