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Jazz hecho hoy por cubanos: igual y diferente
22September
Artículos

Jazz hecho hoy por cubanos: igual y diferente

Nadie que sea un estudioso del acontecer musical cubano de los últimos años, podría ignorar el buen momento que en el presente vive el jazz hecho por cubanos, tanto en el país como en el seno de la diáspora, y a lo cual ha contribuido de modo especial la celebración del festival Jazz-Plaza y, más recientemente, del concurso Jo-jazz. No voy a extenderme mucho en relación con el tema dado que al respecto puede encontrarse enjundiosa bibliografía, como la escrita por el saxofonista, investigador y periodista Leonardo Acosta. Sí deseo apuntar que ni los furibundos optimistas entre los asistentes a la Sala Teatro de la Casa de la Cultura de Plaza en febrero de 1980, podíamos imaginar que aquel casi clandestino primer encuentro de los jazzistas del patio, organizado por Armando Rojas y Bobby Carcassés, devendría uno de los festivales más esperados por músicos y público en general.

Quizás a manera de símbolo de cuanto bueno habría de ocurrir en lo adelante, la primera fiesta de los jazzistas cubanos fue ocasión propicia para que en un mismo escenario compartieran el espacio tanto los renombrados como los noveles exponentes del jazz nacional. Los festivales realizados desde entonces han evidenciado la irrupción sucesiva a la escena local de una generación emergente de creadores que hoy hacen música cubana evolucionada hacia lo contemporáneo, a partir de concepciones tímbricas bien modernas y estructuras acordales complejas, infrecuentes en el medio local hasta los ochenta.

Casi treinta años después de aquella revolución que significó la irrupción a la vida cultural de la generación de músicos de los ochenta, en los nuevos talentos locales (descubiertos en la mayoría de los casos gracias a las emisiones del Jo-jazz, o sea, el festival para jóvenes jazzistas que se celebra desde 1999), por encima de las lógicas diferencias estilísticas entre ellos, se aprecian elementos comunes. Así, a la hora de rastrear el referente de influencias en estos muchachos, ya resulta imposible buscar sólo en lo nacional sino que hay que mirar hacia lo foráneo.

De tal suerte, los guitarristas locales han bebido más de figuras como John Scotfield y Pat Metheny que de los cubanos Juanito Márquez y Carlos Emilio Morales. Los trompetistas resultan herederos de Roy Hargrove y Winton Marsalis antes que de Luis Escalante y Leonardo Timol, mientras que cada vez son más los pianistas que renuncian a acudir solo a los clásicos tumbaos de la música cubana y a las claras se identifican con lo mejor del jazz contemporáneo, en particular el de origen europeo. Sin el menor prejuicio, todos estos músicos echan mano a elementos melódicos, armónicos y tímbricos legados por la cultura universal.

En una entrevista realizada al pianista Harold López-Nussa, cuando la periodista Yinett Polanco le interroga a propósito de la existencia de diferencias entre lo hecho por la joven generación de jazzistas cubanos y lo llevado a cabo por los maestros precedentes como Chucho Valdés, Bobby Carcassés o Ernán López-Nussa, el novel pero ya laureado músico respondió:

“Felizmente creo que se está consolidando una vertiente de músicos jóvenes interesados por el jazz y por hacerlo seriamente, estoy contento de formar parte de este momento debido a la interacción que esto provoca entre nosotros, el hecho de aprender unos de otros y evolucionar constantemente es genial. Hacer una música distinta a la que han hecho estos grandes jazzistas que mencionas y a su vez a otros grandes antes de ellos, es un reto enorme, pero de esto se trata precisamente, de encontrar la forma de expresarte con tu identidad propia, mientras más generaciones existan, más difícil será encontrar un modo diferente, y este es el mayor encanto que tiene hacer música hoy en día, definir tu estilo propio que al mismo tiempo está nutrido por otros de tu generación y de las que te antecedieron.” (1)

No obstante, como afirma Fabián Alfonso:

“Lo que no varía, ni parece que lo hará en mucho tiempo, es el sentido de la orientación de la raíz. Se le pueden añadir muchos formantes, se pueden asimilar innúmeras influencias, es posible ponerles tantos apellidos como se quiera a esas fusiones, pero la marca será siempre la afronorteamericana, en ese estado de libertad e improvisación que trascendió el gesto insumiso de una comunidad marginada.

En Cuba, los jóvenes jazzistas tienen conciencia de ello y, por supuesto, de lo que significó el revolcón del jazz con los géneros y ritmos vernáculos y caribeños.” (2)

Es importante señalar que en la actualidad, los caminos por los que apuestan nuestros jazzistas se están diversificando de manera ostensible. A mi parecer, existen dos grandes grupos: los que parten de lo cubano para llegar al jazz y los que actúan en un sentido inverso. En ambas tendencias uno puede encontrar diversas ramificaciones.

Por mucho tiempo el jazz fue caracterizado como una expresión artística típicamente estadounidense y las narrativas construidas en relación con su historia giraron en torno al devenir del género en USA, a pesar de que desde sus inicios se desarrolló más allá de las fronteras de la nación norteña. Lo acaecido con la manifestación resulta ejemplo de la tendencia transnacional de hibridación cultural que ha estado ocurriendo a partir del propio instante en que hubo jazz.

