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Hacia la nueva Ciudad Puerto Sur del Lago
22October
Artículos

Hacia la nueva Ciudad Puerto Sur del Lago

En el imaginario colectivo surlaguense, la navegación en piraguas y vapores es uno de los referentes simbólicos más recurrentes. A finales del siglo XIX y en las primeras seis décadas del siglo XX, la piragua se convirtió en un medio de transporte  de carga y pasajeros no solo eficaz, sino sumamente atractivo al comercio establecido entre las poblaciones del sur del Lago, norte santanderiano y el Puerto de Maracaibo.

ORIGEN DE LA PALABRA PIRAGUA 
A ese tronco ahuecado lanzado al agua como embarcación, los antiguos caribes lo denominaron piragua. «Usan estas canoas tan grandes o mayores como lo que he dicho, e llámanlas los caribes piraguas» nos recuerda en su Glosario de voces indígenas el maestro Lisandro Alvarado. Toscas pero útiles como precisas tablas y rústicos instrumentos emplearon en su avezada construcción que permitieron a los intrépidos navegantes acercarse a las colonias holandesas y a Las Antillas. En esas mismas embarcaciones los grupos amerindios se desplazaron  por la cuenca del lago Coquivacoa, en una incesante dinámica de intercambios, encuentros y desencuentros.


La piragua es un tronco de madera lanzado al agua, me cuenta Arcángel Muñoz, patrón de piragua, quien lleva más de cuarenta años bregando en estas aguas. Tallada a pulso de hacha y escoplos, con la madera más recia que nace en estas mismas tierras, se construyeron las embarcaciones que durante años surcaron las aguas de los ríos del sur hacia el lago de Maracaibo y del puerto de Maracaibo a los recónditos malecones del sur. Más de un centenar de piraguas avecindaron las cosechas de las laderas de las montañas, los productos del agro surlaguense, la floreciente pescadería y un efectivo movimiento de pasajeros al puerto de Maracaibo, en un incesante intercambio de navegación de cabotaje que incluía los puertos de Encontrados, Santa Bárbara y Santa Cruz de Zulia, Bobures, Gibraltar, Moporo y La Ceiba, hasta mediados de los años sesenta del pasado siglo. Las rutas ferrocarrileras cumplían su cometido de acercar a sus malecones dichos productos. Esta es de las últimas que quedan, quizás la última (y ello es realmente grave en cuanto enseña del pasado histórico reciente), emblemáticamente llamada La Merideña, es ese vestigio de casa de madera lanzada al agua.

UNA CASA DE MADERA
Una casa de madera con sus parientes y enseres surcando las aguas es La Merideña, que ahora se desplaza despaciosa en las aguas verdosas y cerradas de balsa en las aguas del caño Concha, surcando hacia el caño La Maroma, donde las aves acuáticas, reptiles de agua, ceibos blancos y robles centenarios, caujaros y guaduas nos develan un espacio mítico donde navega no solo el asombro, sino el encuentro con un paisaje raigal, fabuloso, sorprendentemente mitológico.


Un escenario que recobra la antigua y milenaria cultura de los pueblos de agua y pueblos ribereños, donde el tiempo no se detiene, sino que sigue la pauta establecida por su propio hábitat. «Aves estacionales y migratorias, que aprovechan la época de sequías para alimentarse de crustáceos y moluscos, gavilanes de ciénaga y gavilanes caracoleros, reinitas, yaguasas, guacharacas, gallitos de laguna, jilgueros…», me dice Samir Nasser, experto en aves.


Una bandada de garzas se desplaza sobre las frondas de gigantescos arboles y su vuelo es recuperado por los espejos de agua que asisten el canal de navegación. Agua y cielo se desdoblan ante nuestros ojos en un paisaje inusitado. Los destellos silentes del relámpago del Catatumbo diseñan  croquis en el firmamento que rememoran antiguas rutas de navegación.


Las cuadernas de vera, las tablas de asmo y ceiba y los barragarretes de curarire, el mástil, un vigoroso árbol de pino de los antiguos postes de la Energía Eléctrica, es la recomposición de una antigua piragua platanera construida por carpinteros de ribera en 1914. Un meritorio trabajo artesanal que empleaba madera dura para los embates de las aguas. Embarcaciones de carga y pasajeros que eran calafateadas cuidadosamente con estopa y brea, alquitrán y pez para sellar las junturas que permitían el milagro de su navegación… «Se iba y venía en dos días, un día para ir y otro para venir, llevando carga y pasajeros, los patrones de piragua y la tripulación, vivían en las aguas… a vela cuando se trataba de navegar en las aguas del Lago, a palancas o pértigas cuando se adentraba en las aguas pantanosas de los ríos del Sur», me dicen Arcángel Muñoz y Oswaldo Urdaneta, quienes ahora conducen La Merideña, recuperada por Iván Ocando, pasionario del Sur del Lago.


