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MALAKHOV “¡Bailar como canta María Callas!”
22December
Artículos

MALAKHOV “¡Bailar como canta María Callas!”

En una ocasión, Teophile Gautier sentenció que entre las principales virtudes de un gran bailarín estaban “la pasión, la sensibilidad, el alma demasiado prodigada, el entusiasmo…”. El reconocido escritor francés acertaba con esa frase de ímpetu romántico. “El elan —comentaba— es virtud primordial de todos los grandes de la danza”. Y no hay dudas de que el célebre bailarín de origen ucraniano Vladimir Malakhov lleva consigo esa aura misteriosa, ese hálito inconfundible, ese algo más muy difícil de definir. Pero no solamente es sobre las tablas donde todos han tenido la oportunidad de confirmarlo. Una serena mañana del noveno mes comprobé que Malakhov posee, alejado del escenario, el impulso y el garbo que maravillaba al buen parnasiano. Después de todo, no por azar es uno de los más grandes bailarines del mundo.

 

Tener la posibilidad de dialogar con un mito no es algo muy común. Él lo es sin quererlo. ¿Cómo lo logró? Con esfuerzo, voluntad, tesón y mucho trabajo, y por supuesto: con talento. En Holguín, donde se hacía realidad un sueño del artista: el 1er. Concurso de Danza del Atlántico Norte y el Grand Prix Vladimir Malakhov, fue el encuentro con este hombre que inició su carrera profesional hacia 1986 como el más joven bailarín principal del Ballet Clásico de Moscú, y quien en su aclamada carrera profesional ha dejado huellas imperecederas en agrupaciones y festivales de danza a nivel internacional: Ballet de Stuttgart de Alemania, Ballet de Canadá, el American Ballet Theater de Estados Unidos, el Ballet de la Opera de Viena, la Opera de Berlín, el Ballet de Tokio y otros. Amén de que ha simultaneado su condición de solista, coreógrafo, profesor y director desde el 2002.

 

Un golpe de vocablos abre las puertas al diálogo que matiza con toda la sencillez, un decir pausado, pero al mismo tiempo salpicado con toda la proverbial fuerza de su carácter. ¿Los recuerdos? Se hace eco de la pregunta y responde: “Son la vida en sí, con la resaca de los momentos buenos y tristes”. Aunque su vida —afirma— está repleta de recuerdos positivos. Crear, vivir, decidir, dar, han sido palabras muy frecuentadas en su diccionario. Por eso acostumbra a sumar las ganancias de la vida. Son los recuerdos que siempre vuelven, dice. Como aquellas imágenes de su madre, que fue sin dudas inspiración para entrar en este mundo del movimiento, ese donde quedó atrapado desde muy temprano en la vida. Y como rescatando el tiempo, sus ojos claros “bucean” por los interiores para sacar a flote memorias que vibran en sus palabras.

 

Aparece entonces su madre, su primera inspiración, artesana mayor de su empeño, porque, según cuenta, ella soñaba con ser bailarina, era su más preciado anhelo, pero no pudo ser. Enfocó la mirada hacia el deporte y vio en la gimnástica artística un camino paralelo, bastante parecido. Ella fue campeona en su especialidad, con el equipo olímpico de su país. Pero como aquel anhelo de bailar no se llegó a concretar, prometió que su primer hijo sería lo que ella no fue. Ya desde que estaba en el vientre, ella se decía constantemente: “El niño va a ser bailarín”. “Fui yo —dice él—. El resto ya ustedes lo conocen [risas]. Mi madre quiso siempre que fuera feliz. Por eso, cuando a los 10 años tuve que marchar de Ucrania a Moscú para estudiar en la Academia del Bolshoi, bien lejos de casa, ella no dejó que la viera llorando en ese momento crucial, se dio la vuelta porque quería mi felicidad y no estropear mi carrera. Años después, ella me confesó lo duro que fue aquello”.

 

Buscarse adentro es lo principal

 

Esta es una carrera hermosa, pero dura, de mucho tesón y trabajo cotidiano, “pero lo más importante es sentir adentro, hay que buscarse por el interior y tratar de encontrarse como artista. En Cuba hay un enorme nivel, se ha hecho mucho por la danza desde tiempo atrás. Pero he podido observar, tanto en las clases como en los ensayos, que existe una enorme fascinación por la técnica —pirouettes, saltos…—, todos quieren saltar como Carlos Acosta. Y yo les digo: ‘'¡No!’. Hay que hacer lo de uno, rastrearse por los adentros y sacar el yo a flote, no se debe imitar a nadie. Hay que reflexionar, encontrar la manera de hacerlo a nuestra forma, siempre entregándose, dándolo todo. Somos individualidades, esa es la única manera de llegar, y, por supuesto, de triunfar aquí”.

