Skip to main content
Pintura Pepilla
12March
Artículos

Pintura Pepilla

Los críticos son como perros que le ladran a las ruedas de una bicicleta. Marcel Duchamp Se pudiera reconstruir una “genealogía lateral” sobre los prejuicios, las prevenciones y los resabios de “los artistas del concepto” a propósito del arte de la pintura a finales del siglo xx y comienzos del actual. La relación de entuertos en forma de reclamos nos aporta datos de sumo interés sobre las colisiones que se cuecen al vórtice de la creación artística hoy día. El crítico Héctor Antón me contaba que algún maestro (alguien que, ciertamente, ha virado la pintura al revés y al derecho otra vez) solía desgranar el siguiente comentario frente a la magnitud de la factura pictórica de ciertas piezas: “¡Qué clase de cocina tiene esa pincha!”. Qué clase de cocina, frase maravillosa donde las hubo. Con el empeñoso laboreo del arte culinario, el maestrazo se refería al espesor de la realización, al “laboratorio pictórico” que redundara en notables valores estéticos –aunque, ya sabemos, no necesariamente artísticos o culturales. Aquí mismo empieza, para mí, la ambivalencia. ¿La frase suponía admiración sincera o una leve ironía, sarcasmo soterrado? Hoy creo que, francamente, las dos cosas; como compleja es la problemática misma que sutiliza y reelabora la frase culinaria. Por mi parte, en alguna ocasión escuché a otro gran artista, éste más francamente del lado del concepto y la transgresión de los límites de la facturación (como se diría: más radical, o más “militante”), referirse a un grupo de excelentes pintores actuales como “pintores de candonga”, o “pintores de feria”. Los artistas despreciados por su colega, el posconceptualista, eran, y son, a todas luces, algunos de los más inspirados y personales pintores a lo largo de los años noventa y después; pero, en la circunstancia de la mofa, se hacía claro que por el solo hecho de pintar asomaba la tachadura inclemente, y hasta el interesado recuerdo de aquella otra frase de Duchamp, “bruto como un pintor”,1 manipulada y descontextualizada. Así, dedicarse a la pintura hoy día es poco menos que un afán de holgazanes del espíritu, un ademán decadente, tejido adiposo, diabetes contraproducente, una vetustez fuera de lugar, concesión comercial, desmesura del hedonismo, entre otras hierbas. El colmo de los chistes que quieren pasar por crítica cultural solapada lo escuché el otro día alrededor de la pintura que hacen artistas como Alejandro Campins, Michel Pérez, Niels Jenry Reyes y, de algún modo, Orestes Hernández. No hay que descartar la evidencia de que estos pintores molestan en la misma medida que han resultado muy exitosos, y conocemos que, al menos desde la República, buena parte de los cubanos experimentan el éxito ajeno como fracaso propio; pero tampoco habría que desestimar el resabio que anida en tal descalificación puntual. Ahora se le dice, a lo que tal cuarteto hace, “pintura pepilla”, siempre que, estiman los impugnadores, se trate de una pintura que no se mete con nada ni con nadie: ni con la institución Arte ni con el gobierno, ni con nada. Otro hedonismo o formalismo presuntamente vanguardista, que no pasa de la pasarela. En tal sentido, el viejo adjetivo insular de “pepillo” (ya hoy, hasta por desfasado, sinónimo de decadencia) viene a ser la sustitución de lo que, en términos más actuales, pudiera ser una pintura “miky”, frente a los embates, por ejemplo, de una pintura “repa” (repartera; de esa que forma el mayor salpa’fuera a la menor oportunidad). La obsesiva crítica a la “pintura pepilla”, invectiva que toma la frescura y el sacudimiento de rémoras como frivolidad y ensimismamiento esteticista, descuida que incluso la pintura miky –disculpen, pero me gusta más lo de miky– se inserta en un círculo no vicioso de actitudes y reacciones que sí tienen mucho que ver con el contexto, con el entorno. No hay arte apolítico; como no hay terceras opciones. Arañar sólo a nivel de la superficie del texto nos retrotraería a una cansada y bruta discusión –bruta como propia de un conceptualista no afilado–, a la manera de aquella referida al adormecimiento ideológico de la abstracción. No puede ser más claro que la “frescura fresa” de estos pintores reacciona contra años precedentes de mucho chocolate. Demasiado chocolate. Primero, ellos no podían más con el exceso de racionalidad conceptual que advirtieron un día en sus profesores del ISA. De ahí la carga de irracionalidad, de subjetividad desaforada, de rechazo a la elaboración demasiado teórica que se aprecia en prácticamente los cuatro. El hecho de que aún hoy se les llame “pepillos”, de forma despectiva, demuestra que aquel tipo de exigencia o de resabio persiste con mucha fuerza, no ya en los profesores; incluso en los colegas jóvenes. Por otra parte, de un modo más general, tributarios como son –sin esconderlo– del espíritu de la transvanguardia italiana y de los neoexpresionismos alemán y estadounidense (sobre todo quizás de la primera), se muestran muy interesados en la reconquista del poder de la fascinación visual, la crítica al logocentrismo fundamentalista, y los asideros que tienen que ver con la historia y los recuerdos personales del mismo artista, la propia Historia del arte, etc. Al dialogar, oblicua, nunca explícitamente, con el devenir del arte cubano, estos muchachos parecen agotados de la referencialidad que quiere cambiar el mundo, el gobierno, la institución, desde el plasma ilusivo de una sola obra. Ellos quieren sacudirse esa necesidad de crear a expensas de la crítica o la alusión social todo el tiempo. Lo que no quiere decir, tampoco, que lo consigan ciento por ciento. El caso más ilustrativo es el de Michel Pérez, artista a quien importa justo el punto medio de la neutralidad, de la nulidad pudiera decirse, el rictus, la levitación, la suspensión. Pero un lienzo como “Diálogo con la juventud” lo traicionó en su día de buena manera: el pintor no logró disimular toda la carga referencial que de forma siempre metafórica nauseaba su memoria emotiva. Quiero esto decir, en arte no bastan los propósitos: Obras son amores. Los acentos peyorativos en lo pepillo, la candonga (¡milagro no han apelado a la cañandonga!), la feria, la brutalidad de la pintura, la frescura sospechosa, etc., conforman un rosario de improperios que resulta sumamente elocuente sobre dos cosas. Primero, el despiste de estos críticos acérrimos de la posibilidad de la pintura hoy, so pretexto de considerarle un arte vencido por las circunstancias (“más convocantes”) de las prácticas conceptuales, posconceptuales, performativas, etc. Estos polemistas apresurados no enseñan con tales saetas sino sus propias limitaciones para entender la democratización de los fenómenos de la cultura y la visualidad hoy día, donde el mercado difícilmente consigue volver a instaurar dictaduras o paradigmas rígidos. El arte efímero, la instalación, el conceptualismo, el descubrimiento de la performance tienen ya hoy medio siglo y más; de alguna manera, también ésas son, a la fecha, “artes tradicionales”. Por el contrario, el reciclaje de la pintura –incluso de lo figurativo–, o de la fotografía, esas viejas y pepillas artes, han venido a oxigenar el horizonte creativo actual, donde las opciones estéticas se plantean como un repertorio democrático, no vertical, que se desliza sin prevenciones, y donde los géneros funcionan definitivamente como convenciones, según los requerimientos de la idea. Puse el ejemplo accesorio del caso cubano porque, en forma de pretexto o motivación, el presente debate alcanza a dimensionar una problemática de interés en el ámbito universal de la cultura artística; sobre todo en los emplazamientos que pasan por “sistema-mundo”. En América, no deja de ser una colisión de cierto relieve. Las videoinstalaciones, las instalaciones esculturadas, las performances que echan mano a pinturas o esculturas intervenidas, las fotografías que colaboran con intervenciones sociales, dan fe del carácter intergenérico, interdisciplinar, de la creación y la visualidad hoy día, donde se mezclan frenéticamente además los códigos venidos de la tenida aún hoy por alta cultura, la publicidad –si fuera que la publicidad no constituyera ya un índice de otra cultura alta, de un tamaño de otro tipo–, el lenguaje comercial de la calle, la pornografía, etc. En este contexto cultural, burlarse de la pintura por extemporánea parece