Pasar al contenido principal
El infierno de Cerro Rico
20May
Artículos

El infierno de Cerro Rico

Parafraseando a Silvio, pienso en qué fácil es escribir sobre el infierno desde una mesa tan lejos del fuego. Hoy rememoro la aprehensión y el ahogo desde este sitio lejano y sosegado, con la pesadumbre y el desconsuelo que el alma solo siente en la distancia, mientras repaso esos inquietantes minutos en una mina de Potosí, uno de los tantos infiernos que aún existen en el mundo.

El Cerro Rico de Potosí (Sumaj Orck'o, Cerro Hermoso en quechua), fue un gigante de sonrisa brillante, un seductor que logró la atención del mundo entero. Es conocida su fama y cómo convirtió a Potosí en una de la ciudades más pobladas e importantes del planeta en su momento, y que su riqueza creó imperios y levantó primeros mundos y también terceros. Ahora está agonizando, su cuerpo se ha hecho pequeño y los surcos le cubren por dentro y por fuera. En sus venas ya casi no queda plata y por allí andan los fantasmas de la historia del vencedor y el vencido. Este hormiguero de hombres y mujeres tiene unos quinientos kilómetros de túneles interconectados entre sí, y unos diecisiete niveles hasta alcanzar los doscientos cuarenta metros de profundidad. Apuntalado con vigas de madera, la seguridad dentro es casi un milagro. 

Pero aún ahora, en pleno siglo en curso, todavía el cerro siente los pasos de los pobres entrando a rascarlo por dentro, buscando el mineral, en un intercambio en el que se dejan la vida, martillazo a martillazo, pedazo a pedazo. Se dice que el cerro se cobra la vida de quince mineros al mes, diez por derrumbes y cinco por cáncer de pulmón. Desde que empezó la explotación son incontables los muertos, teniendo en cuenta la mina y la fabricación en la icónica Casa de la Moneda.

En la entrada de la mina conocimos al Tío, una figura con cuerpo de hombre, virilidad erecta y cabeza de Diablo. A él se encomiendan los mineros: es el señor de las tinieblas, el único capaz de vivir allí y protegerlos. De ofrenda: coca, alcohol y tabaco. Adentro el aire se enrarece, se espesa. Los gases pueden desencadenarte una crisis de asma o sensación de asfixia. El sonido exterior se enmudece y los ojos pican. Respirar es difícil también por el polvo y la temperatura, que puede alcanzar los 45º C. 

Poco a poco el entorno se estrecha y empezamos a descender niveles. Los raíles que se usan para llevar el material al exterior se quedan en las vías principales. El espacio se hace cada vez más pequeño y en algunos sitios no caben dos personas juntas. La idea de un desplome inminente es continua. Pasan por nuestras mentes mil maneras de morir. El agotamiento físico se hace evidente, en una ciudad a más de cuatro mil doscientos metros sobre el nivel del mar. Y no vinimos a sacar plata…, solo caminamos durante unos minutos. Los mineros cargan peso, detonan dinamita y martillan la montaña. Salir es resucitar.

Se dice que en diez años se habrá agotado la veta de plata en el Cerro Rico. Mientras tanto, todavía seguirá habiendo mineros visitando a diario el infierno.