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Tomelloso, epicentro de arte y poesía en el corazón de La Mancha (y puente cultural a Las Américas)
09September
Artículos

Tomelloso, epicentro de arte y poesía en el corazón de La Mancha (y puente cultural a Las Américas)

Hay una ciudad en el corazón de La Mancha que ha dado nombres de la mayor altura a las letras y el arte de la segunda mitad del siglo XX y el primer cuarto del XXI. Nombres con proyección nacional y hasta internacional. Al cabo de la autovía de los Viñedos, Tomelloso emerge de una planicie sin más límite que un horizonte en el que los crepúsculos juegan a dibujar las siluetas de don Quijote y Sancho Panza sobre sus entrañables monturas, Rocinante y Rucio.

Antes de los polígonos que preceden a la villa, con sus bodegas, grandes superficies y rotondas, las personas en ruta atraviesan densos viñedos salpicados de unas curiosas construcciones abovedadas en piedra viva, unas veces enjalbegadas y otras no. Han sobrevivido a la cultura de la tele y el automóvil. Son los bombos, chozos de piedra para refugio y solaz de los viticultores. Aún resuenan a su paso los cantos de la vendimia, el trasegar de la bota y la gran sartén renegrida con las gachas o las migas, en la que todos mojaban pedazos de pan o cucharas, con el fervor cuasi religioso, comunitario, de la recompensa por el trabajo.

En Tomelloso han tenido el buen seso de conservarlos, como residencia vacacional o lúdica. Incluso alzaron hace ya décadas un magno Museo del Bombo para su estudio y divulgación. Semi-subterráneos, eso garantiza isotermia: frescor en verano y abrigo invernal. La poyata, a uno y otro lado del hogar, sirve para sentarse a comer, conversar o cantar, y también a echar la siesta o la pernocta. Todos coronados por airosa chimenea, elemento imprescindible, semejan iglús de piedra en un mar de viñedos. La población más vanguardista de La Mancha ha sabido conservar un recurso habitacional que data quizá del Neolítico, mientras que construcciones equivalentes fueron demolidas en otras partes de España como cosa de pobreza y de pasado.

Dionisio Cañas, poeta el que enseguida hablaremos, ha ejercido como profesor de lengua y cultura españolas en Nueva York y pasaba parte del verano en su bombo muy próximo a Tomelloso, en Alameda de Cervera.

Tomelloso, que debe su nombre a una de las plantas más aromáticas, es una de las grandes urbes manchegas. Antonio López, quizá el artista contemporáneo español de más alta proyección y cotización global, no se ha cansado de repetir que acá dio comienzo su aventura vital y pictórica, que en Tomelloso es donde todo empezó. A la vera de su tío, Antonio López Torres, un gran pintor y profesor de corte tradicional, cuyo museo es referente ineludible en la visita a Tomelloso, dio sus primeros pasos. Y por indicación suya, permutó un destino administrativo por el salto a Madrid, donde cursaría Bellas Artes.

En pos de las raíces del gran Antoñito López, nos dirigimos a su ciudad natal, al corazón de La Mancha. No solo el magisterio humano y artístico de su tío, el gran López Torres, este viaje nos va a permitir conocer el fermento, el humus, cultural, plástico y literario del que emergieron un puñado de nombres muy importantes en las letras y el arte españoles contemporáneos. Y lo que deseamos remarcar en este trabajo: desde uno de los puntos más alejados de la mar oceana en la Península Ibérica, artistas y escritores que tendieron puentes, vínculos, efectivos proyectos con las culturas hermanas de allende el Atlántico.

La saga de los López y sus conexiones de la Escuela de Madrid permiten definir un neorrealismo, una luminosa vanguardia realista española, con fuerte componente castellano-manchego, coetánea de la conocida y reconocida vanguardia informalista y abstracta, nucleada en torno al grupo El Paso y al pintor y mecenas Fernando Zóbel y su famoso Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca.

Pero estamos en Tomelloso, punto alfa de la gran aventura pictórica de Antonio López, donde se fraguó su vocación. Encontramos las cabezas de su hija, niña, impactantes, camino del museo de su tío. El Ayuntamiento de su ciudad natal ha querido así honrarlo, incorporándolo con mayestática monumentalidad a enclaves destacados de su urbanismo. Mas no buscamos exactamente la obra de Antonio sobrino sino sus raíces, su esprit, el alma y ambiente de su gestación: la de su tío y tocayo López Torres.

No en vano ha declarado Antonio López: “Mi tío me cambió la vida… Un pintor verdaderamente extraordinario”.

