Hace más de 4 siglos vio la luz la ópera y lo hizo con las melodías de Eurídice. Su día no podía celebrarse entonces con otro título y…con el añadido especial de adjudicarle sabor a las notas ¿A qué podría saber La Traviata o Nessun Dorma? Con el Café de la Ópera, entre el Teatro y el Palacio Real de Madrid, cada pieza encuentra su match ideal. Para esta ocasión levantó una partitura culinaria en cinco actos, un menú de gala a modo de homenaje al género.
La experiencia no es ni una sala de restaurante ni de teatro al uso, sino más bien una fusión de ambas. El escenario es el mismo salón, los artistas narran la obra a viva voz y los platos se sirven simultáneamente. El resultado: una pieza de arte valiosa por lo efímero, la sencillez y la prestancia.
Desde su fundación en 1997, El Café de la Ópera ha convertido la cena en espectáculo. Su célebre “Cena Cantada”, dirigida artísticamente por Manuel Ganchegui, reúne cada noche a voces líricas de prestigio y pianistas de primer nivel. Aunque la de este 25 de octubre fue particularmente especial.
La premisa es ir despertando no solo nuevos acordes en el oído sino también en el paladar. A medida que la cena avanza, cual actos de obras, cobra vida la improvisación de tenores y sopranos. La lírica se cuenta, más que se canta. Al finalizar la interpretación cada fragmento se explica de forma tan cercana (e incluso con toques de humor) que tanto el adepto más fiel como quien la descubre por primera vez la entiende, la disfruta y la armoniza.
El cierre no puede ser otro que “La traviata”, una invitación a brindar y a cantar que sella por completo el enlace entre ópera y gastronomía.
Veintiocho años después de la unión, siguen las voces líricas invitando a vivir la ópera con tenedor en mano, demostrando la sensibilidad artística de la cocina, cada vez más comprometida y fusionada con la música. A fin de cuentas una cita redonda: cenar, escuchar, sentir.



