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La verdadera historia de tropicana (III). Martín, el guajiro
14February

La verdadera historia de tropicana (III). Martín, el guajiro

Martín FoxMartín Fox era natural de Ciego de Ávila, y desde muy joven comenzó su carrera de jugador. Montó una vidriera de tabacos y cigarros que llamó La Batallita, situada en una esquina de la principal avenida de esa ciudad, frente al parque, y en la que disimuladamente también se dedicaba a todo tipo de juego ilegal. Su compañero de actividades se llamaba Oscar Echemendía y se dedicaba a las labores de recogida, empadronamiento, liquidaciones y cualquier tarea que se derivara de estos ilícitos negocios.

En cierta ocasión se trasladó a La Habana y entabló amistad con Alberto Ardura, quien se encargaba del control y cambio de monedas para los traganíqueles que funcionaban en el balneario La Concha, el cual, al igual que el Hipódromo, el Jockey Club, el Gran Casino Nacional y el Summer Casino eran los únicos establecimientos autorizados oficialmente en el negocio del juego, en virtud de la Resolución —más tarde convertida en ley— que les otorgó ese derecho a la empresa conocida como «Las 3-C» (Céspedes, Cortina y Casanovas), por haber urbanizado los terrenos comprendidos entre la calle 42 y la rotonda de la playa de Marianao.

Martín y Ardura deciden celebrar lo que ellos denominaban «una encerrona» en la casa del segundo, situada en un reparto muy discreto, cerca de la antigua cervecería La Tropical, y que consistía en invitar a varios «puntos» en un día determinado en que ellos vendrían de Ciego a celebrar la partida. Ardura recibía un buen pago por ceder su casa, y Martín obtenía grandes ganancias porque sus acompañantes tenían mucha experiencia en el manejo fraudulento de las cartas y los dados.

Los puntos aumentaban y ya se hacía peligrosa la estancia tan frecuente en la misma casa, por lo que deciden buscar un local apropiado y, sobre todo, con la tolerancia de las autoridades. A pesar de los espléndidos espectáculos que se ofrecían en Tropicana, el negocio no marchaba bien debido a la crisis económica que imperaba en el país, y a la distancia que en esa época separaba al cabaret de La Habana.

Así, el primer empresario de Tropicana, Víctor de Correa, acepta la proposición de Martín de alquilarle los altos del negocio para montar un salón preparado para sus actividades, mientras en la sala de recibimiento de los bajos El Guajiro situó una mesa de jugar baccaratt. De paso, arrendó la vidriera de Ciego de Ávila, trajo a Echemendía a trabajar con él, y contrató a Ardura para que se ocupara de todo lo relacionado con el juego «legal». Jamás Martín ni ninguno de sus socios se sentarían a una mesa a jugar: ellos tenían sus hombres de confianza, quienes representaban cabalmente sus intereses.

El tiempo transcurría, y mientras Martín incrementaba sus ganancias, Correa continuaba con una pobre clientela, lo cual lo obligó a solicitar algunos préstamos en efectivo al primero, así como garantías de crédito con los suministradores de mercancías, para garantizar la supervivencia del restaurante.

Ana y Rolando, artistas del cabaret.Andando el tiempo, las deudas crecieron demasiado y convirtieron a Martín en socio del cabaret, quien de esa forma obtenía más libertad para sus operaciones. Liquidó el contrato con Makarov, compró la propiedad de Villa Mina y comenzó a operar con la bolita en la parte superior del cabaret. Una cafetería que existía en los antiguos garajes de la residencia —operada por unos españoles— también pasó a sus dominios, y después de hacerle algunos arreglos, la bautizó como El Dorado. En ella situó mesas de dominó para entretenimiento de los choferes de los clientes y del público en general.

El triunfo de Grau San Martín en 1944, y sus consignas contra el vicio y la corrupción, propinaron un duro golpe a Martín, quien tuvo que cerrar el casino y todo lo relacionado con el juego. Despide a la totalidad del personal, excepto a sus hombres de confianza, y continúa como socio de Correa en el cabaret.

Comienzan de nuevo las «encerronas», aunque con mucha discreción y en distintas casas alquiladas para esos fines. Fueron años muy duros económicamente, pero El Guajiro tenía reservas para afrontarlos, con la esperanza de que no duraría mucho tiempo. Con el gobierno de Carlos Prío comenzaría de nuevo la tolerancia. Se dicta una Ley de Turismo para «proteger» esta importante rama económica del país, y Tropicana abre de nuevo las puertas del Casino, esta vez bajo un total dominio de Martín, El Guajiro de Ciego.

Esta decisión gubernamental engendró las conocidas bandas de gansters que asolaron el país, entre las cuales se encontraban los tristemente «tigres», que intentaron hacer blanco al cabaret de sus chantajes. Martín rápidamente solicitó protección a sus socios de la alta esfera gubernamental, y se eliminaron estas molestas visitas.

La afluencia de público al cabaret continuaba muy baja y resultaba incosteable, pero Martín veía florecer su negocio de juego, y no permitía que se rebajara la calidad de los shows. En un momento de crisis exige a Correa que le venda su parte o le compre la suya. Este se niega rotundamente, y Martín reúne a los principales proveedores de mercancías, con los cuales había sido garante, y les informa que a partir de ese momento Correa actuará por su cuenta y riesgo.

La situación para Correa era desesperante: no tenía dinero y no encontraba financistas. Llegó el día en que ya no había mercancías disponibles. Antes de perderlo todo, decide vender a Martín, quien mediante el chantaje se hace dueño absoluto de Tropicana. Manda a buscar a su hermano Pedro, quien trabajaba en la cafetería de la estación central de Nueva York, y lo responsabiliza con todo lo relacionado con esta rama. Ardura asume la parte del juego y los espectáculos, y Echemendía queda como administrador general del cabaret y del juego ilegal.

Martín controlaba el negocio y repartía las utilidades con sus socios, de acuerdo con sus responsabilidades y orden jerárquico: Echemendía, Ardura —que a partir de este momento se conocería como el hombre del traje blanco por sus famosos trajes de dril cien— y por último su hermano Pedro. Los cheques se repartían los días 23 o 24 de diciembre de cada año.

Una nueva y definitiva etapa surge en Tropicana cuando Víctor de Correa vende a Martín Fox, El Guajiro de Ciego de Ávila, su participación en el negocio.

Vea: La verdadera historia de TROPICANA (II). CORREA, el empresario.