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Latinos en Nueva York. La Bienal del Museo del Barrio
20December
Artículos

Latinos en Nueva York. La Bienal del Museo del Barrio

Aunque Andy Warhol, Jimi Hendrix y Liz Taylor fueron los rostros de la cultura estadounidense en los big shows de la década del 60, varios fenómenos de raíz underground acontecían en paralelo al escándalo de las Latas de sopa Campbell, al contagio masivo por “Hey Joe” y a las pasiones desatadas por los ojos de la diva de Hollywood. Aquella fue también la época en que en los nightclubs y los salones de baile comenzaron a mezclarse con asiduidad grupos afroamericanos con inmigrantes latinos, provocando algunas de las convergencias socioartísticas más fructíferas del siglo XX. Una de ellas, el extraño género musical bugalú, despertó el furor en varias ciudades luego de que el septeto de Joe Cuba pegara en la lista de éxitos de la revista Billboard el tema “Wanted Dead or Alive (Bang! Bang!)”.

El ensayista y catedrático “neuyorican” Juan Flores, quien ha estudiado en profundidad el desenvolvimiento de las culturas migrantes latinoamericana y caribeña en los Estados Unidos, opina que “Bang Bang”, uno de los temas más representativos y definitorios de aquel género de corta vida (duró entre 1966 y 1968), da fe del compañerismo intercultural y la solidaridad que se suscitaba entre los inmigrantes asentados en ciudades altamente desarrolladas. “El efecto total de la grabación es el de una celebración colectiva ?señala?: una fiesta gozosa donde las fronteras no están establecidas por afiliaciones nacionales ni étnicas, o incluso por el lenguaje o los movimientos del baile, sino por la participación en ese momento especial de una ceremonia inclusiva”[1].

Salvando las distancias entre las características formales de la música y los particulares modos de presentarse que tienen las artes plásticas, puede decirse que la séptima edición de La Bienal organizada por El Museo del Barrio (Nueva York), causa una impresión similar a la que el profesor Flores describiera al escuchar el famoso bugalú. La muestra, que permanecerá abierta hasta el 14 de enero en el edificio Heckscher de la 5ta. Avenida, la sede actual del Museo, exhibe trabajos de 37 latinos, caribeños y descendientes, intentando desatar ?con singular sutileza? los apretados corsés que, no pocas veces, se ciñen a los conceptos de identidad y raíces culturales.

“Hay muchos ejemplos de obras en las cuales las raíces de los artistas no son evidentes de modo directo”, apunta Rocío Aranda Alvarado, la curadora del Museo que se encargó este año de La Bienal junto con el creador independiente Raúl Zamudio. La afirmación de las diferencias étnicas al interior de la sociedad norteamericana, fue un tema candente hace 40 años; pero hoy, cuando los latinos se han convertido en la más amplia minoría en los Estados Unidos, este asunto cobra matices distintos. Así lo percibe Aranda Alvarado, aunque no deja de reconocer que desde esta perspectiva pueden interpretarse algunas obras de la muestra, como las de Christopher Rivera y Ramón Miranda quienes se enfocan en la conflictiva relación entre Estados Unidos y Puerto Rico; como Patricia Domínguez, pues haber crecido en Chile define su mirada al paisaje neoyorkino; y como Kenny Rivero, cuyas pinturas y dibujos están marcados por su infancia en el barrio de dominicanos ubicado en Washington Heights.

Entre el momento en que se cocinaba el guiso latino al compás bugalú y el primer decenio de la presente centuria, las oleadas migratorias hacia los Estados Unidos aumentaron exponencialmente. Si bien los pronósticos auguran un crecimiento demográfico aún mayor y las estadísticas de la política refieren el peso decisivo de estos grupos en contiendas electorales, no puede decirse todavía que “lo latino” sea justamente valorado como parte de la cultura norteamericana. Para El Museo del Barrio, una institución consagrada a los latinos radicados en Nueva York, mantiene total vigencia la misión definida desde hace ya varias décadas, de proveer a estos grupos de un espacio para la difusión y el desarrollo de sus expresiones artísticas.

No faltan voces que festejan la entrada definitiva del arte latino al canon norteamericano, alentadas por el éxito de algunos festivales, por los Pulitzer del dominicano Junot Díaz (2008) y de la puertoriqueña Quiara Alegría (2012), o incluso por la aparición del poeta cubano americano Richard Blanco en la segunda toma de posesión del presidente Barack Obama. Sin embargo ?y pese al reconocimiento que va ganando la literatura en el país receptor? la gran industria del cine utiliza aún “lo latino” con fines meramente comerciales, el español permanece vetado a los escolares de varias ciudades y el mercado del arte no se interesa con fuerza por el trabajo de creadores pertenecientes a estas comunidades en Estados Unidos.

El Museo, que atesora más de ocho mil piezas a través de las cuales puede recorrerse la historia cultural de Latinoamérica y el Caribe desde la etapa precolombina, marca la pauta definitoria de La Bienal en torno al valor de estas identidades en el contexto actual, aunque explícitamente artistas y curadores se empeñan en demostrar que para ellos resulta más relevante enfocarse en las dinámicas de creación y en las condiciones de producción y recepción de las obras. Desde que se lanzó en 1999 con el nombre de The (S) Files, el encuentro, por el que han pasado figuras como Pablo Helguera y Carlos Motta, se ha propuesto estrechar los vínculos y fomentar el diálogo entre los distintos grupos de latinos en la Unión. Estar en El Museo como latinos ?un ejercicio que no indica otra cosa sino la afirmación de una identidad? representa para los creadores un momento significativo.

