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Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano: a un paso de los 40
30November

Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano: a un paso de los 40

Por Frank Padrón

 

No olvido cuando, en 1978, recién estrenado en la vida periodística y laboral (que no eran exactamente lo mismo) el Centro de Información del ICAIC me pidió colaborar con un evento que debutaba: el Primer Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano.
 
Haríamos sinopsis y breves comentarios (sin firmar) de las obras en concurso, los cuales se iban a imprimir en un rudimentario mimeógrafo que se distribuiría entre los delegados y participantes de la cita habanera; al frente de la gestión estaban mi colega Carlos Galiano (jefe de redacción) y Maruja Santos (editora de la revista Cine Cubano, quien durante muchos años asumiría esta labor).
 
Era algo muy modesto, pero yo sentí la incipiente satisfacción de poner una pequeña piedra en el edificio que, a partir de entonces, íbamos a construir: un festival que crecería con los años, que convocaría amigos y hermanos de todas partes del mundo, que generaría un indetenible flujo de imágenes cargadas de solidaridad y cohesión identitaria. Así, aquellos humildes volantes fueron tornándose periódico y poco después suplemento del diario Tribuna de la Habana (y nombrado Tribuna del Festival), el cual, transcurridos varios años, sustituyera su primer nombre por el de Diario, que ha conservado hasta hoy.
 
Como este año también cumplo en la profesión los mismos años que el Festival habanero: 38, puedo dar fe de su crecimiento y proyección cada vez mayor; de un bebé con solo las muestras competitivas y algunas actividades colaterales, ha ido ensanchando su radio y su acción a un encuentro cada vez más inclusivo y cosmopolita.
 
Concebido y presidido desde sus inicios por Alfredo Guevara, y dirigido hace 22 años por Iván Giroud, la primacía regional no ha preterido la presencia del resto del mundo, como algunas que otras voces chauvinistas han podido objetar en ciertos momentos: muestras de las cinematografías euroasiáticas y de los países árabes, panorama contemporáneo internacional y presentaciones especiales, nos han hombreado con los más prestigiosos y abarcadores festivales, siguiendo aquella sentencia martiana: “injértese el mundo en nuestras repúblicas, pero el tronco siga siendo el de nuestras repúblicas”. Y así ha sido, es: el tronco latino-caribeño cada vez se fortalece, reverdece y arroja frutos jugosos y maduros.
 
La incorporación de la industria desde hace varias ediciones, con proyectos concretos encaminados a estimular la producción y la distribución en y fuera del área (herederos de aquel MECLA, Mercado del cine latinoamericano que durante los 80 impulsó tanto esas gestiones) se ponen a tono con los rumbos certeros de una cinematografía que, paradójicamente, en medio de agudas crisis universales y regionales, vive el cine de nuestra área ahora mismo.
 
Y es que el Festival de la Habana ha sido testigo de los rumbos históricos y sociales de nuestros países en todos estos años en que el mundo ha girado con velocidad, energía y fuerza mayores: los ecos aún latentes de los fundacionales años 60, la insurgencia revolucionaria de Centroamérica en los 70, el regreso chileno de su (no obstante) creativa y reveladora diáspora, los fines de dictaduras e instalaciones democráticas en la Suramérica de los 80, los cambiazos reveladores y diseñadores de nuevos rumbos sociales y estéticos en los 90, prolongados y matizados con los desafíos del nuevo siglo y el nuevo milenio, han sido aprehendidos, proyectados y estimulados por nuestro evento, siempre fiel a la semilla revolucionaria, antiimperialista y latinoamericanista con que nació.
 
Seguro estoy que en estos momentos, cuando prometen estrecharse mucho más las relaciones con Estados Unidos, ello redundará en mejorías para la cita, sobre todo porque el vecino, omnipotente también en el cine, se ha dado cuenta del potencial latinoamericano y colabora con nuestras productoras mediante recursos y proyectos.
 
Aglutinador, sin discriminar tendencias ni poéticas, lo mismo la tradición que la continuidad renovadora, los constantes “nuevos” nuevos cines, encuentran espacio en sus pantallas y sitios de encuentros. A propósito del nombre, hace poco me preguntaban en una entrevista para un programa de TV si consideraba que casi 40 años después la etiqueta que sigue nominando el festival era pertinente, seguía vigente.
 
Contesté que sí, porque el cine latinoamericano, como la(s) realidad(es) que lo nutre(n), siempre se está renovando, y aunque no pocas “vejeces” y obsolencias lastren alcances puntuales, la experimentación y la vanguardia se abren camino y se imponen.
 
De modo que continuamos. Quijote que marcha sin importarle los nuevos molinos, el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano sigue fiel a su sueño primigenio: contribuir a reinstalar la Utopía, aquel sueño mayor que los soñadores y fundadores de nuestras naciones lanzaron con la certeza de que algún día lo haríamos realidad, algo que el cine realizado en esta parte del mundo, desde sus más legítimas y autóctonas expresiones, continúa luchando por alcanzar.
 
Fuente: caribbeanewsdigital.com