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El borde y el límite: La obra de Libia Posada
09October
Artículos

El borde y el límite: La obra de Libia Posada

Para el artista contemporáneo es algo complejo encontrar una vía de expresión personal relacionada con las formas experimentales, teniendo en cuenta lo mucho que se ha diversificado y ampliado el mundo del arte. Detenernos a comentar la obra de la artista antioqueña Libia Posada nos sitúa frente a esa paradoja, que se hace más intensa al ser vivida por una mujer que conserva una doble condición: médico y artista. Pero su labor no está centrada simplemente en utilizar los mecanismos del arte para representar sus vivencias como médico sino, sobre todo, en crear un espacio híbrido por el cual transcurren las metáforas de la enfermedad y la cura desde dimensiones sociales y culturales, desplegando una visión y una comprensión de esas vivencias que, al no estar al alcance de la experiencia común, son más sutiles. Ellas, siendo producto de esa doble condición, le otorgan además el privilegio de poder acercarse a lo macro desde lo micro, a las relaciones en sus interconexiones, a las causas a través de los efectos, mostrándolas desde otra perspectiva. Dos órdenes son prioritarios en el conjunto de sus trabajos: la relación entre lo público y lo personal, y la función estética que debe cumplir el espacio que contiene las obras. Ambos elementos discursan a través de la fotografía, el dibujo, objetos interactivos, instalaciones, performances u obras en proceso, logrando que perdamos el límite entre aquello que conocemos como consulta médica, laboratorio o enfermería, y la galería donde se convierten en una mínima expresión, las imágenes tradicionales del cuerpo y sus posibilidades de sanación. El tema de lo público es tratado a través de obras en proceso que hacen eclosionar algunos de los problemas más álgidos de la realidad colombiana. En el contexto artístico de su país, ese sentido social del arte es abordado mediante una práctica muy cercana a la teoría de la Estética relacional1 alejándose de las formas creativas que se afincan en los conceptos tradicionales de arte. Sin embargo, lo más llamativo de su proximidad a esa práctica, es que sus obras no se ajustan exclusivamente a la “relación” como recurso de construcción artística, más bien la presencia de lo relacional es sólo un componente que las circunda, pues los vínculos personales o sociales de los cuales fluyen las relaciones son un camuflaje que, al inspirarse en la realidad, potencian sus sentidos creando apariencias de alto poder evocador. Ello se constata en propuestas que descansan en la participación colectiva, como medio en el que cobran cuerpo las obras. Por ejemplo, la pieza “Síndrome postraumático”, (2003-2008) consiste en la realización de 5000 encuestas a un público muy diverso, en las cuales se les preguntaba a los encuestados sobre las secuelas emocionales y sicológicas dejadas por el “conflicto”. A su vez, en el proyecto “Evidencia clínica” (2006) la artista agrupó a 50 mujeres que habían sufrido maltrato físico, fotografiándolas con las huellas dejadas por el acto violento. En otra dirección, se destacan aquellas creaciones que privilegian el tema de la enfermedad y las vías para su curación, utilizando información personal y sensibilidad para convertir los hechos sociales en obras en las que conviven juntos los males sociales con las enfermedades físicas y sicológicas. Obras, algunas en proceso, donde se encarnan las terribles experiencias del dolor físico, sobre todo si éste también se convierte en dolor espiritual; esa dura dimensión de la vida en la que uno se transforma en otro. Sus casi veinte exposiciones individuales bordean ese dilema, apelando a variados recursos formales que establecen un proceso creativo que parece tejerse sobre sí mismo. El tema del maltrato de la mujer o las mutilaciones físicas resultado de los conflictos sociales, figuran como parte del espacio clínico, a través de una estética que lo convierte en testigo mudo de las narraciones que despliega la artista. Esta postura creativa le ha permitido alcanzar relatos de gran consistencia, no sólo por la fuerza de sus contenidos sino también por la habilidad con la que el espacio utilizado permite comprimirlos. Instalaciones como Sala de examen (2000), Terapia respiratoria aguda (2003) y Manual de rehabilitación, presentadas en la VIII Bienal de La Habana (2003) nos acercan a las diferentes perspectivas desde las cuales la artista utiliza el espacio clínico. Sobre esta última exposición Libia comenta que ella se despliega “en torno al cuerpo modificado a causa del conflicto y cuestiona el engranaje social de modificación, reparación y ocultamiento, del cual la medicina forma parte”. Una poética que se adentra en el imaginario interno del cuerpo, lo discierne para mostrarlo en su intimidad, y va delineando caminos a través de los cuales puede trazarse el perfecto equilibrio que lo compone. Un matiz muy particular sobre la cuestión del daño físico se encuentra en la muestra Evidencia clínica: Retratos (2007). En este caso, la artista realizó una intervención en la colección permanente del Museo Histórico de Medellín, sin ni siquiera imaginar cuánto iba a remover los cimientos de la mirada histórica sobre el concepto del retrato. La misma estaba compuesta por un conjunto de fotografías que irían a ocupar el lugar de las obras originales del museo. Imitando la pose, el vestuario y la época de dichas obras, apreciamos los rostros de mujeres maltratadas, como resultado de la violencia familiar o