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Verónica Lynn fórmula perfecta de una gran actriz
08April
Artículos

Verónica Lynn fórmula perfecta de una gran actriz

Verónica Lynn, artista paradigmática y directora del proyecto teatral Trotamundos, es un referente de la cultura cubana no solo por su talento, calidad interpretativa y versatilidad como actriz de teatro, radio, televisión y cine, sino por haber conseguido seducir con su fascinante carisma a diversos públicos de Cuba, América Latina, Europa y Estados Unidos, durante las últimas seis décadas.

Premio de Mejor Actuación Femenina del Festival Nacional de Radio 1992; Premio Nacional de Teatro 2003 y Premio Nacional de Televisión 2005, esta bella señora, con sus 85 años bien vividos, recibe a la revista Arte por Excelencias, en su casa de El Vedado, para confesar lúcidas vivencias y nuevos proyectos con jóvenes actores que la convierten en una figura imprescindible de la escuela de teatro y actuación cubana.

«Uno de los mayores privilegios de mi profesión es haberme permitido formar artistas. La actuación es un oficio que se perfecciona trabajando todos los días; el hecho de impartir clases hace que esa preparación profesional e individual se enriquezca mucho» afirma Verónica, profesora de mérito de la Universidad de las Artes de Cuba, graduada en la especialidad de Teatrología, quien ha impartido clases en esa institución, en la Escuela de Formación de Actores del ICRT y en la Escuela de Superación de Instructores de Arte.

Sin embargo, ella es el mejor ejemplo de que el talento para la actuación es innato, porque no tuvo más escuela que sus anhelos e instintos: «De niña prefería jugar con cuquitas de papel, las recortaba y montaba mis dramas; esa fue mi primera forma de hacer teatro. En aquella época soñar con ser actriz era solo eso: un sueño, sobre todo para una joven pobre como yo; tuve que trabajar como manicure y vendedora de cosméticos». En los años cincuenta llega la televisión a La Habana y con el programa Escuela de Televisión, de Gaspar Pumarejo, la oportunidad de presentarse a concurso; gana y forma parte de su elenco, donde interpreta diferentes personajes de clásicos adaptados al medio. Allí conoce al actor Alfonso Silvestre, quien la introduce en el mundo del teatro, debutando con la obra Amok, de Stefan Zweig. «Nunca había ido al teatro, porque era caro y elitista; además, en aquella época no había un verdadero movimiento, salía una obra al año y solo comenzaban a funcionar pequeñas arenas o teatro de bolsillo».

En 1954 protagonizó su segunda obra: Lluvia o La ramera de las islas, de Somerset Maughman, dirigida por Erick Santamaría en Teatro Experimental de Arte (Teda), donde conoció al actor Ángel Toraño y a otros que constituirían la generación de actores cubanos más importante de todos los tiempos. «Empezamos a descubrir que el teatro no tenía por qué ser en grande, sino que se podía montar en pequeños espacios con el público sentado en sillas de tijeras, rodilla con rodilla con los actores; claro, esto al principio fue muy criticado y clasificado como comercial; sin embargo, los actores trabajamos de martes a domingo gratis, por amor al arte, pagábamos por tener la oportunidad de que la gente viera lo que hacíamos y eso era maravilloso, se hacía teatro de verdad».

Estrena en Cuba La gata sobre el tejado de zinc, de Tennessee Williams, y Aire frío, de Virgilio Piñera, bajo la dirección de Humberto Arenal, interpretando el difícil rol de Luz Marina. Durante los años sesenta actúa en la Sala Arlequín junto a su esposo Pedro Álvarez, en obras del repertorio internacional, dirigidas por Rubén Vigón. Años más tarde, su asistente Gilberto Reyes, director de Repertorio Español, la invita a presentarse en Nueva York con El último bolero, de Cristina Rebull, una obra sobre la homosexualidad y la incomunicación. «Esta fue una experiencia única para mí por ser la primera vez que viajaba al exterior trabajando con mi compañía y no como espectadora de festivales; aquello fue hacer realidad mi sueño».

Santa Camila de La Habana Vieja —de José R. Brene, dirigida por Adolfo de Luis, una de las figuras que trajo la teoría de Konstantin Stanislavski a Cuba—, con el grupo de teatro Jacinto Milanés, fue su primer éxito, pues su Camila devino modelo de actuación al interpretar a una fanática creyente de la santería cubana.

Se revela como discípula del método de este gran creador ruso y apreciadora de Jerzy Grotowski, Eugenio Barba y Bertolt Brecht: «El actor tiene que estudiar mucho para interpretar un personaje si tenemos en cuenta que una obra de cualquier género es un fragmento de la vida de un ser humano. Es necesario conocer su pasado, investigar de dónde procede, la clase social, el país, la época, escuela, familia…, para fabular y saber cómo debe comportarse. Debe ser observador, nutrirse de sus experiencias para traducir la realidad y crear las caracterizaciones de sus personajes, tanto psicológicas como físicas. Además no tiene por qué ser solo protagonista y coprotagonista, en una obra hacen falta terceros y cuartos papeles con la misma calidad que los principales para no desafinar la orquesta».

Otro de sus grandes éxitos fue ¿Quién le teme a Virginia Woolf?, junto a José Antonio Rodríguez, dirigidos por Rolando Ferrer para el Grupo La Rueda, al interpretar a una mujer alcohólica y frustrada que creció en sus manos y adquirió hondura singular.

«El tiempo pasado nunca fue mejor, pero tiene sus encantos. Los momentos difíciles se deben tomar como experiencias. La técnica para enfrentar un personaje, estudiarlo, meterse en él, darle su piel es solo una, lo mismo para la radio, el cine, la televisión, el teatro. Los medios de expresarse son diferentes, lo importante es tener imaginación».

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