Para ello, obligación y fiesta, placer y grato deber es la visita a su museo. Funcional explosión de color y al tiempo, lección de sobriedad pictórica. Uno piensa a la par en dos pintores tan distintos como Sorolla y como Millet. Aquí está Dios, la trascendencia, en esos niños que juegan al guá o en esos segadores que dan vueltas a las gachas, haciéndose en la sartén. Una trascendencia que también aparece, pues no se trata de localismo, en sus cuadros pintados en otros lugares: Madrid, Mallorca. El Bautista, el precursor, el maestro del genio reconocido y global. He aquí sus cuadros, en una sencilla y sofisticada envoltura arquitectónica que permite recrearse en los cuadros y creer en ellos.

Antonio López Torres era, fue un maestro. Y no solo por dedicarse a la docencia de la pintura sino por el nivel y profundidad de su arte, solo sencillo en apariencia como todo lo grande. Salía con sus bártulos y su caballete y se plantaba en el sitio. Como el campesino que monta en su burrito y marcha a las faenas de su pedazo. Algo de ese oficio, de ese menester, intuyo que hay en la minuciosa tardanza de algunos cuadros de su sobrino. Quizá aprendió de su tío que es casi imposible dar un cuadro por acabado mientras late el temblor de la creación, del arte, en las manos del artista.

Capital del vino, rodeada de un mar de viñedos, las bodegas tomelloseras no solo se preocupan de mejorar e innovar en lo tocante a las calidades de sus caldos, que propenden a la excelencia. También apuestan por el arte y la cultura. Así la bodega y almazara Virgen de las Viñas convoca unos prestigiosos certámenes anuales de creación plástica y de periodismo cultural. Además del enoturismo, es muy recomendable la visita a su Museo de Arte Contemporáneo Infanta Elena, donde en un edificio de arquitectura actual e innovadora (firmado en 2011 por el arquitecto local Alejandro Úbeda) se albergan y exponen obras ganadoras desde el arranque del certamen, allá por el 2001, un concurso abierto a todos los pintores, “con independencia de su nacionalidad, origen o residencia”. Abstracción, figuración, realismo fotográfico, pop, surrealismo. Todas las tendencias del arte del siglo XXI se pueden disfrutar y experimentar en este recinto.

 

Museo de Arte Contemporáneo Infanta Elena de Tomelloso
Museo de Arte Contemporáneo Infanta Elena de Tomelloso


 

 

Museo de Arte Contemporáneo Infanta Elena de Tomelloso
Museo de Arte Contemporáneo Infanta Elena de Tomelloso

 

Museo de Arte Contemporáneo Infanta Elena de Tomelloso
Museo de Arte Contemporáneo Infanta Elena de Tomelloso

 

El arte y las letras, la poesía y la pintura se interaccionan. Escuchando y releyendo a sus autores, uno entiende mejor la excelencia de los artistas de Tomelloso. El mural anejo a la plaza Mayor visualiza el gran nivel de los escritores de Tomelloso a lo largo del siglo XX, con ganadores de premios muy punteros en el panorama nacional.

Félix Grande es uno de ellos. Poesía llena de humanidad, social y experimental a la par, poesía impura, entre Vallejo y Neruda, con su cuota de Pound, de Cummings o de Joyce. Director tantos años de aquellos inolvidables Cuadernos Hispanoamericanos, que perduran, puente transatlántico, lo recuerdo a finales de los 80, espigada silueta y elegante busto coronado por plateados rizos, siempre sonriente (aunque doliera el alma), cruzando los pasillos del antiguo edificio de Cultura Hispánica a la nueva ala de la Cooperación Iberoamericana y el Quinto Centenario, donde yo trabajaba por entonces. Se atrevió a escribir espirituales blancos y estudió a fondo el flamenco (otra afición de arraigo en Tomelloso, junto al jazz). Pero ante todo, escribió poemas tan densos, condensados y sabios como este “Ayer en fondo”:

Eras, fuiste, has sido. / Nos llevan / los ancianos del alma. / Ayer en fondo. / Nunca, /

nunca será mañana.

No solo en su dedicación como promotor y director en una dilatada etapa de Cuadernos Hispanoamericanos, también en su obra y sus fervores la impronta y la atracción latinoamericana es intensa y es fecunda.

César Vallejo, omnipresente, faro de humanidad, de experimentación, de compromiso. Mas también Neruda:

Zurcidor de hombre y planeta / y lenguaje y de mujer. / Qué barbaridad de poeta.

Y el genial, el único, eterno fugitivo incluso anclado en un lecho prolongado, Juan Carlos Onetti, cuentista mayor del siglo XX en castellano:

Brotan solos de las tabernas / y bajan a los urinarios / y escriben su odio en las paredes / como grandiosos literatos.

