Escuchar música durante las fiestas suele reducirse a repertorios previsibles y a un consumo de fondo. Sin embargo, el tiempo doméstico ofrece una oportunidad distinta: la escucha atenta, casi ceremonial, de obras que han atravesado siglos y culturas.
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La música clásica —entendida en su sentido amplio— permite esa experiencia. Las Variaciones Goldberg de Johann Sebastian Bach, por ejemplo, no son solo una obra maestra de la arquitectura sonora, sino una invitación a la concentración y al recogimiento. Escucharlas completas, sin interrupciones, transforma la percepción del tiempo.
Desde otra tradición, los adagios de Gustav Mahler o los cuartetos tardíos de Beethoven proponen una escucha emocionalmente exigente, pero profundamente reveladora. No son músicas complacientes; son músicas que acompañan la complejidad de estar vivos.
El jazz ofrece otro camino. Álbumes como Kind of Blue de Miles Davis o A Love Supreme de John Coltrane conservan una frescura que trasciende épocas y geografías. Escucharlos hoy es constatar cómo la improvisación puede ser una forma de pensamiento y de espiritualidad.
Incluso la canción popular, cuando ha alcanzado una densidad poética y musical excepcional, merece este tipo de escucha. Obras de Joni Mitchell, Caetano Veloso o Leonard Cohen revelan nuevas capas cuando se las libera del ruido cotidiano.
Escuchar música en Navidad puede ser algo más que acompañamiento: puede convertirse en una experiencia de atención plena, de diálogo con obras que siguen hablándonos porque fueron creadas desde una verdad profunda.
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