un ademán pepillo, miky; cabrón, en verdad. Otra cosa es apartarse de la pintura, como han hecho algunos, porque se trata de una posibilidad expresiva tan codificada históricamente que resulta hoy muy difícil, en sus campos, encontrar un camino personal y revelador. Es el caso, por ejemplo, de las razones esgrimidas, con otra madurez, por el escultor e instalador Manolo Castro. Queda claro que murió la originalidad hace mucho tiempo, pero también que no muere el recelo con el reciclaje del reciclaje, el pastiche del pastiche, y el “fusilamiento” de unos artistas por otros. Las pinturas del cuarteto que nos sirve hoy de motivación se parecen en algo al neoexpresionismo estadounidense, al arte asiático de esta hora (animación y pintura), a cierto sesgo tarantinesco, etc.; sin embargo, cada uno de ellos entrega una vuelta de tuerca especial a ese “aire de los tiempos pictóricos” de que participan. Nadie cesa de ser hijo de su época; tampoco en arte. El performer y pintor inglés Peter Greenaway habló una vez de “visión de túnel”. Para él, los artistas esgrimen sus visiones de túneles; no pueden mirar a ambos lados: no verían nada; acaso profundizan, con intensidad, en su visión de túnel. La idea de la pintura pepilla no expresa más que otro túnel. Incluso, otro túnel posible. Está bien que exista la pintura pepilla y la impugnación de la pintura pepilla, y la impugnación de la impugnación de la pintura pepilla (como la crítica a la impugnación de la impugnación). Eso habla de un panorama cultural vivo, pugnante. Claro, luego viene el especialista –alguien que, se supone, no ha extraviado la serenidad– y, a esto quería llegar, debe yuxtaponer todos los túneles y mirar la creación (no la erección machista, sino el orgasmo plácido, confortante y democrático) desde una perspectiva macro.2 La democracia del sabor, y de los códigos; de los lenguajes, de las aproximaciones al arte. Los artistas se fajan por gusto (aunque no deja de estar bien que se fajen). Tiene que haber de todo: pintura miky y pintura repa, logocentrismo y fascinación, puntos intermedios, performances duros, intervenciones radicales, hedonismo de nuevo tipo, new medias que subvierten cánones y expectativas. De todo. De todo lo bueno. Arte es cuanto escapa a la receta y a la faja ceñidora, y ofrece al mundo una posibilidad de interpretación tan lúcida como falible, como vulnerable puede ser todo gesto humano. _________________________________________________________ 1 En la literatura, se observan contradicciones sobre la sintaxis y, más que todo, el sentido y alcance de la incluso así muy célebre frase. Ciertos autores insisten en que Duchamp se dedicó al ajedrez precisamente para eludir el cansancio del sujeto “bruto como un pintor”. Para otros, lo determinante de la idea tiene que ver con una concepción mayor: Duchamp estaba harto de la expresión “bruto como un artista”, en la dirección de la relevancia que a partir del gran creador y sabio adquiere, para siempre, el gesto, la idea, el proceso de la selección más que la ejecución; el pensamiento y su contexto bastante más que el “oficio”, la hechura, la factura, etc. 2 También, en el fondo, y hasta en la superficie, el reclamo despectivo a la “pintura pepilla” (según la mirada prejuiciada, pintura a dos centímetros del estereotipo de lo femenino) responde al ademán machista. Todavía aguarda el estudio de las relaciones –metafóricas y literales– entre cultura artística, crítica y sexología en la escena sociocultural cubana. No en balde Niels Jenry Reyes gusta tanto de la androginia y la relación erótica desprejuiciada; sin que ello tenga absolutamente nada que ver con su vida personal. Estos otros artistas están hartos, también, de un mundo heteronormativo, hegemónico y segregador en cualquier rubro de la existencia y la vida social. No más a la exclusión, parecen decir; e incluso por ese afán democratizador, de amplio diálogo con el Otro, nada tienen de adormecidos o mareados.

MICHEL PÉREZ (EL POLLO)
Diálogo con la juventud, 2008 / Acrílico sobre lienzo / Acrylic on canvas 
205 x 250 cm

ORESTES HERNÁNDEZ
Fresa, mucha fresa / Detalle de la obra Qué manera de quererte, 2008
Óleo sobre lienzo / Oil on canvas / 500 x 260 cms