Recubierta con fibra de vidrio su maderamen, reinstalada su carpintería, incluyendo motor Detroit diesel de no sé cuantos caballos de fuerza, para impulsar su propela de cuatro palas, cocina a gas, literas de campaña, dos hermosos retratos, uno de la virgen del Carmen y otro de la Chinita, para las invocaciones en las imprevistas tormentas, conservando el timoneo por cadenas y piñones y sistema de navegación de brújula por compás, La Merideña se convierte en una excepcional escuela de ecoturismo en ese paisaje mítico surlaguense. Los carpinteros de ribera que así se nombraba a los artesanos encargados de su fabricación, aún existentes en San Francisco y La Cañada, no deben desaparecer. Su producción, aún con todo el confort de las modernas embarcaciones, debe continuar para la preservación de valores raigales incorporados a nuestra memoria colectiva. Congo Mirador y Ologas, testigos de excepción de los pueblos de agua, continúan ejerciendo su cultura de la resistencia.

PARQUE ECOTURÍSTICO CAÑO DE LA MAROMA-CONCHA 
La nombradía del Caño de La Maroma rememora las peripecias que tenían que realizar los pobladores sobre un rústico puente de balzo para ganar la otra orilla, me recuerda Nerio Barrios, memorioso surlaguense. Las bestias de carga eran lanzadas a las aguas para su travesía, en verano, por la poca profundidad de las aguas, me cuenta Fidel Mora, experto navegante y productor acuífero. En invierno las aguas arrastraban la frágil madera hasta que se construyó un puente de tablas (que también era arrasado por la temporada lluviosa), luego uno de hierro y finalmente uno de macadam y cabilla. Paralelo al puente de madera sobre un puente de hierro se desplazaba el ferrocarril Santa Bárbara-El Vigía, inaugurado el 28 de julio de 1892. 


Concha, al decir de memoriosos pescadores, deviene del nombre de una señora que preparaba exquisitos platos de la culinaria surlaguense, dueña de una finca vecina, su esposo quemaba conchas de coco en las noches para espantar la plaga, de modo que muchos navegantes se guiaban por el faro de Concha. El origen quizás sea más remoto, referido al caño Concha, un brazo de drenaje del caño El Indio. Tanto Concha como La Maroma se sustentan con el nivel del lago, de modo que en las tardes las mareas reciclan sus aguas. Los pobladores de Garcitas, arrasada por el río Chama en 1945, se desplazaron hacia esa región y se establecieron en Concha, que se ha convertido en los últimos años en puerto pesquero. 

HACIA LA CIUDAD PUERTO SUR DEL LAGO
Hoy un proyecto de navegación propone establecer nuevamente las rutas lacustre-fluviales para acercar esas costas alejadas por el «progreso de la carretera negra», el uso de vehículos terrestres y aéreos y la progresiva extinción de las piraguas del sur, los caminos de recua y las rutas de hierro. La Alcaldía Bolivariana del municipio Colón, en conjunción con el gobierno regional representado por el gobernador Francisco Javier Arias Cárdenas, adelantan la realización del Parque Ecoturístico Caño de La Maroma-Concha, proyecto liderado por la alcaldesa María Malpica y el economista y líder comunitario Blagdimir Labrador. 


El proyecto concebido como Ciudad Puerto Sur del Lago incluye un puerto de carga y un puerto de pasajeros, un puerto turístico recreacional, un parque agroecológico (zoológico de contacto), áreas deportivas, complejo habitacional (650 viviendas), huerto comunitario, vialidad vehicular y ecodeportiva, escuela básica preescolar, coordinado por el arquitecto Valentín Basabe.  


Una portentosa embarcación, La Confianza, de la empresa Bergantín, ha realizado los primeros viajes exploratorios al sur del Lago. Una confortable barcaza, con capacidad para 140 pasajeros, aire acondicionado, cómodos asientos, pantallas LCD (que prometen la divulgación de documentales de nuestras biodiversidad), sistema de seguridad avalado por licencias internacionales, expone en ese primer viaje exploratorio Samir Puentes, quien preside el sistema de transporte lacustre Bergantín, proyecto que incorporará 19 puertos de interconexión para 20 municipios. 


En cuanto al Parque Ecoturístico Caño de la Maroma-Concha, en esta primera fase se realizan los respectivos movimientos de tierra, muelle de pasajeros y turismo con cubierta de policarbonato, vereda peatonal y vialidad, así como su arborización.  


«Son 540 hectáreas y 27 kilómetros de largo. El caño de La Maroma, la vena azul y verde del sur, es un excepcional parque ecoturístico. Es preciso proteger sus riberas, que han deforestado inclementemente. ¡Es necesario protegerlo! Con la creación del Parque Ecoturístico y con la aplicación de la Ley de Agua, dejando las previsiones, 80 metros de cada lado del caño», nos dice Lenin Cardozo, pasionario ecologista y Autoridad Única de Ambiente, posesionado de la vena azul y verde del sur, mientras la barcaza La Confianza, se desplaza lentamente ante el inigualable paisaje.


¡Buen viento y buena mar para este meritorio y fabuloso proyecto!