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¡Hasta siempre, viejo lobo!
05July
Artículos

¡Hasta siempre, viejo lobo!

EL FALLECIMIENTO DEL NOTABLE POETA RAMÓN PALOMARES, A LOS 80 AÑOS DE EDAD, HA DEJADO UN LARGO PESAR EN EL PUEBLO VENEZOLANO

Con 80 años de edad nos dejó físicamente el insigne poeta venezolano Ramón Palomares, uno de los más significativos en lengua castellana, merecedor, como era de esperar, del Premio Nacional de Literatura, en 1974, y del Internacional de Poesía Víctor Valera Mora, que recibió en 2006, entre otros importantes reconocimientos.

«¡Hasta siempre, viejo lobo!», escribió en su cuenta en Twitter Freddy Ñáñez, ministro del Poder Popular para la Cultura, cuando dio a conocer con pesar la muerte del autor de textos imprescindibles como Adiós Escuque (1975), Alegres Provincias (1988), Elegía 1830 (1980), El viento y la piedra (1984), Mérida, elogio de sus ríos (1985) y Vuelta a casa (2007).
Nacido en Escuque, estado de Trujillo, el 7 de mayo de 1935, fue integrante de los grupos El techo de la ballena y Sardio, que revolucionaron la literatura en Venezuela. Aunque estudió para maestro, y hasta se convirtió en profesor egresado de la Universidad de Los Andes (que en 2001 le concedió el Doctorado Honoris Causa) y del Instituto Pedagógico de Caracas, desde muy joven supo que quería ser escritor, y no solo lo logró sino que se ubicó entre los poetas, narradores y críticos más sobresalientes de Latinoamérica.

Poeta excepcional, en parte de su obra se encuentra la historia de su patria y la de sus héroes. Palomares era de los que pensaba que «el poeta no puede vivir en una torre de cristal. Tiene que vivir dentro de una realidad. (...) A nosotros, cualquiera sea nuestra situación, la realidad venezolana es cotidianamente un elemento de preocupación, de angustia, de sufrimiento por los que amamos el país», y justo eso hizo: amar a su tierra de manera intensa. Por tal razón el gran poeta vivirá siempre, no solo gracias a la Bienal que lleva su nombre y que el Ministerio del Poder Popular para la Cultura celebra hace más de un lustro en Trujillo, sino, sobre todo, porque permanecerá eternamente en la memoria de su pueblo.

Pajarito que venís tan cansado

Pajarito que venís tan cansado
y que te arrecostás en la piedra a beber, decíme:
¿no sos Polimnia?
Toda la tarde estuvo mirándome desde no sé donde
Toda la tarde
Y ahora que te veo caigo en cuenta:
venís a consolarme.
Vos que siempre estuviste para consolar
Te figuras ahora un pájaro ¡ah pájaro esponjadito!
Mansamente en la tierra y por la hierbita te acercás:
"yo soy Polimnia" y con razón que una luz de resucitados
ha caido aquí mismo.
Polimnia riéndote,
Polimnia echándote la bendición.
Corazón purísimo.
Pajarito que llegas del cielo,
figuración de un alma.
Ya quisiera yo meterte aquí en el pecho,
darte de comer, meterte aquí en el pecho,
Y que te quedaras allí
Lo más del corazón.


Mi madre llega al cielo

Mi madre está llegando al cielo
Qué de santos vuelan a recibirla
Quemadita, tostada, unos huesitos
Su traje medio luto ya se lo cambian y le ponen
un traje blanco adamascado.
Pobre, está sorprendida.
Abre los ojos y ve bajo su toldo
tanto dorado y tantos púrpura,
y los ángeles con sus cabellos largos
y la belleza de las vírgenes.
Ya le ponen la cena:
El pan que le partían exhala un vaho fragante
Y ya comida, arpas seráficas
pulen su tenue canto
−aunque aquí abajo nunca supo de música.
Después bañan sus manos con espliego
para el recuerdo del tiempo en que lavaba
ropa en los pozos, lejos de su casa,
−y por las desgarraduras de sus dedos
en desgranar café.
Y esas bocas y dientes tallados en luceros,
bocas de ángeles y sonrisas de vírgenes
quieren mostrarle el Paraíso,
pero ella está muy seria
y en sus ojos pequeños y de sus labios tristes
cuánto le cuesta sonreír
pues todas sus miserias y tristezas
son agujas y piedras que muelen sin descanso
y pesan demasiado
hasta en el Paraíso.

 

El jugador

Yo soy como aquel hombre que estaba sentado en una mesa de juego
Y al promediar la tarde ya estaba bien basado
Y dio y dio hasta que estuvo rodeado de montones de plata
Y ya en la tardecita era puro de oro
Y le llegaban mujeres y le ponian los brazos al cuello
y él se reía
Y estaba lleno de joyas, lleno de prendas
y los ojos y las orejas eran de fina joyería
y los bigotes y la barba eran de verdad piedras! Y muy
Muy preciosas!
Y a las nueve ya estaba en su apogeo
Y la mesa y los jugadores y los que estaban en lo alrededor
brillaban
Y aquello eran nomás soles Y un gran sol que era él
Y esa casa era un solo resplandecer y resplandecer
Y mientras más entraba la noche
más y más claro se hacía
Y el tiempo iba y venia y así
hasta que todo era una gran montaña
Y el hombre estaba en el centro y en lo más alto del monte
Y se veía como una enorme piedra roja y en lo alrededor
todos eran de oro y todos de monedas
riéndose con aquellos dientes que chispeaban
y hablando con sus lenguas de porcelana y rubíes.

Entonces eran como las doce Y el reloj
dijo a dar las doce
Y al ratico nomás quedaba la casa
Y al ratico
nomás quedaba la sala con la gente brillando y brillando
Y ya no quedaba sino la mesa y los montoncitos de oro
Y el hombre miraba a todos lados
Y abría la boca y miraba
Y desaparecieron las mujeres Y vio los montoncitos de
ceniza
Y se quedó desnudo
Y se puso a llorar
Ai se dio cuenta Que todo se le había vuelto noche
Y resplandores Nada!
Todo de luto y hosco
Y esos ojos de él vieron una luz
y volvieron en sí
Y volvieron a mirarse como era él
Y tendio la mano sobre los montoncitos de ceniza
sonriendo
Ya me voy —dijo
Me voy como me vine —dijo
"Adiós"
Y se fue por lo oscuro.