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El tabaco en las culturas aborígenes cubanas
14February

El tabaco en las culturas aborígenes cubanas

Aldea taína. Chorro de Maíta, Holguín, CubaEn la región de Gibara, Holguín, el 12 de noviembre de 1942, el Almirante Cristóbal  Colón encargó a dos de sus tripulantes, Rodríguez de Jerez y Luis de la Torre, a explorar tierra adentro:

Los enviados regresaron el 5 de noviembre. Jerez y Torres informaron haber visto apacibles aborígenes fumando enormes tabacos, el más sorprendente descubrimiento realizado en la primera exploración del interior de Cuba por los españoles [Núñez Jiménez, 1989].

El biógrafo colombista don Salvador de Mandariaga, en su obra Vida del muy magnífico señor Cristóbal Colón comentó en relación con el importantísimo hallazgo del tabaco: «No había hallado el gran Can, ni tampoco la fuente donde nace el oro, pero había encontrado algo que ha alzado desde entonces más ensueños que el oro y que  ejerce más poder sobre el hombre de lo que ejercía sus súbditos el Gran Can».

Y como Colón a la trascendental noticia no le dio importancia, Madariaga expresó: «Así somos de ciegos para con los favores de la suerte (…) cuando la naturaleza le ponía oro en los ojos de una forma nueva e inspirada. Colón no lo reconoció y lo dejó seguir desvaneciéndose en humo antes sus propios ojos sin darse cuenta de su aroma».

No se ha podido definir el día exacto, entre el 2 y el 5 de noviembre, cuando Rodríguez de Jerez y Luis de la Torre hacen tan valiosísimo descubrimiento, porque la información aparece en el diario de Colón, el martes 6 de noviembre: «Hallaron los dos cristianos por el camino mucha gente atravesaba a sus pueblos, mujeres y hombres con un  tizón en la mano, yerbas para tomar sus sahumerios que acostumbraban».

En la organización social y religiosa del taíno, según los cristianos existía el patriarcado, cuyas figuras más importantes eran el cacique y el behique.

El cacique, como líder principal de cada asentamiento poblacional, organizaba las faenas diarias como la pesca, la caza, o las labores agrícolas, distribuía los  alimentos y poseía poderes absolutos que sus subordinados tenían que obedecer inobjetablemente y el behique [el Doctor Manuel Rivero de la Calle lo define como sacerdote, hechicero y médico entre los indios] dirigían la ceremonia de la cojoba o cohoba, la planta hoy llamada tabaco —se lee también cobija, cohíba y coiba—. Sus hojas secas eran convertidas en polvo, según Zayas.

Casa del Habano. Carlos Robaina, hijo del maestro Alejandro Robaina.Este ritual, relacionado con su mundo místico, era la fuerza más significativa de la tribu y de la cultura espiritual indocubana y antillana. Su tradición totémica los llevaba a invocar el panteón de sus cemíes, que son parte de la mitología arauca insular.

Los caciques taínos hablaban, a través del tabaco, con sus dioses, con sus antepasados para comunicarles sus vicisitudes, sus enfermedades, tanto individuales como las de la colectividad. Se sumergían en una simbiosis mágico-religiosa de petición-ayuda. Era el centro principal del mundo de sus creencias.

Al respeto de esta ceremonia Las Casas nos describe: «Tenían hechos algunos polvos de ciertas yerbas muy secas y bien molidas, de color canela… estos ponían un plato redondo, no llano… de madera liso y lindo, que no fuera más hermoso de oro ni plata; era casi negro y lucía como azabache. Tenían un instrumento de la misma madera… Y con la misma pulidaza y hermosura; la hechura de aquel instrumento era del tamaño de una pequeña flauta, todo hueco como es la flauta y se abría por dos canutos huecos… aquellos canutos puestos en ambas dos ventanas de las narices y el principio de la flauta, decíamos, en los polvos que estaban en el plato sorbían con el huelgo hacía dentro, y sorbiendo recibían por las narices la cantidad polvos que tomar determinaban, los cuales recibidos del seso como si hubieran bebido vino fuerte, donde quedaban, cuasi  borrachos. Estos polvos ceremonias llevaban cojoba… en su lenguaje… con esto eran dignos del coloquio de las estatuas y oráculos, por esta manera se les descubrían los secretos… de allí oían y sabían si les estaba por venir bien, adversidad o daño».

