Pasar al contenido principal
La verdadera historia de Tropicana (V). EL CABARET
20April

La verdadera historia de Tropicana (V). EL CABARET

A pesar de los espléndidos espectáculos que se ofrecían, el negocio no marchaba bien debido a la crisis económica que imperaba en el país y a la distancia que en esa época separaba al cabaret de La Habana. Víctor de Correa acepta la proposición de Martín y le alquila los altos, donde montó un salón especialmente preparado para sus «encerronas». En la sala de recibimiento de los bajos situó una mesa de jugar bacará.

Ante esa perspectiva, Martín arrendó la vidriera de Ciego de Ávila, trajo a Echemendía a trabajar con él y contrató a Ardura para que se ocupara de todo lo relacionado con el juego «legal». Este arrendamiento proporcionaba a Correa la posibilidad de incrementar sus ventas por los consumos de la sala de juego y a Martín la de tener un servicio de gastronomía garantizado, lo cual beneficiaría su negocio. Jamás Martín ni ninguno de sus socios —Ardura o Echemendía— se sentaron a una mesa a jugar; ellos tenían sus hombres de confianza, hábiles en los juegos, que representaban cabalmente sus intereses.

El tiempo transcurría y, mientras Martín incrementaba sus ganancias, Correa continuaba con una pobre clientela, lo cual lo obligó a solicitar algunos préstamos en efectivo a Martín y garantías de crédito con los suministradores de mercancías para garantizar la supervivencia del restaurante. Andando el tiempo las deudas crecieron demasiado y convirtieron a Martín en socio del cabaret. De esa forma obtenía más libertad para sus operaciones. Liquidó el contrato con Makarov, compró la propiedad de Villa Mina y comenzó a operar con la bolita en la parte superior del cabaret.

Una cafetería que existía en los antiguos garajes de la residencia, la cual era operada por unos españoles, también pasó a sus dominios. Después de hacerle algunos arreglos y bautizarla como El Dorado situó en ella mesas de dominó para entretenimiento de los choferes, clientes y público en general.

El triunfo de Grau San Martín en 1944 y sus consignas contra el vicio y la corrupción propinaron un duro golpe a Martín, que tuvo que cerrar el casino y todo lo relacionado con el juego. Despide a todo el personal excepto a sus hombres de confianza y continúa como socio de Correa en el cabaret. Comienzan de nuevo las encerronas, aunque con mucha discreción y en distintas casas alquiladas para esos fines. Fueron años muy duros económicamente, pero Martín tenía reservas para afrontarlos, esperanzado de que no duraría mucho tiempo.

Con el gobierno de Carlos Prío, comienza de nuevo la tolerancia. Se dicta una Ley de Turismo para «proteger» esta importante rama económica del país, y Tropicana abre de nuevo las puertas del casino, esta vez bajo un total dominio de Martín, el guajiro de Ciego. Esta decisión gubernamental engendró las conocidas bandas de gánsters que asolaron el país, entre las cuales se encontraban Los Tigres, que con su aparición en el cabaret intentaron hacerlo blanco de sus chantajes. Martín solicitó rápidamente protección a sus socios de la alta esfera gubernamental y se eliminaron estas visitas.

La afluencia de público al cabaret continuaba muy baja y resultaba incosteable, pero Martín veía florecer su negocio de juego y no permitía que se rebajara la calidad de los shows. En un momento de crisis exige a Correa que le venda su parte o le compre la suya. Este se niega rotundamente y Martín reúne a los principales proveedores de mercancías, de los cuales había sido garante, y les informa que a partir de ese momento Correa actuará por su cuenta y riesgo. Inmediatamente cesó el flujo de abastecimientos.

La situación para Correa era desesperante: no tiene dinero y no encuentra financistas. Llegó el día en que no había mercancías disponibles, y antes de perderlo todo decide venderle a Martín, que mediante el chantaje se hace dueño absoluto de Tropicana y comienza a elaborar planes que más bien parecían sueños.

Martín manda a buscar a su hermano Pedro, que trabajaba en la cafetería de la estación central de Nueva York, y lo responsabiliza con todo lo relacionado con esta rama. Ardura asume la parte del juego y los espectáculos y Echemendía queda como administrador general del cabaret y todo lo relacionado con el juego ilegal.

Estos cuatro personajes serían los puntales que legalmente aparecerían operando el cabaret. Martín controlaba todo el negocio y repartía las utilidades con sus socios de acuerdo con sus responsabilidades y el orden jerárquico. Después de Martín estaban Echemendía y Ardura, quien a partir de este momento se conocería como «El hombre del traje blanco», por sus famosos trajes de dril cien. Por último, Pedro. Los cheques se repartían los días 23 o 24 de diciembre de cada año.

Vea:

La Verdadera historia de Tropicana

La verdadera historia de TROPICANA (II). CORREA, el empresario

La verdadera historia de tropicana (III). Martín, el guajiro