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Arte y responsabilidad social en el corazón de Centroamérica . Fundación Ortiz-Gurdián
03May
Artículos

Arte y responsabilidad social en el corazón de Centroamérica . Fundación Ortiz-Gurdián

A mediados de la década del noventa del pasado siglo, el encuentro fortuito de Fernando Paiz y Ramiro Ortiz en un avión desató una serie de acontecimientos que provocaron un viraje importante en la plástica centroamericana. Empresarios y coleccionistas de arte, la conversación los llevó al complejo escenario en que se desenvolvían sus países, y las inexistentes oportunidades de desarrollo para los creadores locales. En Guatemala, la familia Paiz poseía una reconocida trayectoria de apoyo a las artes a través, fundamentalmente, de una fundación que organizaba la bienal nacional (desde 1978), y que en ese momento era única en Centroamérica. Nicaragua, por el contrario, no contaba con una experiencia o estructura similar.

Luego de este encuentro, en 1996, se crea en Nicaragua la Fundación Ortiz-Gurdián. Ramiro Ortiz y Fernando Paiz logran involucrar a empresarios y gestores culturales de toda Centroamérica en una iniciativa regional inédita. La organización Empresarios por el Arte es creada en Costa Rica; la Fundación Fernández Pirla comienza a operar en Panamá; en Honduras se une a estas iniciativas Bonnie de García, quien en esos momentos era dueña de la galería Portales; y en El Salvador Olga Vilanova, ambas patrocinadas por el Banco Promérica. Este año puede ser considerado como fecha clave en el desarrollo de un esfuerzo regional por parte de hombres de negocios, coleccionistas, curadores y gestores culturales; y como un momento que deberá ser analizado más profundamente cuando se escriba la historia de la responsabilidad social empresarial hacia las artes en Centroamérica.

Como colofón de estas acciones, en 1998 tiene lugar por primera vez la Bienal del Istmo Centroamericano, que se inaugura en el teatro Miguel Ángel Asturias de Ciudad de Guatemala. Juanita Bermúdez[i] comienza a coordinar el programa cultural de la fundación nicaragüense, convirtiéndose en el motor entusiasta que logra, en muy poco tiempo, hacer funcionar un engranaje de personas y entidades que trabajan de manera coordinada en toda Centroamérica. Pero una región encerrada en sí misma, heredera de múltiples conflictos, con una profunda deficiencia educativa y un mediocre sistema de educación artística, tenía dificultad para captar los lenguajes que eran ya paradigmas en los circuitos internacionales del arte. Haber nacido como Bienal de Pintura era consecuencia lógica de la reproducción de sistemas casi ancestrales. Crecer, en el seno de una comunidad artística que aceleradamente necesitaba “ponerse al día” y demandaba de sus estructuras nuevos apoyos y cambios, constituyó todo un reto que todavía trata de vencer la Bienal. Además de los aplausos, ha tenido la afilada crítica de curadores, expertos y artistas que consideran ha reproducido hacia el interior mecanismos de legitimación del arte y los artistas que no han respondido precisamente a los nuevos lenguajes del arte contemporáneo. Como evento regional, no ha podido aun ponerse en consonancia con los resultados teóricos y prácticos de otras entidades creadas en Centroamérica; pero es un ente al que debe darse especial mérito cuando se habla de la región y sus escenarios de producción artística.

Las bienales nacionales y centroamericanas han sido escenarios de las complejas discusiones que ha vivido el arte de la región en los últimos años. En su afán de dar un espacio a los artistas no solo han sido apoyo para la legitimación de estos, sino que se han convertido en el reflejo de los profundos desfases entre institucionalidad y creación contemporánea.

Mientras ese escenario centroamericano tomaba forma en la década del noventa, la Fundación Ortiz Gurdián daba pasos acelerados en Nicaragua, convirtiéndose en un referente para el resto de los esfuerzos regionales que comenzaban a gestarse.

Como fundación surgida en el seno de una familia que compartía la pasión por las artes, y una disposición profunda hacia el coleccionismo, su columna vertebral ha sido, desde siempre, su acervo. Alrededor de él se han nucleado estructuras, definido programas de promoción cultural, y desarrollado propuestas ciudadanas.

Desde la década del sesenta el Banco Central de Nicaragua había comenzado a atesorar obras de arte nicaragüense, y ese ejemplo fue seguido por otros bancos del país. Con la nacionalización de estos en los años ochenta esas colecciones quedaron dispersas. Otra colección importante de pintura, escultura y piezas precolombinas se encuentra en la Fundación Hugo Palma Ibarra.

