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Que siga la parranda
17June
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Que siga la parranda

Era una fría noche de diciembre de 1820. Se celebraba la víspera del advenimiento del niño Jesús, y el fray Francisco Vigil de Quiñones, de la ermita San Salvador de
Remedios, en Las Villas, convocó a una gran fiesta con fuegos artificiales, y a los pobladores a salir de sus casas, asistir a misa y calentarse con los fuegos y bailes.

El rumor se esparció y la festividad llegó a celebrarse en treinta y seis comunidades de la región central del país, incluyendo Sancti Spíritus y Ciego de Ávila. Casi doscientos años después, en noviembre de 2018, las parrandas han sido declaradas Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, en una reunión a la que asistieron Gladys Collazo, presidenta del Consejo Nacional de Patrimonio Cultural, y Yaima Esquivel, representante permanente de Cuba en la Unesco.

Para los que nacimos en otras regiones de Cuba, entiéndase oriente u occidente, las parrandas de la región central pudieran parecerse a esas fiestas o verbenas culturales de cada territorio que denominamos carnavales. Pero basta encontrar a cualquier parrandero para entender que es una fiesta distinta al carnaval. Desde luego que tiene puntos de convergencia: la amplia participación popular, el uso de las congas, la pirotecnia y el desfile de carrozas.

La diferencia radica en el sentido de pertenencia con el que las comunidades llegan a identificarse entre sí. Se trata de una tradición heredada, contada por los abuelos, aprendida en el bregar cotidiano y presenciada cada año desde hace dos siglos.
Los parranderos lo festejan como solo ellos saben hacerlo: parrandeando. Y hasta las inmediaciones de la Plaza de Armas del centro histórico de Remedios llegó la revista Arte por Excelencias.

Remedios, octava villa fundada en el país, es un hervidero de emociones. Una multitud ha venido desde Ciego de Ávila, Sancti Spíritus y otros municipios de Villa Clara para celebrar oficialmente tan feliz noticia. «Son los grupos portadores los verdaderos protagonistas —nos dice Rafael Lara, remediano y metodólogo nacional de Cultura Popular Tradicional del Consejo Nacional de Casas de Cultura—. Hoy es un día feliz y sin duda el principio de muchos otros que vendrán». «Ser patrimonio de la humanidad ha sido un reto muy grande. ¡Lo logramos! —enfatiza José Enrique, presidente del barrio El Carmen, en Remedios—. Ser parrandero es un trabajo muy duro. Un amor intenso, de vida, familia y estrés permanente. Si no tienes ese amor, no vas a lograr una buena parranda».

Tradición y continuidad

«Nunca sabremos si Francisco Vigil de Quiñones logró el propósito que buscaba con estas fiestas: que en las frías noches de invierno sus feligreses acudieran a misas, las cuales abarcaban prácticamente toda la mitad de diciembre. Que hicieran ruido y despertaran a la población», interviene María Victoria Fabregal Borges, historiadora de la Ciudad.

Lo que sí está claro es que, a través del tiempo, estas fiestas de carácter religioso por la incorporación del pueblo y los saberes devinieron lo que hoy conocemos como parrandas. Inicialmente eran ocho barrios. A finales del siglo xix se limitaron a dos por una línea imaginaria, teniendo como centro antropológico por excelencia el centro histórico de la Plaza de Armas, que por ese entonces se llamaba Isabel II. Según esa división, desde la Plaza al norte se encuentra el barrio de San Salvador y al sur el barrio El Carmen. Son dos barrios que entran en una lucha cultural todos los 24 de diciembre. En estos bandos están representados los saberes que el pueblo les fue incorporando poco a poco y, de aquellas frías madrugadas donde salían de una manera espontánea niños de los barrios más pobres, fundamentalmente negros y mulatos, actualmente es una confraternización de todas las razas.

Roberto Hidalgo, otro parrandero, vino desde Guayos, Sancti Spíritus, a festejar la declaratoria. «Todo se lo debo a Remedios. Creo que ninguna parranda,
a pesar de que los objetivos son los mismos, goza de las mismas tradiciones».
No hay jurado, pero se pierde y se gana. En este juego de rivalidades de un día se realizan entierros simbólicos del barrio enemigo. Así lo confirman Carlos Acevedo e Ilictrandis Díaz, ambos de Zulueta y presidentes de los barrios Los Sapos y El Chivo respectivamente. «El parrandero —acota Acevedo— debe ser una familia muy unida. Siempre le falta algo y necesitará a quién acudir».

«Estuvimos cinco años confeccionando el expediente —recuerda Rafael Lara, quien es además vicepresidente de la Comisión Nacional de Salvaguardia del Ministerio de Cultura—. A partir de ahora los gobiernos locales deberían apoyar más la promoción de las parrandas, su visualidad. Esto implica mayor interés. Las parrandas son una manifestación regional, de las primeras fiestas populares declaradas patrimonio nacional y la primera fiesta que se declara como Patrimonio de la Humanidad. Es la única de su tipo en el mundo. El fenómeno parranda de barrio es auténtico. Tiene sentido de pertenencia, perdurabilidad, y el pueblo de la región central no puede vivir sin ella. Existen incluso parrandas infantiles. Hoy gana la cultura cubana».

Las parrandas son celebradas durante los últimos meses del año por dieciocho comunidades de la región central. La preparación para la gran noche dura los trescientos sesenta y cinco días del almanaque e incluye a todos los miembros de la comunidad, vitales para «el diseño y fabricación de carrozas, indumentarias y réplicas de monumentos; composición de canciones y preparación de coreografías; pirotecnia; y elaboración de elementos decorativos como faroles, estandartes y emblemas con los colores de cada barrio competidor».

La historia de las parrandas está cuidadosamente resguardada en el Museo de las Parrandas, primero de arte popular en Cuba. En el inmueble se atesoran las fotos de aquellos días fundacionales, evidencia de la evolución del festejo, así como las notas de prensa publicadas que aluden a la simbólica muerte de uno de los barrios.

A partir de ahora el reto aumenta. Se deben trazar estrategias para preservar esta tradición, velar por que los grupos portadores cumplan todas las medidas de seguridad en el uso de la pirotecnia, no perder de vista el recorrido que propició la declaratoria, entre ellos la autenticidad, la idiosincrasia popular y el arraigo ancestral que se superpone a cualquier otra necesidad si de parranda se habla.