Juan José Arrón, el prestigioso y profundo investigador de cultura arauca, al referirse a estas concepciones, escribe:

«Los taínos creían no solo en el regreso de las ánima ausentes al mundo de los vivos, sino que también invocaban a sus principales ancestros en los ritos de la cohoba  para que les vaticinaran el futuro o les prestaran apoyo a empresas dificultosas. Ese sentirse espiritualmente unidos a sus antepasados quizás haya contribuido a que los taínos se sintieran confiados y felices en su tierra, perfectamente adaptados a su medio, conforme a su ulterior destino. Y de ahí que  fuesen afables y pacíficos, y que hablasen según el testimonio de Colón, siempre con la sonrisa en los labios».

Muchos investigadores han afirmado que no quedó la herencia indígena cubana, y han formado un llamado mito de la extinción. Pero las diferentes observaciones de campo directas y la documentación aparecida en  estos años han demostrado la presencia de los descendientes de los aborígenes cubanos en la región oriental del país.

En 1995, con el Doctor José Barreiro, director del Programa Indio de la Universidad Cornell, de Estados Unidos, visitamos la Ranchería, actual municipio de Manuel Tames, y conocimos al cacique Panchito Ramírez Rojas y a su familia. Allí aprendimos cómo el orgullo de sentirse indio cubano latía en el sentimiento de aquella comunidad.

Continuamos la obra del Doctor Manuel Rivero de la Calle en este asentamiento y apareció, a través de horas de investigación, un caudal de conocimientos recogido por el Doctor José Barreiro en su libro Panchito, el cacique de Monta:

«Existen todavía en muchas de estas familias ancianos y ancianas con considerable oralidad generacional sobre temas naturalistas, plantas medicinales, métodos de siembra, oraciones que piden fuerza a elementos de la naturaleza y otras expresiones culturales y espirituales».

En estos últimos años de bregar investigativo del Doctor José Barreiro y yo, Panchito, Opulio —el de más años— y los más jóvenes nos sorprenden uno de esos días de trabajo de campo cuando nos enseñan que en su conuco tienen una  siembra de tabaco que ellos llaman cimarrón. Y que el tabaco no era igual que las muchas plantas utilizadas en su vida cotidiana para curarse y mejorarse de las enfermedades.

Para ellos el tabaco tiene una relevante significación espiritual, y de generación en generación han transmitido un rito en un determinado vínculo con su mundo mágico-religioso. En esta ceremonia ya no intervienen el behique ni espátulas vómicas, pero sí hay un conductor principal y líder de la comunidad que tiene los poderes de la inteligencia natural y respeto de su pueblo que le permite conducir, ante  el colectivo, una ceremonia del tabaco, con la consiguiente simbiosis y proceso de transculturación.

Todos los pobladores del asentamiento se reúnen en círculo y el cacique invoca los puntos cardinales y gira hacia los mismos implorando al padre sol, a los ríos, a las lluvia, los vientos, a la luna abuela, reguladora  de las mujeres y de las estrellas.

En ese camino ritual hay comunicación con sus ancestros, peticiones para los necesitados, solicitud de buenas cosechas, se pide la felicidad para todos, el amor y la paz para el universo.

El macuyo, como le llaman a las hojas de tabaco envueltas, lo pasa el cacique después de la oración a cada uno de los participantes, porque es la primera ofrenda que se le hace al o a los espíritus, a una mata o árbol. Siguen entonces cantos de alabanzas de los ancestros expresando en típico ritmo, únicos del son oriental como el Changüí, Nengón y Kiribá.

El tabaco y su embrujo se expandió desde nuestra tierra y deambula hay deleitando a los hombres por doquier. Se ha  embricado en diferentes culturas, se ha hecho identidad de todos y no ha tenido fronteras. Ha ido siempre delante del tiempo, ha recorrido muchas lunas y muchos soles. Parece ser que los dioses taínos se confabularon para que pasara a la eternidad.