 

Luego continúa con este diálogo matizado por el profesor que es, por la experiencia que brota de sus poros de tanto bailar por el mundo, con personas bien diferentes, de diversas latitudes del globo terráqueo. “Cuando un bailarín ensaya debe dar el ciento por ciento, pero cuando bailas debe ser superior la cifra. ¡Es que, además de uno, hay mucha gente detrás! Está la orquesta, hay más bailarines, técnicos…, y el público, a todos debes respetar. Por eso hay que entregarse en un doscientos por ciento. Es el momento de la verdad, cuando estás solo para reflexionar y salir airoso, a pesar de cualquier inconveniente imprevisto.

 

No es por azar que se dice que hay que entregar todo en las tablas. Un bailarín a veces comete un error, pero tiene que transformarlo, no puede dar la impresión de que se asusta ni echar el trabajo por tierra. Porque el público pagó su entrada. Y es un profesional, debe seguir adelante, sobreponerse, hacer lo posible para que el espectador no se dé cuenta. En ese instante uno olvida qué es lo que se supone debe hacer y solo baila, pero es necesario hacerlo bien. Soy muy estricto conmigo en lo profesional. En el mundo del ballet no existe el error”.


Cuba y Vladimir Malakhov

Durante el 22 Festival Internacional de Ballet de La Habana en el año 2010, Vladimir Malakhov dialogaba por vez primera con el público cubano, aunque, por supuesto, el destacado bailarín no era un extraño en la escena nuestra. Mucho antes, hacia 1997, en ocasión de la Gala con la que el American Ballet Theater celebraba el aniversario 50 del ballet Tema y variaciones, creado por Balanchine para la Alonso e Igor Youskevitch, Malakhov compartió la escena con Alicia Alonso en El espectro de la rosa, en el Metropolitan Opera House de Nueva York. Era una figura emblemática de la célebre compañía estadounidense y, además, tenía muchos amigos cubanos en el campo de la danza: José Manuel Carreño, Carlos Acosta, Viengsay Valdés… También bailó Bahiana y el güije, que Alberto Alonso creó para él, además de compartir el escenario con otra grande: Aurora Bosch. De su actuación en aquella oportunidad quedaron unas palabras, dedicadas por este crítico al artista, en el diario Granma: “… En la jornada de la Gala de Lezama Lima brilló particularmente Vladimir Malakhov, del Ballet de la Ópera de Berlín, con una versión de La muerte del cisne, de Mauro Di Candia, donde el bailarín ofreció, con una gran pureza de movimientos, una eficaz combinación de pericia técnica y sensibilidad interpretativa”.

La suerte estaba echada. Aquel primer contacto lo motivó mucho para regresar a Cuba cargado de iniciativas y amor. Comprendió que era una isla danzante y que sus habitantes respiraban… con el movimiento. Bailarines y público lo sedujeron en su empeño. En el mismo avión en que regresaba a Berlín surgieron ideas conjuntas con Paul Seaquist, ejecutivo fundador de Seaquist Dance Marketing, empresa que representa a bailarines reconocidos de este tiempo. Se concretaron las bases para volver con propuestas tentadoras.


El reconocido artista, Premio Benois de la Danza y considerado en cinco ocasiones el mejor bailarín del mundo por la célebre revista Dance Magazine, estaba impresionado con el movimiento danzario en Cuba y con la precariedad con que se llevaba a cabo. Se le ocurrió traer un regalo para el pueblo cubano, surgiendo así el concepto de Un regalo de Malakhov, para público y danzantes.

¿Por qué Holguín? “Cuando pensaron en Un regalo… ellos anhelaban que fuera un proyecto con el Ballet Nacional de Cuba. No era solo por el prestigio de la agrupación y la calidad de los bailarines, ni por querer asociarnos con ella, simplemente porque de manera estética se acercaba al estilo de Vladimir Malakhov. Pero no se le brindó el calor necesario, no fue acogida la propuesta, que además de beneficiar al BNC quería incentivar a esos espectadores que tanto nos emocionaron en la primera visita. Se tocaron las puertas de otras compañías… y nadie las abrió aquí en La Habana”.

Apareció en el camino Maricel Godoy, la directora de Codanza, en un encuentro fortuito en el Gran Teatro de La Habana. Luego de un fructífero diálogo comenzó a tomar cuerpo el sueño; había aparecido un lugar donde anidar la idea y hacer realidad el proyecto del lauro que lleva su nombre, amén de sembrar el regalo de Malakhov en tierra cubana, y con ello aportar un poco de amor/amistad a esa antigua manifestación que despertó con el mismo hombre sobre la Tierra. En aquella oportunidad —año 2013— visitó la ciudad, bailó y dejó la semilla que germinó en el 2014. En ese instante empieza la historia y se fortalece una gran amistad profesional. “Me encantó lo que vi en Holguín, quedé impresionado con la calidad de la compañía Codanza y con el Teatro Eddy Suñol. Pero sobre todo con los deseos de hacer, más allá de posibles riesgos que podían correr tanto Maricel como sus bailarines. Además de que el público es único, de un cariño y una entrega inmensos”.

