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Dos ciudadanos de Utopía
07December
Artículos

Dos ciudadanos de Utopía

Utopía es, sin duda alguna, la quintaesencia de soñadores, pensadores y artistas, la fuerza detrás de movimientos y revoluciones. Es, en muchos casos, la inspiración de conflictos y cambios hechos por el género humano. Two Citizens of Utopia (Dos ciudadanos de Utopía), una exposición a dúo de Ibrahim Miranda y Douglas Pérez, parece abrazar estos ideales. Curada por Orlando Hernández y Rachel Weingeist para The Eighth Floor en la ciudad de Nueva York, la muestra es un viaje a un mundo desconocido, a un país que no es familiar, a una ciudad inverosímil.

En el mundo global de hoy es raro encontrar artistas emergentes que se identifiquen con una realidad local o nacional. Las ideas de nación/nacionalidad se han visto afectadas por el concepto mundial de existencia. El caso de Cuba es rara avis, pues los artistas se reúnen bajo un arte en el que las raíces nacionales son todavía una obsesión. Los dos creadores de la exposición nacieron, viven y trabajan en la Isla; son los caracteres, la vida y las culturas de su país las fuentes principales de inspiración.

El trabajo de Ibrahim Miranda (Pinar del Río, 1969) es un viaje a un mundo imaginario con el mapa de Cuba como epicentro, una afluencia de energía inundada de imágenes y pensamientos sobre cómo se imagina la isla. De la serieMapas, las sesenta piezas de la exposición fueron realizadas entre 2008 y 2012, y tienen el mismo formato con el que el artista ha estado trabajando desde finales de los años noventa. Creadas usando como soporte mapas geográficos profesionales de la Isla, Miranda las entreteje satisfactoriamente para evocar un intrincado mundo interior que vincula momentos aleatorios de la historia del país con un imaginario personal que refleja una conexión formal y conceptual con su visión de una nación utópica.

Los mapas de Miranda invitan a la conversación en imágenes criollas de la vida colonial, bustos de ciudadanos de una antigua cultura grecorromana, elementos de culto de religiones afrocubanas así como la flora y fauna de la isla del Caribe. Formalmente, con ánimo juguetón, van de la figuración a la abstracción; y con elocuencia no discriminan en técnicas. Todos estos elementos están sujetos a una concatenación de ideas que siguen una a la otra con un ritmo cuasi-cinematográfico. Se necesita ver los dibujos de Miranda como una frecuencia de acontecimientos, casi con una secuencia animada. La manera en que la galería ha expuesto su trabajo, en algunos casos directamente en la pared desnuda, aumenta la fluidez y el diálogo, además de estimular la apreciación de la dinámica de las piezas de arte como un todo. Aun cuando ha estado trabajando por más de una década con el mismo formato y técnica, su trabajo todavía conserva una chispa fresca, y la energía de las nuevas ideas.

Su homólogo en la expo, Douglas Pérez (Cienfuegos, 1972) expuso ocho óleos sobre lienzo y una acuarela de los años 2008 al 2010, algunos de ellos de su serie Pictopía, un neologismo creado al unir utopía y pictografía. Casi todas las pinturas son alusiones irónicas a una ciudad cósmica y elusiva que tiene como denominador común La Habana y Nueva York. Estos paisajes urbanos están llenos de pistas para aquellos que tienen la oportunidad de conocer tales conglomerados metropolitanos: monumentos públicos, edificios históricos y carreteras redefinen la propia ciudad de Douglas.

En La gran marcha, la vieja ciudad de La Habana está bajo una ligera nieve, y sus edificios históricos son reconfigurados en un nuevo paisaje urbano. El Capitolio cubano es atrapado por una poderosa y maciza carretera que pudo haber salido de las grandiosas ideas de Robert Moses, el controvertido urbanista de Nueva York, activo desde la década de los treinta hasta los años setenta. Un desfile de animales jurásicos y extraños llena los caminos que refieren directamente a la evolución de la raza humana, como comentario irónico sobre las calles insalubres y sucias de La Habana de hoy, en las que es posible encontrar vivas a las más inesperadas criaturas.

La Habana de Douglas Pérez se representa siempre como una ciudad encerrada bajo un techo de cristal, que permite entrar al sol solo para entregar una débil luminosidad, como se ve en Pictopía III: Still I Have a Dream) [Todavía tengo un sueño] (2009). En la pintura, la antigua Plaza Cívica de la década del cincuenta, conocida más tarde como Plaza de la Revolución, está en (re)construcción. Grúas monumentales halan de un lado a otro imágenes legendarias de la icónica fotografía de Che Guevara de Korda, de la foto de Fidel Castro del 8 de enero y de Mickey Mouse, el personaje de Disney; todas hechas con piezas Lego rojas. Still I Have… Todavía tengo… es una persuasiva referencia directa a los retos económicos y sociales que la sociedad cubana ha estado enfrentando en los últimos años. Las amplias avenidas alrededor de la Plaza de la Revolución recuerdan la Brasilia de Oscar Niemeyer. El centro de la Plaza, con el monumento icónico a José Martí, al cual sirve de contrapeso una imagen del Monumento a George Washington, descolla sobre una representación de la Piscina Reflectante de Washington D.C. La polución de edificios, grúas y tráfico sugiere una nueva dinámica en la vida de la Isla, proyectando una visión distópica de cambio; la pintura es una crisálida de una ciudad nueva, de una vida futura.

En Pictopía XXVII: Hamelin (2008), la Grand Central Terminal de la ciudad de Nueva York se convierte en un aeropuerto internacional que parece el interior de un ingenio azucarero de la colonia insular. Los viajeros están representados por roedores que van en una dirección, pasan por la aduana y se registran en una ciudad cuyos portales son una secuencia de tres cabezas de serpientes con las fauces abiertas como si fueran a devorarlos. El conglomerado metropolitano al fondo parece vibrar con una tranquila y pesada energía. Colgado del techo hay un letrero con las llegadas y salidas internacionales enmarcadas por dos relojes, uno dando la hora local y otro la del destino. En las últimas décadas, la migración ha estado afectando las poblaciones de las capitales internacionales, así como reformando la sociedad cubana y la vida y el desarrollo de la Isla. Hamelin encapsula una sociedad, pasado, presente y futuro, en la cual la experiencia de viaje nunca es un simple trayecto de un lugar a otro, sino un ambiguo pasaje a lo desconocido.

Desde su inicio, The Eighth Floor, junto con la Shelly and Donald Rubin Collection, ha sido una fuente de luz en la ciudad de Nueva York para aquellos interesados en Cuba, iluminando senderos para un diálogo entre artistas de las dos fronteras. En Dos ciudadanos de Utopía, Ibrahim Miranda y Douglas Pérez ofrecen una destilación de la realidad informados por los problemas económicos y sociales cubanos, creando en el proceso un reflejo semántico de la vida en la Isla.