Ganador del Premio Casa de las Américas con su arriesgado Blanco spirituals, presagió ya en 1987 con visionaria lucidez el clima hostil que sobrevuela el mundo en este primer tercio del siglo XXI:

Tenemos miedo. Tenéis miedo. / Nosotros, para quienes ni existe / la calderilla del poder… / Vosotros, a quienes el poder os es servido / matinalmente junto al desayuno. 

El gran Eladio Cabañero, al que Grande llamaba “mi hermano”, poeta laureado, Premio Nacional que universalizó su Tomelloso, el germen  de su intensa poética. Y La Mancha toda.

Los molinos son “monumentos del paisaje y de la literatura española”. Resaltan “sobre el horizontal oleaje de los surcos y la hilera de viñas”. Y ve a La Mancha toda “vinatera, labradora, ganadera e industrial, molinera y cancionera, arriera y ventera y pastoril.”

Tomelloso tiene en sus campos aledaños la singularidad del bombo, el más sofisticado de los chozos. Y en su callejero urbano, un gran museo a ellos dedicado y ubicado, no podía ser de otro modo, en un enorme bombo. Pero además, una misteriosa red subterránea de bodegas y cuevas. Un inmenso inextricable laberinto más para Baco que para el Minotauro.

Pero dejemos que el gran Eladio nos lo cuente.

El “pueblo épico” que alzó Tomelloso en medio de la nada, toca “a cueva-bodega por familia y a tinaja por habitante”. Sus subterráneas bodegas son “kilómetros de tinajas orondas y rebolondas, cruzan bajo tierra de parte a parte este pueblo; en las aceras se ven las lumbreras de estas cuevas-bodega, excavadas bajo la roca, merced a una geología especial, única”.

Y sobre los bombos: “raras y nunca vistas pirámides esféricas de piedra, construidas sin argamasa alguna…, refugio de la noche y el mal oraje”.

Cabañero, que se formó autodidacta en la escuela de la lectura y en las bibliotecas, ganó dos de los premios más prestigiosos de las letras: el Nacional, 1963, y el de la Crítica, 1970. Por la autenticidad de su discurso poético que integraba lo social y el sentimiento.

Timoneros, carreros de La Mancha, / estamos solos en la geografía, / aquí acaba la luz. Abandonados / en el centro de España nos limitan / los vientos más fronteros. Los carreros / acechan las llanuras infinitas.

Francisco García Pavón destacó en la prosa. Demostró en su torrencial obra ser un excelso dominador del difícil arte del cuento, en que al lector no se le gana por puntos sino por k.o. Tuvo la genialidad de crear su propio Marlowe, Poirot o Maigret en Tomelloso. Manuel González, Plinio, perspicaz jefe de la Guardia Municipal de Tomelloso, capaz de resolver decenas de misterios y sucesos escabrosos en la ciudad manchega. Fue también pionero de la SF en español y ganó el prestigioso Premio Nadal precisamente con una aventura de Plinio, Las hermanas coloradas, en 1969. Sus tramas y sus personajes fueron adaptadas al cine y a la televisión. También en esto fue innovador, adelantándose en varias décadas a la moda del thriller, el noir y el true crime en pueblos y ambiente rural, que invade las cadenas de televisión en el siglo XXI.

Dionisio Cañas, de una generación posterior, encarna la internacionalización de la cultura de Tomelloso. Tras unos años tempranos en Francia, se instala en Nueva York, donde culmina su formación y su dedicación a la literatura en la docencia y la escritura, poesía y ensayo. Transgresor, innovador, experimental, ha incursionado en el performance y la videopoesía. Y ha vivido su cosmopolitismo sin renunciar a la raíz manchega, humus irrenunciable, motor de iluminación. Con su intensa experiencia vital y poética, si cabe disociarlas, ha redimido la noche neoyorquina y explorado los ángulos oscuros del NY diurno:

El acantilado de los edificios se levanta / desde las calles de Manhattan.

En la tarde los paseantes / no se atreven a pensar que este hombre / recostado en el banco / está muerto.

Fugitivos personales o políticos, conscientemente, Cañas se siente inscrito en esa tradición de fuga que ha concitado en NY a Heredia, Martí, Tablada, Lorca, Florit y otros. Y se interacciona con poetas de todas las Américas, proponiendo una “poesía posible en lengua española en Nueva York”, como reza su programa manifiesto de 1977. Dionisio Cañas, el poeta español más neoyorquino (residente en aquella metrópoli entre los 70 y bien entrado el siglo XXI). 

