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Único entre once
15July
Artículos

Único entre once

No siempre un libro monográfico de artista, se erige como novedad: existen de toda traza y pocos son realmente sorpresivos… El volumen sobre la obra pictórica de Hugo Consuegra, de incontestable atractivo, constituye un acto de justicia para la cultura latinoamericana –rebasados los litorales convencionales de la nuestra, sea ésta donde surja–, pues el pintor cubano, miembro del legendario grupo de Los Once, se significa entre los más peculiares dentro del movimiento del expresionismo abstracto en la década del 50 y ulteriormente, con sostenido estilo, hasta 2002, antes de su deceso. El libro responde a la necesidad aún irresuelta de conocer los valores aislados en la región, y nos descubre una personalidad vigorosa de la plástica cuyo tiempo de expresión sigue siendo el de hoy. La monografía incluye textos de introito de Julio E. Hernández Miyares: “Consuegra definitivo”, y Ricardo Pau Llosa: “To dwell in passing: the art of Hugo Consuegra”; y los postreros de Nicolás Quintana: “Vidas paralelas: recopilación personal de Hugo Consuegra”; Armando Álvarez Bravo: “Hugo Consuegra: el arte como éxtasis”, y de Lisset Martínez Herryman: “Hugo Consuegra: un close-up”. Lecturas enjundiosas de la obra pictórica y rasgos notables de su proyección intelectual. Quintana hace referencia a su libro de memorias: Elapso Tempore, publicado en 2001. Además de los dos espacios de pensamiento analítico-descriptivo sobre la pintura –y la palabra– de Consuegra, el libro contiene una sección profusamente ilustrada con reproducciones de portada de catálogos, postales de invitación, fotografías de grupo y de salas expositivas, más la relación cronológica de su actividad como exponente –muestras personales y participación en colectivas–, premios y reconocimientos otorgados y representación en colecciones públicas. Se suma otra sección especial que refleja su experiencia académica y profesional como arquitecto, y destaca su intervención en proyectos ejecutados, sobre todo, en la ciudad de Nueva York. Por supuesto, el documento gráfico será sin discusión el aspecto básico de toda monografía. Independientemente de las reproducciones en correspondencia con el ensayo de Pau Llosa –abarcan piezas de 1971 a 1998–, se despliega en un primer espacio la obra realizada sobre tela –1953-2002–, y en un segundo espacio la obra sobre papel –1952-2002, con una pieza inconclusa de 2003–, de sumo interés por su intrínseco valor icónico, su función preparatoria y de búsqueda formal respecto de la pintura. En los años de despegue –lustro inicial de los cincuenta–, el campo visual en el ejercicio pictórico de Hugo Consuegra se caracteriza por una composición de énfasis lineal más que de plasmación masiva (lastre de su formación como arquitecto), pero ya las telas del 57 y el 58 evidencian un salto cualitativo: audacia en la concepción de formas y en su ubicación espacial, colorido sobrio, con preferencia por tierras y rojos-vino; texturaciones planas, de asperezas debidas más bien al rastro de la brocha o de la porosidad del pigmento. Aquí el accidente es controlado; el dibujo de su estructura abstracta se da ahora y en adelante cuidadoso y elegante, y le caracterizará para siempre. Aparecen tres reproducciones cuya representación es totalmente inusitada: se imponen como una “interrupción” de su trabajo creacional, de su proceso evolutivo; fichados en 1965, despiertan la sospecha de ser resultantes de una sacudida anímica sufrida por el artista en el curso natural de su sensibilidad y actuación cotidiana; pero también se sospecha que subyace en estas imágenes una conciencia crítica, reactiva a una situación límite existencial. Para ser distintas a toda su obra, son figurativas, su discurso es críptico en tanto que su pintura es abierta y sólo sus títulos la hacen aparentemente críptica. En la década del 70 –en consecuencia de un cambio de vida–, la expresión pictórica de Consuegra se torna abigarrada y voraginosa. Las telas de este período incluidas en el libro lo demuestran a golpe de vista. Entrados los 80 viene la calma. La composición del cuadro recupera su antigua concepción constructiva, de amplios planos y segmentos apartados de mayor carga dibujística. El lienzo “Bon jour M. Balthus” (1984), de sorprendente austeridad y ejecución casi geométrica, podría al parecer fungir como “puerta” hacia la nueva aventura formal que el pintor asumirá en el futuro inmediato. La serie de cuadros emprendida a comienzos de los 90, singularizada por su formato cuadrado y dispuesta en posición romboidal –y asimismo pintado– representa un hito a todas luces estimulante para el creador y se extenderá, alternando con telas de formato regular hasta bien avanzada la década: el libro registra últimos ejemplos en 1997. Tipifica esta etapa una voluntad organizativa de los elementos formales; se reduce al mínimo o ha desaparecido el recurso de texturas y frotados. La pintura abstracta de Hugo Consuegra está lejos de ser matérica y no se la puede clasificar dentro del gestualismo a ultranza del action painting. Su obra es definitivamente pensada, aunque la progresión de su trabajo sea dictada por un “soplo” aleatorio: en ella se salta la versatilidad del dibujo como principio estructural y el color, rico y diverso, se adecua a ese principio. En el cambio de milenios se interrumpe una labor creadora que todavía nos parece proyectada a dar más, plena de carga promisoria. Acudamos a ver en la obra de este libro la biografía viviente de un artista de veras. Hugo Consuegra: Lisset Martínez Herryman y Gustavo Valdés (editores), Ediciones Universal, Miami, 2006, 200 pp.