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Mi vocación es la vanguardia
24March

Mi vocación es la vanguardia

El artista puertorriqueño Antonio Martorell (Santurce, 1939), pintor y grabador, imparte desde ayer lunes 23 de marzo el taller “Grabaciones e impresiones: música, palabra e imágenes”, en el Taller Experimental de la Gráfica de la Plaza de la Catedral, como un adelanto de la X Bienal de La Habana. Un buen momento para conocer algunos presupuestos de su trabajo.


Muchas de sus creaciones no sólo se fundamentan en la experiencia colectiva, sino también en la interdisciplinariedad. ¿Qué podría comentarnos al respecto?

Aunque existen, trato constantemente de derribar las fronteras. La diferencia entre el individuo y el colectivo me parece, en gran medida, arbitraria. Todo mi trabajo, y cuando digo mi trabajo digo mi vida, es un intento de abolir categorías, de abolir límites, confirmar la fluidez, la posibilidad del cambio. Una de las cosas que más me maravillan y entusiasman sobre el arte cubano es esa capacidad extraordinaria de fundir lo propio con lo ajeno, lo internacional con lo nacional, la vanguardia con la tradición; es incluso una de las razones por las cuales regreso siempre a Cuba y me relaciono vitalmente con los artistas. Lo que me trae aquí no es la diferencia; vengo del otro lado: vengo de la tradición de la tradición pero mi vocación es la vanguardia, no por modalidad, no por afán de originalidad, ni por ser experimental, sino por sentir y expresar la experiencia, o sea, por ser sujeto y objeto de la experiencia. No es el experimento gratuito, de laboratorio, y mucho menos de modalidad, ni la obsesión de estar al frente, es la obsesión de estar donde estoy, de reconocer mi posición y adelantarla.

Siempre he abogado por la multiplicidad de recursos, incluso, desde los años 70 abogué por una estética caribeña, pero no una estética caribeña limitante, no una estética caribeña que se proponía como dogma sino como instrumento partiendo de la certeza del conocimiento y de haber sido víctima de una sociedad que negaba lo propio. Desde el inicio hice una clarificación fundamental, no era un plan de acción y mucho menos un único camino, era rescatar elementos hasta entonces negados, caminos que podían incorporarse a nuestro discurso, según hemos incorporado también los discursos de la gráfica alemana o del arte japonés. Y así lo he puesto siempre en práctica como, por ejemplo, en la exposición donde incorporo Cartas a un joven poeta, de Rainer María Rilke. Eso despistaba muchas veces a espectadores y a críticos, porque decían: y este puertorriqueño, ¿qué hace con Rilke? Pues coño, Rilke a mí me pertenece tanto como me pertenecen Thomas Mann, Cervantes y Dostoiewski. Yo soy también heredero de esa otra parte de la cultura universal, porque lo nuestro es también universal, el Caribe es también universal. Se trata de borrar de nuevo esos linderos, comprender una totalidad, poder nadar libremente en todas esas aguas como propias. Pero vivimos en un total maniqueísmo y la herencia colonial es tal, que en mi país se dio durante años –y todavía se da– una pugna estúpida entre los abstractos y los figurativos, los universalistas y los nacionalistas, ¿qué es eso? Contra eso me rebelo profundamente. ¿Por qué parcelar y eliminar del conocimiento y del usufructo de la belleza a los artistas y a los espectadores? No. Todo es mío, lo quiero todo y todo el tiempo.

En casi todos los proyectos colectivos que usted ha liderado se verifica una experiencia complementaria entre aprendizaje y pedagogía. ¿Cuál de ellas le resulta más gratificante?
Mi trabajo supone el aprendizaje. Siempre hago aquello que no sé hacer. Si hago algo que sé hacer resulta aburrido para mí y creo que puede resultar aburrido también para el espectador. Odio repetirme, no por afán de lo nuevo, sino por razón de no aburrirme. El aprendizaje para mí es la necesidad de mantener la fiesta constante que es el trabajo, preferiblemente en compañía. De vez en cuando sí me repliego a labores solitarias, pero es como un descanso y preparación para la inmersión nuevamente en el colectivo. Toda labor es de aprendizaje y de pedagogía, pero no se trata de la confluencia en una misma persona del maestro y el aprendiz, no hay esa posición, lo único que le llevo de ventaja al otro aprendiz, es que tengo una noción, quizás más clara, o por lo menos más inquietante, de lo que quiero aprender. Mi labor como maestro –si es que hay alguna– es comunicar esa inquietud, hacerme acompañar en esa búsqueda, sentirme fortalecido por el otro, con plena conciencia de que mi ignorancia no es única y mi necesidad tampoco.

En más de una oportunidad ha expresado su admiración por los artistas plásticos cubanos. ¿Y de nuestra sociedad qué elementos le resultan sobresalientes?
Esa enorme voluntad, esa capacidad de entusiasmo y optimismo contra viento y marea que existe en el arte y en la vida cubana. Eso para mí es vital, yo vengo a alimentarme de eso. Por otro lado, la tradición de vanguardia que ustedes tienen versus la tradición de tradición que existe en los elementos más alertas de la vanguardia política de mi país… Por mucho tiempo la vanguardia política ha estado acompañada como de una retaguardia estética por razones obvias, o sea, parte de la labor nuestra de avanzar ha sido resistir. Entonces la primera trinchera de la resistencia es la cultural, es el idioma, las formas, la tradición, todo lo que refiera a un pasado rescatado, jerarquizado como un baluarte contra la invasión de lo nuevo y lo ajeno. Tengo plena conciencia de que esa dicotomía, aunque la comprendo y he operado a partir de ella en determinado momento, no tiene por qué ser eterna. Uno no tiene que obedecerla al pie de la letra, hay que mirar también hacia delante y hacia fuera; hay que llegar a las propias culminaciones y en eso el arte cubano es orientador.

La entrevista será publicada íntegramente en el número 2 de la revista Arte por Excelencias.