social. De esta forma, se establecía una relación entre la complacencia del retrato romántico, que habitualmente ocupa un lugar privilegiado en las salas del museo, con la terrible secuela del maltrato físico, dos visiones que al suplantarse alteran la estabilidad de la visualidad del espectador, llevándolo al campo de las confrontaciones acerca de una realidad que, en muchas ocasiones, se desea ignorar. Un hábil juego de roles que no respeta espacios ni significados, en el empeño de compartir ese campo de la historia con imágenes muy cercanas temporalmente. Libia se ha propuesto imaginar y corporizar una de las aristas más dolorosas de la realidad colombiana: la violencia. Años que se centran en los desplazamientos sociales, la violación de derechos, las agresiones sociales y personales, son transcritos por medio de prótesis, muletas e imágenes que reproducen esa realidad. Simular es uno de sus recursos más reiterados, pues el tema médico es una trampa que hace eclosionar patologías de trasfondo social, aunque se proyecten en lo personal para aprovechar la información que posee el espectador sobre el tema. En sus instalaciones crea ambientes que mimetizan los tratamientos médicos de algunas enfermedades, armando escenarios semirreales, donde lo inmaculado del blanco juega un papel protagónico. La sala médica es impecable, fría y ascética, según la propia naturaleza del ejercicio de curación que la caracteriza, sin embargo, serán las diademas de la imaginación artística las que impriman otro sentido, al convertirla en memoria de impresiones intensas y dolorosas o en espacio de intercambio de experiencias vividas. Desde otra arista, se abren camino varias series centradas en la representación del cerebro, en la búsqueda de una expresión más íntima, más cercana a las visiones internas del cuerpo humano. Teniendo en cuenta que el cerebro constituye la más compleja e incomprensible organización biológica a la cual se ha enfrentado el conocimiento, lo intenta representar desde diferentes perspectivas, convirtiéndolo en red de redes que se pierden entre espacios nebulosos, sin un borde o un límite. Buscando un acercamiento a su posible apariencia, en la muestra Síndrome postraumático (2003-2008) la artista expuso un conjunto de obras trabajadas con hilo y vendaje quirúrgico sobre panel, tratando de aludir al sistema nervioso humano y a sus posibles relaciones entre anatomía y agresión física. Utilizando esos materiales elaboró piezas que simulaban cabezas de las que parecía emerger una fuerte energía con estallidos silenciosos que las extendían más allá de sus dimensiones. De manera similar en la serie Neurografías (2005-2007) aparecen dibujos alusivos al sistema nervioso humano y a las posibles secuelas que, como un cuerpo colectivo, simbiotizan lo personal y lo social. En unas obras del propio vendaje emerge la figura; en otras, domina la abstracción, formándose una cartografía de ese sistema en el cual se pierde la identidad física, aunque la información textual del lugar que ocupa cada nervio, nos hace pensar en una impresionante galaxia dividida internamente. A su vez, en la exposición Sustancia gris (2009) la galería se transforma en un inmaculado salón que sirve de contenedor a piezas que representan los delicados hilos del cerebro, sin que podamos saber dónde empiezan y dónde terminan, si nos engañan con sus enlazamientos sin principio ni destino, o podremos seguirlos sin perder su rastro. Pero, en esta ocasión, la belleza formal aflora desde lo interno, la figuración se intuye más por el título de la pieza que por cualquier clara referencia a su apariencia. Las distintas perspectivas desde las cuales puede verse el cerebro a través de una radiografía se disimulan, interesándole más el movimiento real que el reposo pausado de una imagen médica. Ella intuye el ritmo de la energía cerebral que, aún siendo imposible de captar por la mirada, nos puede engañar con su metáfora: finos hilos trenzados que abstraen el referente permitiendo que la mirada fluya, se deslice, dance a través de los espacios mínimos que dejan esos trenzados. En unos pocos años, Libia ha ido conformando una poética en la que participan al mismo tiempo, acciones que dinamizan el espacio público, obras en proceso que implican una investigación social, piezas interactivas que dialogan con algunas de las zonas más álgidas de la sociedad colombiana. Son propuestas diversas –desde el espacio íntegramente blanco de la galería–, a través de las cuales se abre paso la síntesis visual que cuestiona si es posible construir modelos científicos que predigan verdades, en constante espera de otras que las sustituyan, según dictamine la belleza. La ciencia se desnuda ante la imagen; ella no necesita de una lógica que argumente su estructura funcional. El contraste de los finos hilos sobre la blanca pared es la mejor certeza de que, aunque parecen evaporarse, aunque finjan irrealidad, se acercan al fluir perpetuo del pensamiento que, por muy rápido que viaje, será siempre rebasado por la vida.

Retratos: Anónimo. De la serie Evidencia clínica, 2007
Impresión fotográfica sobre papel / 76,9 x 103 cm / Portraits: Anonymous From the Clinical Evidence series / Photographic printing on paper

Retratos: Mujer con collar. De la serie Evidencia clínica, 2007 Impresión fotográfica sobre papel / 80 x 64,1 cm / Portraits: Woman with Necklace
From the Clinical Evidence series / Photographic printing on paper

De la serie Lección de Anatomía, 2000-2004 / Impresión digital sobre papel / 100 x 70 cm From the Anatomy Lesson series / Digital printing on paper