Holguín, puente de amistad

El amor y la danza se adueñaron de Holguín. La hermosa ciudad oriental de los parques amaneció en este septiembre ane-gada en… danza. Al paisaje habitual se le sumaron por estos días esos seres que ven la vida desde el movimiento. Ellos, llegados de diversas provincias del país representando disímiles agrupaciones, vinieron atraídos por el 1er. Concurso de Danza Atlántico Norte-Grand Prix Vladimir Malakhov.

Los primeros días tomaron por asalto el teatro Eddy Suñol —sede principal del evento, que cumplió en junio su aniversario 75— diversas compañías cubanas: la matancera Danza Espiral, la villaclareña Danza del Alma y las anfitrionas Codanza y el Ballet de Cámara de Holguín. Fue el preámbulo del certamen que tuvo lugar entre el 15 y el 18 de septiembre. En esas cuatro jornadas de competencia participaron 55 concursantes, representando a diez compañías de La Habana, Guantánamo, Camagüey, Villa Clara, Santiago de Cuba, Holguín y Matanzas, así como bailarines del Ballet de la Televisión Cubana, recién graduados de la Escuela Nacional de Ballet, estudiantes del Instituto Superior de Arte (ISA) y bailarines independientes. El jurado estuvo presidido por Vladimir Malakhov e integrado por Maricel Godoy (Cuba) y Paul Seaquist (Chile). La idea del concurso resultó interesante, principalmente por las facilidades de crecimiento artístico que permite a los creadores de toda la Isla y más allá de sus fronteras, y por las búsquedas coreográficas de los jóvenes bailarines.

“Precisamente surge —comenta Malakhov— de los deseos de hacer cosas juntos para desarrollarnos más y crecer. Sostuvimos encuentros en La Habana con el ministro de Cultura y con el Consejo Nacional de las Artes Escénicas, y se nos motivó a seguir creando iniciativas. Tanto el Grand Prix Malakhov como el Concurso de Coreografía Codanza surgieron de esa libertad de hacer que ellos nos propusieron. Ya conocía de los numerosos jóvenes con talento que existen fuera de La Habana y que muchas veces no llegan a ‘nacer’ porque no viven en las capitales, o por falta de motivaciones para salir adelante. ¡Los estímulos son vitales para progresar! ¿Cuántos talentos, no solamente en la danza, sino en las letras, las ciencias, el deporte… no llegan a crecer por falta de metas?”.

En esos días del Premio el bailarín ucraniano estaba feliz de ver los resultados del encuentro. Siempre sonriente, tuvo frases de elogio para los anfitriones y destacó la calidad de la gran mayo-ría de los participantes, a los que calificó como excelentes bailarines. “Me he emocionado mucho al verlos danzar, y quisiera más bailarines y coreógrafos para el próximo año. He podido constatar desde las audiciones una calidad extrema en el baile y las coreografías, que me maravillan por el profesionalismo y la creatividad. En Europa ya todo es igual a lo otro”. ¿Holguín? “Es nuestra casa, igual que todo el oriente de Cuba. Nosotros seguiremos haciendo cosas juntos, trabajando unidos”.

Es un orgullo poder contar con Vladimir Malakhov como amigo de Cuba y la danza. Su agenda está apretada al salir de aquí. No hay respiro. Al hablar de su labor en estos tiempos explica a Arte por Excelencias que, luego de más de dos décadas, puso punto final al contrato con el Ballet de la Ópera de Berlín. “Me estoy mudando a Japón para trabajar con el Ballet de Tokio, con el que he realizado más de cien presentaciones a lo largo de toda mi carrera. Pero lo llevaré conjuntamente con otras diferentes competencias y concursos; por ejemplo, Berlín está organizando el Primer Premio de Ballet Europeo, denominado Taglioni. Debo ir a Kiev, China, Puerto Rico —donde espero bailar La muerte del cisne, en versión de Mauro Di Candia—, diferentes ciudades niponas, Eslovaquia, Eslovenia, Montecarlo, México…”.

Asimismo tiene en mente abrir una red de competencias con su nombre en varios países de América Latina, con el objetivo de ofrecer oportunidades, ayudar a la danza en una región donde hay pocas posibilidades económicas para inscribirse en certámenes de Europa o Estados Unidos.

Como colofón del largo diálogo Malakhov expresa: “Fue difícil en los inicios de esta nueva etapa compartir la vida entre ser bailarín/coreógrafo y luego director/maestro. Pero me mantiene ocupado. El tiempo me falta, pero cuando estoy trabajando es que me siento verdaderamente realizado, feliz. Lo único que no me gusta es estar lejos de mis perros”.

Contundente es la respuesta a la pregunta: ¿predilección por algún bailarín/bailarina en particular? “Solo tengo ídolos en la ópera. ¡Me gustaría bailar como canta María Callas!”.