“Una de las contribuciones de este tipo de encuentro ?enfatiza la curadora? es que demuestran el desarrollo continuo del arte americano contemporáneo. Responden a un ambiente político y social del mismo modo en que lo hacen con respecto a su background racial y étnico. El principal reto que enfrentamos es mostrar a los visitantes que no existe realmente un ‘arte latino’, sino arte contemporáneo hecho por artistas que son latinos —a pesar de que algunos de ellos prefieran ser considerados como parte de sus grupos nacionales de procedencia que dentro de esta denominación–. Desearíamos que este trabajo fuera interpretado y comprendido desde una variedad de lentes o filtros, o narrativas, no únicamente desde la estrechez de la etnicidad”.

Superando con creces la reapropiación de lo folclórico como fórmula afirmativa, las obras de La Bienal manejan lo identitario desde la hibridación, la nación desde la translocalidad, y el viaje en doble sentido de la ida y del regreso. No existe en estos artistas, en su mayoría muy jóvenes y de carreras en pleno desarrollo, la preocupación esclerótica porque los recuerdos de Quito, La Habana o La Paz se hayan mezclado un poco con el vidrioso espectáculo de las calles floridianas o neoyorquinas. Esto no quiere decir que no puedan notarse diferencias entre el modo en que unos y otros manejan el asunto de la etnicidad: la manera en que este elemento permea la instalación “The Jaguar´s Path” del colombiano Miguel Cárdenas, donde se hace alusión a la religiosidad de los pueblos indígenas latinoamericanos, dista considerablemente de la óptica que defiende la cubana Becky Franco, cuya experiencia de reinserción en una nueva cultura, ha definido su interés por  el espacio de la cotidianidad.

Es precisamente desde la zona de lo privado, y casi con la dramaturgia del monólogo introspectivo ?si cabe la comparación en términos performáticos?, que se proyecta un grupo importante de los artistas reunidos en La Bienal. Katleen Granados busca la conexión con la conciencia colectiva y la trascendencia espiritual en el territorio del cuerpo, valiéndose de materiales y de técnicas que guardan relación con el hogar como el hilo de lana y el tejido a crochet.

Por su parte, Paula García, una de los cuatro artistas de Brasil, el país invitado a la Bienal, se vale también de su propio cuerpo para articular un discurso que se opone a la violencia y a la discriminación hacia la mujer. Su trabajo puede apreciarse a través de un video que registra un performance en el cual armas de distintos tipos se adhieren a un vestido de imanes que porta la artista.

El puertorriqueño Ignacio González Lang utiliza ambos, el elemento textil y el simbolismo del traje, para llamar la atención sobre el racismo, recordando, entre otros eventos, el peso que han tenido en la historia de los Estados Unidos, acciones como las de la secta Ku Klux Klan.

Las obras de estos tres creadores, en cuya construcción tuvo un peso fundamental el proceso de investigación, ilustran otros rasgos distintivos de La Bienal: la vocación por contar historias (personales o colectivas) y la experimentación con los materiales. De esta manera, la muestra se aproxima al espíritu del arte conceptual, pues no pocos artistas buscan que la materia misma se convierta en vehículo para expresar ideas, sentimientos y vivencias. En “Wallscape” (un remake de una de las pinturas de Manuel Macarulla pertenecientes a la colección permanente del Museo) el cubano Pavel Acosta opera levantando distintas capas de pintura de una de las paredes de la institución; mientras que un fragmento del estudio de Gabriela Salazar se muestra en el interior del edificio para que el público pueda apreciar su trabajo con materiales como espuma y alfombras. Estas piezas, que dialogan inevitablemente con la historia del Museo, se cuentan entre las obras más sobresalientes en aquel sentido. 

Para Aranda Alvarado, esta inclinación es una consecuencia de la educación de los artistas en distintos centros del mundo que estimulan el arte conceptual. “El Museo ?subraya la curadora? considera importante destacarlo porque evidencia que los artistas contemporáneos de ascendencia latinoamericana tienen los mismos intereses de artistas de otras partes del mundo. El arte contemporáneo hecho por artistas latinos participa en las conversaciones que se aprecian en el arte contemporáneo a nivel global”.

A través de las ciudades caóticas del filipino Ernest Concepción, puede respirarse el cosmopolitismo y la necesidad de evolución que caracteriza a la mayoría de los latinos convocados por La Bienal. El título de la muestra Here is where we jump hace que el espectador se ubique en un momento de cambio con sus consecuentes derivaciones y riesgos. Junto a ello, el collage, otro de los recursos explotados en La Bienal, recuerda una idea que el intelectual barbadense George Lamming apuntaba a propósito de la realidad caribeña, pero que bien puede ajustarse igualmente a los latinoamericanos migrantes: “esta gente isleña, y aquellos isleñizados en territorio continental, emigran sin pérdida alguna de la inocencia para forjar enclaves exóticos y subversivos en ciudades cuyo prestigio en alguna ocasión las hizo estar seguras de sus nombres”[2].

 

[1] Juan Flores: “Chachachá con un backbeat: Canciones e historias del bugalú”. En Bugalú y otros guisos. Fondo editorial Casa de las Américas, 2009, p. 28.

[2] George Lamming: Enterprise of the Indies, TTIWI, Puerto España, 1999. Citado por Juan Flores: Ibídem: p. 99.