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Día de la lengua portuguesa: La palabra como herencia
05May
Artículos

Día de la lengua portuguesa: La palabra como herencia

Hilda Hilst estudió Derecho en Sao Paulo. Sin embargo, aunque tanto en esta carrera como en la escritura se aprecia el arte de la palabra, la autora (ya hemos destripado la película con este término) se quedó con la segunda opción. No se había graduado cuando ya entabló amistad con otros artesanos de los libros, y en 1951, un año antes de dejar las aulas y las bibliotecas, su segundo poemario estaba publicado. El primero, Presságio, nació un año antes. Este, Balada de Alzira, contenía un elemento en el poema XVI que sería esencial durante toda su vida. Un escritorio.

La mesa de escribir es hecha de amor

y de sumisión.

En tanto

nadie la ve

como yo la veo.

Para los hombres

es hecha de madera

y está cubierta de tinta.

Para mí también

más la madera

protege su interior

pues su interior es humano.

También decía aquí que “cada página un año de vida”. Con todo esto nos estaba introduciendo a lo que serían el resto de sus días, una finca llamada Casa do Sol, dónde se dedicaría exclusivamente a la tinta y al folio en blanco. Entrarían por su puerta multitud de escritores, y serviría de refugio para la creación literaria, intelectualismo y diálogos en portugués.

Una de las personas que seguramente más participó en estas conversaciones fue Lydia Facundes Tulles. Miembro de la academia de las Ciencias de Lisboa y de la Paulista de Letras, fue la mejor amiga de Hilst. Alguna vez, contaría que se presentó en un bar diciendo “soy poeta”. Ella lo asumió como una vocación, como si el mundo le hubiera dado el deber de utilizar la palabra como arma y salvación. Si volvemos al inicio de este artículo, regresamos a la facultad de derecho de Sao Paulo, y con ello al principio también de la actividad literaria de Facundes, coetánea la de su compañera. Ambas dedicaron sus trazos a todos los géneros de escritura posibles, de cuentos cortos a novelas infinitas. As Meninas, una de las obras más significativas cuando hablamos de Facundes, también transcurre en una universidad. Las tres protagonistas, con trasfondos distintos, conviven en un internado religioso mientras se dedican a sus estudios. La novela se posiciona una década después de la etapa estudiantil de la escritora, en la crisis política de Brasil de los años 60. Del portugués se ha traducido al español y al inglés, y tiene adaptaciones a los escenarios y a la pantalla.

Pero si hablamos de copias, el autor brasileño más vendido por excelencia tiene el nombre de Paulo Coelho. Miembro de la academia de la Academia Brasileña de las Letras, tiene más de 320 millones de libros vendidos por todos los rincones del mundo, desde Ámsterdam, donde Paulo conoce a Karla en la novela Hippie, a el Camino de Santiago, que también tiene protagonismo en su trayectoria gracias a ser el paisaje de su primer contacto con la literatura publicada: Diario de un Mago o El Peregrino.

En ella, Coelho se despide de su esposa para emprender la ruta. El escritor se casó con Christina Oitica, pintora que ha visto su obra expuesta por todo el mundo. Sin embargo, hay un lugar que sus lienzos aún no han podido visitar. Portugal, el origen del idioma al otro lado del océano, el lugar en el que sus diálogos fluirían con la facilidad con la que fluye un río.

En Lisboa, ahora mismo, se está hablando mucho de arte en portugués. Hoy 5 de mayo es el día de esta lengua milenaria, excusa perfecta para practicar y viajar hasta la capital, dónde a partir del día 25 de este mismo mes se celebrará ARCO. José Saramago, nobel de literatura lusitano, dijo una vez que “lo importante en el arte es lo que se recupera”. Que lo creado es el reflejo de lo que una vez ya ocurrió y nació, y que nunca puede nacer algo nuevo. Eso serán también las palabras, o a lo mejor como las formamos son la imagen viva de todos los que hablan con nosotros. António Lobo Antunes dijo que todo lo que escribimos es autobiográfico, siempre hay un pedazo de nosotros, de nuestra vida y habla. Él nunca dejaba de formar palabras y arrugar la frente cuando leía lo que dejaba en el papel. En el libro en el que conversa con María Luisa Blanco, menciona que, aunque fuera de madrugada, estuviera donde estuviese, él siempre estaba escribiendo.

Y volvemos al inicio, a esa mesa llena de amor de la que hablaba Hilda Hilst. A dónde empiezan y donde terminan las historias, siempre llevadas por el lenguaje de los de al lado, del legado que nos dejan las palabras. Obrigado, literatura. Gracias idioma, que surgiste para expresar lo que el ser humano no puede callarse.

En portada: Hilda Hilst fotografiada por Eduardo Simoes