En dicho ámbito, el jazzista cubano de nuestros días tiene que ser ubicado dentro de un contexto internacional de influencias, préstamos, innovaciones e intercambios musicales. Para mí está claro que a estas alturas del siglo XXI, la comprensión del jazz en su doble condición de fuerza sociocultural y lenguaje musical, no puede limitarse a que se le perciba sólo como un arte nacional, expresión de experiencias y características de un único territorio y autónomo de consideraciones de políticas globales, poder cultural e identidad territorial.

En una época en que el mundo se encoge cada vez más, por el contrario de lo que algunos pensaron en determinado momento y que vieron en el jazz un agente de colonialización o dominio cultural, el mismo –en vez de barrer la siempre deseada y necesaria diversidad, en casos como el cubano ha proporcionado un mecanismo para que el músico se reconozca e identifique con tradiciones sonoras locales. Ejemplo de lo anterior se halla en los numerosos trabajos que instrumentistas nuestros han llevado a cabo con miras a hibridar el danzón y el jazz.

Otro rasgo importante que vale la pena destacar es que hoy, tanto dentro como fuera del país, comienza a producirse una gratificante diversificación en las propuestas de los jazzistas cubanos, algunos de los cuales ya no transitan únicamente por los terrenos del jazz latino o afrocubano, como prefiere llamarlo el investigador Leonardo Acosta. Así, de un tiempo a acá, han aparecido varias producciones discográficas que utilizan los códigos y el lenguaje del jazz eléctrico o jazz fusión y del free jazz, vías de expresión que hasta hace poco en Cuba eran mal valoradas por los medios de comunicación, el público y los propios músicos. El sello que inicialmente marchó a la vanguardia en este sentido fue el desaparecido Unicornio, que brindó la posibilidad a varios artistas para acometer proyectos de tal índole. En la actualidad, la continuidad del trabajo comenzado por Unicornio está en manos de la discográfica Colibrí que, al abrir la colección denominada “El joven espíritu del jazz cubano”, se ha lanzado en un ambicioso plan de edición de fonogramas con los ganadores del concurso Jo-jazz y que ya ha puesto en circulación varios CDs, protagonizados por figuras noveles de altísima calidad.

El actual panorama jazzístico cubano ha devenido un fenómeno que desborda con creces nuestras fronteras y cada día se torna más complejo de analizar. Cierto que ya registra una trayectoria en la que es posible estudiar sus antecedentes, pero las consecuencias del permanente proceso diaspórico del cual hemos sido testigo desde hace varias décadas, con destinos diferentes para residir (USA, México, Gran Bretaña, Francia, Alemania…), todavía están por llegar. Piénsese, por ejemplo, en que en un país como Canadá, producciones fonográficas de jazzistas cubanos radicados allí han sido nominadas y/o galardonadas en los dos eventos de mayor prestigio de la música en aquel territorio, el National Jazz Awards y el Premio Juno, o que en España, ya se ha hablado mucho acerca de lo que no pocos dudan en catalogar como la revolución que para la noche madrileña vinculada al jazz –en clubes como el Café Berlín y El Central– ha significado el arribo a dicha ciudad de un nutrido grupo de instrumentistas nacidos y educados en nuestro país.

Mientras escucho algunos de los discos facturados por compatriotas en Cuba y la diáspora, pienso en el hecho de que a lo largo de su historia el jazz ha sido un potente símbolo capaz de remover y formar identidades. Ello se convierte en un respaldo a teorías de estudiosos de la cultura contemporánea como Arjun Appadurai, Néstor García Canclini o James Clifford, quienes consideran que las aproximaciones a los distintos tipos de músicas que nos rodean, no pueden hacerse como si éstas fuesen únicamente conjuntos preexistentes y compactos en los sistemas culturales, sino que se precisa verlas como producto de las mezclas que vehiculan su recepción y reinterpretación.

Sólo desde una perspectiva semejante podemos comprender en su real magnitud los múltiples préstamos de aquí y de allá que han hecho posible la riqueza musical del jazz realizado por cubanos. Asimismo, tales enfoques también apuntan algo muy sugerente: que la historia global del jazz sería, en gran medida, otro modo de entender la historia de la anterior centuria. Desde el progreso tecnológico hasta la política local y postcolonial, pasando por el desarrollo de los medios de comunicación y determinadas estrategias sociopolíticas, el mundo contemporáneo está conectado con la historia de cómo disímiles expresiones de la música (en este caso específico el jazz), se han extendido y globalizado en las últimas décadas.

Hay que tener también presente que el jazz hoy está sujeto a las disciplinas de la economía y actúa recíprocamente con otras formas culturales. Semejante reciprocidad no es ni horizontal ni equitativa, porque en la actualidad se entrecruzan conexiones nacionales e internacionales producidas, en particular, en las escenas mediáticas. Dichos procesos no permiten generalizaciones, no tienen lugar en un mismo continuo socioeconómico o cultural, porque implican tendencias de desarrollo diferentes en cada país o espacio cultural.

Así pues, la audición de un número creciente de discos de jazz grabados por cubanos proporcionan nuevas perspectivas sobre los procesos culturales y distintas visiones acerca de cómo son alterados los escenarios que dan sentido a los bienes y mensajes simbólicos en el presente.

Notas:

(1) Polanco, Yinett. 2007. “Definir un estilo propio,  el mayor encanto de hacer música hoy”. La Jiribilla (revista electrónica de cultura cubana), no. 347, www.lajiribilla.cu/2007/n347_12/347_14.html

(2) Alfonso, Fabián. 2006. “Jazz cubano en el siglo XXI. Jóvenes al acecho”. La Jiribilla (revista electrónica de cultura cubana), no. 347, www.lajiribilla.cu/2007/n347_12/347_26.html