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Uno de los grandes: Oscar Niemeyer
06May
Artículos

Uno de los grandes: Oscar Niemeyer

El mayor arquitecto latinoamericano del siglo XX, entró en el Parnaso de los elegidos para permanecer en la memoria de la cultura universal. Su proyección universal resulta evidente gracias a la serie de obras construidas en cuatro puntos del globo —América Latina, Estados Unidos, Europa, África y el Cercano Oriente—, cuya impactante presencia estableció un diálogo renovador al insertarse en sociedades de diferentes culturas y religiones. No sorprende entonces que, en su velorio en Río de Janeiro, el 6 de diciembre de 2012, a pesar de su ateísmo y su histórica identificación con el marxismo, se realizó una ceremonia religiosa con la presencia de un cura católico, un rabino judío y un imán islámico.

Miembro de una generación de arquitectos latinoamericanos Luis Barragán, Carlos Raúl Villanueva, Eladio Dieste, Amancio Williams, Rogelio Salmona, Juan O’Gorman, Ricardo Porro, Antonio Quintana, Alfonso Reidy, Clorindo Testa, Emilio Duhart, Félix Candela (de origen español), Teodoro González de León empeñados en ubicar a la región en el espacio de la Modernidad, Oscar Niemeyer los sobrepasó y sobrevivió, en algunos casos, con una obra sostenida e identificada con un sello personal que la distingue dentro y fuera de su contexto original, tal como hoy es reconocida la obra de otros grandes del siglo XX de Europa, Estados Unidos y Japón: me refiero a Frank Lloyd Wright, Le Corbuiser, Mies van der Rohe, Alvar Aalto, Walter Gropius, Phillip Johnson, Kenzo Tange, entre otros.

¿Quées en realidad OscarNiemeyer: un gran escultor que modifica racionalmente el espacio generado a su alrededor para ponerlo al servicio de una función específica, o un genial arquitecto enamorado de las formas y los volúmenes que le inspira la naturaleza para producir esos conjuntos reconocibles a simple vista? La respuesta no parece importante porque el hecho concreto es que casi toda su obra suscita de inmediato una admiración, posiblemente única, en el devenir de la arquitectura contemporánea. Creadores pertenecientes a nuevas generaciones y a una suerte de jet set internacional de arquitectos, solicitados en diversas partes del mundo para diseñar obras, sienten su deuda con el maestro carioca: me refiero al austríaco Rem Koolhaas, la iraquí Zaha Hadid, el portugués Alvaro Siza, entre otros, quienes bregan con afán en busca de una originalidad basada en diversos presupuestos, ya sean de índole tecnológica o de materiales, diferentes a los que defiende Niemeyer en el contexto de una iconicidad cultural que compromete valores sociales, morales y hasta políticos en una sociedad y espacio geográfico determinados.

Su “persistente coherencia lingüística en su larga e intensa actividad productiva, ajeno a las modas y las fugaces tendencias estilísticas internacionales que sucedieron a los cánones del Movimiento Moderno europeo”, según expresara el historiador argentino Roberto Segre, lo ubica en el imaginario nacional, en primer término, casi como uno de los máximos representantes de la identidad brasilera, algo bastante inusual al tratarse de la arquitectura y no de manifestaciones culturales más populares como la música, la literatura, el cine. Por ello, no obstante, podemos ubicarlo en el imaginario latinoamericano del siglo XX al lado de Rivera, Orozco, Siquieros (los grandes muralistas mexicanos),  María Félix, Carlos Gardel, Mercedes Sosa, Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Miguel Ángel Asturias, Rómulo Gallegos, Heitor Villalobos, Gabriel García Márquez.

Niemeyer está indisolublemente asociado a la curva, como a Río de Janeiro están asociados el Pan de Azúcar, la floresta de Tijuca, el cerro y el Cristo del Corcovado. De ella extrajo sus ideas esenciales para la creación y no lo oculta: por ahí anda la clave de la significación estética de su arquitectura pues así como esas manifestaciones de la naturaleza se imponen en cualquier paisaje natural, las edificaciones arquitectónicas son las más visibles en cualquier paisaje urbano. Su conciencia acerca de ello es extraordinaria: vivir cerca de las sinuosas playas en Río de Janeiro (Botafogo, Copacabana, Ipanema, Leblón, Tijuca) generó y alimentó en él durante años esa creencia, esa fe en el movimiento curvilíneo, en la sensualidad de la naturaleza y en la de los hombres y mujeres que le rodearon.

Disfrutar la obra de Oscar Niemeyer es comprender a Brasil en cierto sentido, y es comprender también una buena parte de América Latina. Más de 100 años de existencia fértil, creadora, avalaron el prestigio de este notable y paradigmático arquitecto que se ha granjeado la simpatía y el respeto de numerosos países y culturas de un lado y otro del planeta.