Pasar al contenido principal
Mi barrio, Silvio y otras cuestiones
21December
Noticias

Mi barrio, Silvio y otras cuestiones

Por Jorge Fernández Era

 

Hay días en que la vida pone un traspié al oficio. Lo que te enseñaron en Periodismo se vuelve pura fórmula, y el qué, el cuándo, el dónde y el cómo se tornan obsoletos. Y uno, a riesgo de que lo descalifiquen, prefiere guiarse por lo que le dicta su conciencia.

 

Me pasa eso ahora. Acabo de regresar del Latino, ese estadio en donde mi padre me enseñó que quien discutía con él sobre si era justa la decisión en primera, aunque para nosotros no tuviera nombre y era uno más de los miles que vociferaban en las gradas, comenzaba a ser un amigo más que necesitábamos y que buscaríamos la próxima vez que jugara Industriales.

 

En esta ocasión fue Silvio el que nos convocó a un concierto que hubiera podido significar uno más en la larga lista de los que me han tenido como público. Pero fue más. Allí estaban los que volvieron, los que mañana se irán, y los que aquí dejarán sus restos. Vi al que el otro día me vendió a sobreprecio, a la vecina que me tortura con sus canciones melcocheras, al niño que hasta ayer creyó que lo único prudente es oír lo que nos proponen los vendedores de compactos, y quién quita que hasta aquel señor que insistía en que el árbitro debió haber cantado quieto.

 

Eso es el Cerro, eso es La Habana, eso es Cuba: un abanico de gente buena, regular y mala que comparte la dureza de tiempos difíciles, pero que se conmueve por igual cuando un artista de la talla del poeta nos pregunta que qué cosa fuera todo si no creyéramos en la locura de la garganta de un sinsonte. La noche del 20 de diciembre de 2014 la recordarán como aquella en que unieron su mano a la de al lado para unirse al clamor por el arte, por la belleza… y acabo de ser redundante.

 

En esta nota usted no se enterará de nada, ya la noticia ha recorrido el mundo: ese que nos acompañó con sus canciones en nuestra adolescencia, que nos ayudó a ser inconformes y subversivos, entregó su concierto sesenta y dos a los barrios de una ciudad nada maravillosa. Pero yo, que estuve allí y nadie me podrá quitar lo bailado, lo cantado y lo llorado, le grito al planeta que constituyó mucho más que eso: fue un pueblo que afirma sus raíces, que está loco por que le den la oportunidad de demostrar de lo que es capaz, y que tiene por asidero unas cuantas canciones, mucho amor que invertir para forjar su existencia y, sobre todo, la esperanza, la que Silvio una vez pidió que viniera, no importa si de cuarenta o si de los dos mil que acudimos al milagro.