Como señala Amador Palacios, poeta e investigador, en su biografía Dionisio Cañas, invitación a su obra (2017), “Nueva York le debe a Dionisio Cañas el atesorar una de las visiones más auténticas de su fisonomía y sus entrañas esenciales”. Tanto que el poeta afincado en Nueva York dedicó un amplio ensayo a las fecundas relaciones entre la ciudad y los escritores, El poeta y la ciudad, Nueva York y los escritores hispanos (1994), centrándose en José Martí (modernismo), García Lorca (modernidad) y Ramos Otero (posmodernidad).

Y en esa fusión entre Tomelloso y Nueva York, Dionisio Cañas oye allá las campanas de acá y en los veranos en su villa natal, las sirenas de allá, mientras que los grandes anuncios luminosos de Times Square no dejaban de recordarle las luces de la fiesta de su pueblo.

Pepe Carretero es poeta y es pintor, también trotamundos y también hondamente tomellosero, más influenciado que sus maestros vernáculos por el comic, el pop o el cine, por las narrativas de la posmodernidad. En sus cuadros se persigue y explora a sí mismo, a su entorno y a su villa natal con valentía, ironía y arraigo colorista. Cuando dio el salto a Madrid, fue acogido por el matrimonio de pintores formado por María Moreno y su gran mentor, Antonio López, lo que se refleja en una secuencia de la maravillosa película El sol del membrillo, de Víctor Erice. Su pintura penúltima y reciente incursiona en los sueños y enlaza con su creación poética y sus cuentos, de gran interés.

Como estos bellos versos, alentadores dentro de una poética más bien adscrita al desencanto:

Deteneos: descubramos el lado común que nos hermana. / Nos une una fuerza que proviene del núcleo de la tierra / que nos mima, nos asiste y nos remueve / el armarnos de valor cada segundo para amar la vida, / esa bolsa de imágenes que registra la mente con un pacto: / el olor a pan recién hecho, una calle regada, / frutas de este tiempo, la sensación de meter los brazos desnudos en el agua…

Incitado por otro manchego universal, el estudioso y divulgador manriqueño José Manuel Ortega, Pepe Carretero aceptó el reto de retratar al más grande poeta de nuestra lengua, un poeta sin retrato, que hoy lo tiene gracias a ellos dos en el Museo Jorge Manrique de Santa María del Campo Rus: Jorge Manrique. Cuyas Coplas, impresas en fecha tan temprana como 1482, tres años después de la muerte del poeta, viajarían en las primeras naos y carabelas de la gran aventura americana.

 

La Calle de la Feria, un cuadro de Pepe Carretero
La Calle de la Feria, un cuadro de Pepe Carretero 

 

Volveremos una y otra vez a Tomelloso, visitaremos sus museos (López Torres, el Bombo, el Espacio de Arte Contemporáneo Infanta Elena), recitaremos versos de Pepe, de Dionisio, de Félix o de Eladio y recordaremos misterios desvelados por Plinio. Brindaremos con el mejor vino y un gran queso por los hombres y mujeres que alcanzaron el primor popular y sofisticado del bombo y una red urbana subterránea bajo la advocación de Baco. Reviviremos esa sensación de estar en el centro más continental de Iberia y, al tiempo, pisando la Luna  o surcando mares nuevos.

 

Antonio Lázaro ante el mural de tomelloseros ilustres
Antonio Lázaro ante el mural de tomelloseros ilustres 

 

Porque la transmisión sin duda prosigue. Ese chakra poético, artístico y cultural que es Tomelloso se renueva y actualiza y, sin duda, seguirá proyectando y proyectándose hacia afuera: a su región, la comunidad de Castilla-La Mancha, a Madrid, a toda España y a Europa. Y saltando, por mar o aire, o a través de los oníricos territorios del sueño, del arte y de las redes hacia otros continentes y confines, con prioridad para aquel que comparte nuestra lengua.

 

Antonio LázaroANTONIO LÁZARO es filólogo, investigador, periodista cultural y novelista. Se doctoró en Estudios Literarios con la identificación autoral y edición de una biografía poética inédita, un romance de más de 4.000 versos, acerca de la reina Isabel de Borbón, esposa de Felipe IV, compuesta por el poeta y dramaturgo barroco Antonio Enríquez Gómez. Ha publicado novelas entre la historia y el misterio como Club Lovecraft (MR, Planeta, 2007) o Los años dorados (Penguinrandom, 2017). Es autor de las guías De hoz a hoz y La gran Ruta Interautonómica de Jorge Manrique (2024). Colabora en medios impresos, digitales y audiovisuales.  Es colaborador de Arte por Excelencias.

En portada: Imágenes del Museo de Arte Contemporáneo Infanta Elena de Tomelloso/ Cortesía del autor