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R. R. Calafell, un pintor “de escuela”
27December

R. R. Calafell, un pintor “de escuela”

D.P.

 

Recientemente tuve la oportunidad de conocerlo, en su casa- taller- escuela, muy cerca de la Iglesia de los Pasionistas, en la Víbora. Me había sorprendido, al revisar un CD con información sobre su obra, la singular capacidad para desdoblarse en varios estilos, que inicialmente puede confundir a un especialista, o al menos oscurecer el camino para la comprensión del conjunto de una obra.

 

Cuando tuve la oportunidad de hablar con Calafell (La Habana, 1936) todas las dudas quedaron resueltas. Se trataba de una historia azarosa, múltiple, que lejos de estar terminando se renovaba a cada frase o propuesta. Conocí a un niño en el cuerpo de un adulto, con energías suficientes para continuar reinventándose, figurando en la historia a veces como protagonista, a veces como actor secundario, prácticamente nunca como mero observador.

 

Su relación con el arte comenzó, como el mismo apunta, “por accidente”. Muy joven estudió comercio, mecanografía, taquigrafía e inglés. “Estudié comercio por mi padre, que no entendía de la vocación por el arte. No obstante, durante mucho tiempo di clases de piano, y siempre me interesó la pintura. De hecho mis primeros intentos en esta manifestación fueron junto a él, quien –como hobby– se dedicaba a retratar a los refugiados. Trabajaba muy bien la acuarela y me formó en esta técnica. El misterio del color lo aprendí con un vecino, que acostumbrado a pasar por mi puerta y verme pintando me inculcó sus nociones en el tratamiento de los pigmentos.”

 

“Tienes que saber de dónde vienes y dónde estas para saber a dónde te diriges. La historia familiar es muy importante para mí, pues allí reside la base de mi formación. Soy de una familia pobre. Mi abuela era doméstica, no recuerdo si cocinera o ayuda de cámara de una francesa. Ella me acostumbró a ir al teatro a ver los grupos danzarios, a la zarzuela. Era una persona simple, pero había en ella una cultura que muchas veces no podemos apreciar en alguien instruido, con estudios. Tenía un tío linotipista, que se paraba frente a la radio, como si se pudiera ver en ella, para escuchar música sinfónica; y otro cartero, aficionado a la trova. Mi madrina era modista, una habanera furibunda de la que adquirí mi pasión por esta ciudad.”

 

“Mi mama era muy religiosa, tanto que el Viernes Santo había que ir a siete iglesias de la ciudad. Allí comenzó mi interés en la arquitectura, las formas, los ambientes que rodeaban a estos espacios de culto. Admiraba las escenas de angustia, de dolor, realizadas con un tremendo realismo para crear una devoción mayor. Aprecié fundamentalmente la creación barroca, no solo en las iglesias, también en las casas, en los objetos que llamaban la atención desde un recorrido por las calles: faroles, guardacantones, rejas, guardavecinos.”

 

La Revolución Cubana impulsó a Calafell a vincularse profesionalmente al arte. Así comenzó a estudiar, en las noches, pintura en San Alejandro, donde era visto por muchos como un “bicho raro”, pues mientras él trabajaba en un almacén de víveres la mayoría provenían del ICAIC o de otras instituciones vinculadas a la cultura. Luego se apasionó por el grabado y la escultura, y continuó estudiando pese a las múltiples complicaciones que la vida le ponía por delante.

 

Se sumó también a los cambios que tenían lugar en materia educacional, al vincularse a los programas de enseñanza artística, relegada en muchos niveles. Comenzó esta labor en las prácticas profesionales, pues Rafaela Chacón instó a varios estudiantes a colaborar en las clases a niños de segundo ciclo. Fue ella quien marcó su destino desde entonces, el día que le aseguró: “Usted es un maestro”. De estos primeros intentos pasó a la Escuela Makarenko, en la que fue jefe de cátedra de la especialidad, dirigiendo, según sus propias palabras, a “un pequeño ejército loco”; luego se afanó en el trabajo en centros penitenciarios, totalmente distinto, pero enriquecedor. En aquellos tiempos no existía la enseñanza artística como licenciatura, y Calafell fue uno de los que contribuyó a la estructuración de una metodología para todos los niveles.

 

En esta vorágine de trabajo, la creación quedó un tanto relegada, pues no tenía tiempo real que dedicarle. “Pintaba los 10 de octubre y de madrugada. Solo después de viejo he podido dedicarme por entero a mi arte”.

 

Me comentó Calafell que ya desde San Alejandro estaba interesado en retratar su ciudad natal, y que a través de los años experimentó varios modos de mostrarla. Hoy trabaja en una Habana impresionista, con atmósferas particulares a distintas horas del día, a la manera de Monet. Destacan las edificaciones religiosas que tanto le impresionaron de niño, especialmente su cercana Iglesia de los Pasionistas, aunque según nos comenta, hay sitios que le faltan : “Casablanca, un lugar que siempre me ha gustado mucho pues iba con mi abuela, Regla, Guanabacoa, la Fuente de la India, la iglesia de Reina, el Palacio Presidencial. Con ello puedo completar mi visión impresionista sobre La Habana. ”

 

“La Habana es sus campanarios, sus tejas rojas, la piedra, las calles sombrías, los cambios de las luces a distintas horas, las calles húmedas caracterizadas por su sonoridad, la acústica de sus adoquines, el olor a mar, a comino, a laurel, a clavo de olor, a canela, a cebolla, a ajo, el colorido, los efectos de luces de las lucetas coloniales. Eso retroalimenta el espíritu.”

 

“Estuve alejado del arte prácticamente toda mi vida, al menos en el momento que más potencial tenía” –afirma Calafell con cierto pesar. Pero no se deja vencer, se vuelca en su labor como profesor, en su pintura. Es, sin dudas, un artista de escuela, un hombre culto. Tiene un futuro por delante.

 

Para más información puede escribir a galeriascalafell@yahoo.com.