La colección de la Fundación Ortiz-Gurdián, puede catalogarse como única en el país por su consistencia y número de piezas; pero sobre todo por la voluntad de sus creadores de salir del ámbito local y crear un conjunto que refleje el desarrollo del arte nacional y dialogue con los principales movimientos artísticos internacionales.

Actualmente, pocas entidades centroamericanas pueden exhibir una colección tan nutrida de arte contemporáneo regional y dar fe del crecimiento y articulación de un sistema, que le permite crear numerosas redes en los escenarios regionales e internacionales en donde le ha tocado desempeñarse.

Como resultado de su compromiso con el país, la fundación escogió como sede la ciudad de León. A 90 km de Managua, León constituye la segunda urbe en importancia del país, atada históricamente al poeta Rubén Darío, quien encontró allí la muerte; y una de las más ricas del país en patrimonio cultural y arquitectónico.

La familia Ortiz-Gurdián, originaria de esta ciudad, ha querido hacerle un homenaje permanente, involucrándose en acciones de preservación de su patrimonio arquitectónico y cultural; como la restauración de la Vía Sacra de la Catedral de León, integrada por enormes óleos sobre tela pintados a principios del siglo xx.

Una buena parte de la colección de la fundación ha sido puesta a disposición de los residentes y visitantes de León, en dos hermosas casas coloniales, restauradas cuidadosamente.

En la casa Norberto Ramírez, el primer inmueble donde se instaló la colección se exhiben 252 obras: pintura, escultura y piezas de cerámica precolombina y de San Juan de Oriente. En el año 2010 fue inaugurada la casa Derbishire, que acoge actualmente 54 obras contemporáneas, entre ellas varias instalaciones y videos. La exhibición la integran también los premios y menciones de la bienal nacional nicaragüense y varias piezas centroamericanas con las que artistas de otros países de la región han participado en los eventos regionales.

Un recorrido por las instalaciones de la fundación permite entender, a grandes rasgos, el proceso de desarrollo del arte nicaragüense y centroamericano en el siglo xx y lo que va del xxi. Al nutrirse, en un gran porcentaje, de adquisiciones realizadas en las bienales nacionales y regionales; contribuye a la comprensión de la manera en que un evento como este modela percepciones, dicta parámetros y atempera procesos que se desarrollan en escenarios artísticos locales con denominadores comunes regionales.

En los últimos años el arte contemporáneo de la región ha alcanzado espacios y proyecciones que han sido asumidos por la Fundación Ortiz-Gurdián como catalizadores de procesos internos de reflexión a la hora de decidir sus nuevas adquisiciones. Esto se ve reflejado en una voluntad institucional de superación de paradigmas anteriores, y en una constante búsqueda de nuevos derroteros para acrecentar los fondos con obras de calidad, que dialoguen con las piezas adquiridas anteriormente y permitan entender un escenario complejo como el centroamericano.

Los principales desafíos a los que se enfrenta la fundación han sido los mismos desde su creación. Desde una mirada privada, ¿cómo realizar una contribución sustantiva y de largo plazo en el espacio público? ¿De qué manera puede hacerse un aporte significativo a la producción artística contemporánea en una región llena de urgentes necesidades? ¿Cómo pueden crearse espacios de discusión y diálogo desde lo artístico en un entorno caracterizado por numerosos conflictos sociales, y que en los últimos años ha visto como la violencia se ha instaurado profundamente en su vida cotidiana? ¿Qué estrategias a largo plazo pueden seguirse en la creación de colecciones nacionales y regionales que protejan el patrimonio de países donde el Estado no tiene como prioridad esencial la conservación de sus acervos?

La Fundación Ortiz-Gurdián tiene en sus manos la gran responsabilidad de contribuir a responder estos cuestionamientos, esenciales además cuando se suscitan en una región marcada por débiles instituciones, escasez de recursos y casi nula voluntad política en relación con la conservación del patrimonio y el desarrollo de mayores oportunidades para los artistas nacionales.

En una zona fragmentada por las guerras y carcomida por la violencia, la respuesta de esta fundación ha sido fortalecer su compromiso nacional; apostar por las alianzas regionales; distribuir sus recursos en toda la región, en forma de patrocinios parala continuidad de los eventos bienales; y, en los últimos años, la apertura a nuevas ideas de expertos centroamericanos e internacionales, con los que se han empezado a crear diálogos que esperemos den sus frutos en un futuro cercano.



[i] Juanita Bermúdez ha sido promotora incansable de las artes visuales nicaragüenses. Es directora propietaria de Códice Galería de Arte Contemporáneo, que fundó en 1991, y coordinadora del Programa Cultural de la Fundación Ortiz-Gurdián desde 1996. (N. del E.)