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Un código para desmontar racismos
15January

Un código para desmontar racismos

Fotogramas del documental

William Sabourin O’Reilly, habanero del este para más señas, estaba feliz, incluso antes del estreno. Código Color, Memorias es ya un acontecimiento cultural en La Habana y en Santiago de Cuba. Se trata de un documental que rememora el tema del racismo y su impacto social, desde una perspectiva de compromiso con las entrañas de una ciudad que ha sido el pulso de la nación.

De ahí las imágenes de los rostros de los espectadores: muy absortos durante la proyección, lo mismo en el estreno mundial en el Multicine Infanta, durante el 37 Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, que en el cine Cuba, en la indómita Santiago.

Idéntico sucedió en la hermosa y acogedora nueva sede de la compañía Estudio Teatral Macubá, cuando a la proyección para el equipo de realización y personalidades de la cultura relacionadas con la concepción y producción, le acompañó un fructífero debate sobre la necesidad de realizar más acciones que aborden con mayor profundidad el tema del racismo.

«Llevábamos mucho tiempo acariciando este proyecto con Lescay. Ahora puedo decirte que es una visión muy objetiva sobre la discriminación racial, de cómo era antes, en los años cincuenta, en Santiago de Cuba, y cómo es hoy», explica William Sabourin.

William Sabourin durante el rodaje en Santiago de Cuba.Almorzábamos junto al maestro Lescay y el diseñador industrial Luis Ramírez en un conocido restaurante habanero, y nos hicimos a un lado de la mesa para hacer la grabación, aunque no era necesario. Su voz, como de boxeador estilista, la corpulencia del negro elegante que sabe de fraternidades y desvelos, hacía de la entrevista un acto compartido.

«Tengo que agradecer a los miembros de mi equipo, que hemos sido uno. Y a Lescay, un maestro en la vida, por su obra, que tanto me conmueve».

Entonces le recordé cómo le conocí, cuando llegó, a través de amigos santiagueros, al festival Romerías de Mayo, en Holguín, con un documental que fue su verdadero bautismo de fuego: Old Orleans, las desgarradoras imágenes captadas por una cámara para la que él ahorró sus duros primeros años en Estados Unidos, el doloroso estremecimiento de una ciudad negra hasta sus tuétanos, y devastada por el huracán Katrina, bajo el que decidió quedarse, y desde donde compartió lo vivido. 

«Era como si hubiese hecho con las fotos una memoria que compartía con amigos, para escuchar sus opiniones. Pero entonces comenzaron a comprarme las fotos varios medios de prensa, y a cada hora que pasaba filmando las calles inundadas, los asaltos a las tiendas, yo tomaba más conciencia de que era un protagonista excepcional de lo que le ocurría a los habitantes de Nueva Orleans. Es cierto que a partir de entonces todo fue muy distinto en mi vida profesional: más que los premios, era el reconocimiento de los otros a la propuesta de mi mirada».

Pero ahora William nos sorprende con Código Color, Memorias, una producción de la Fundación Caguayo con Bryan Bailey y Antonia Zennaro, coproducida por Saily Rivas Hung y musicalizada por Albertico Lescay Castellanos y Alexey Martí. Un documental que, en aproximadamente media hora, teje historias paradójicas, dramáticas, a veces desgarrantes, y las entrelaza con simples teorías físicas y conceptos artísticos sobre el color del entorno.

La obra ha sido ponderada por su frescura a la hora de abordar un tema tan complejo como el racismo, así como por su exquisito lenguaje visual. Utiliza el color como estrategia narrativa, y lo combina con elocuentes imágenes de archivo.

Por doquier retumban las preguntas de Código… desde que comenzó su peregrinaje por festivales internacionales de cine alternativo: ¿Cómo los seres humanos percibimos y nos afecta el color? ¿Cómo han evolucionado las relaciones interraciales durante la formación de nuestra sociedad? Un nuevo punto de vista a un debate imprescindible, no solo de la cultura cubana, sino universal.

Sin dudas, Código Color, Memorias quedará como testimonio de la voluntad de sus realizadores y productores: «Un singular prisma que es atravesado por nuestro pasado, llevándonos a analizar nuestra manera de observar, juzgar y apreciar esa relación que establecemos con ese color tan polarizante: el color de la piel».