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Aquella muy útil lección de Roberto Matta
11November
Artículos

Aquella muy útil lección de Roberto Matta

Llevaba poco tiempo yo como alumno de pintura de la Escuela Nacional de Arte de Cubanacán, en La Habana, cuando en el segundo lustro de los sesenta se presentó en el Museo Nacional de Bellas Artes un conjunto de creaciones del extraordinario artista chileno Roberto Matta. El título era, por sí mismo, una declaración de principios creativos: Para que la libertad no se convierta en estatua, lo que se ajustaba al debate intelectual y estatal que había entonces entre quienes propugnaban posiciones de poder cercanas al fatal realismo socialista y aquellos que desde una perspectiva más culta y coherente con la época defendían una política cultural en la cual creación y modernidad, diversidad expresiva y sentido nacional pudieran funcionar al unísono y a la vez por cauces estéticos distintos. Esa visión del peculiar pintor, artista gráfico y diseñador no me resultaba ajena, porque en el edificio central del complejo de enseñanza artística donde estudiábamos -otrora famoso Country Club habanero- había en paredes algunas obras realizadas por él con tierras y pigmentos sobre tela, conectadas a la poética de la referida exposición.

Matta tuvo una fecunda identificación con el proceso social y cultural cubano en sus primeras décadas. Aparte de esas visiones donde el lirismo y un código onírico daban paso a cierta cosmogonía humanista de avanzada, conformó en la ENA un taller con un grupo de estudiantes de artes plásticas que laboramos con él en versiones cromáticas sobre bocetos reproducidos, hasta concluir en el enorme proyecto trabajado sobre papel, concebido como imagen suya con intervención pictórica colectiva destinada a convertirse en mural para la comunidad de San Andrés, en Pinar del Río. Al producirse el importante Congreso Cultural de La Habana en 1968, ocurrido en salones del Hotel Habana Libre, los que allí estuvimos pudimos escuchar la lectura de su ponencia acerca de la «guerrilla interior» que debía operar en la conciencia, para posibilitar así ideas y comportamientos sustancialmente transformadores, capaces de conducir al necesario encuentro entre la imaginación, la libertad y la responsabilidad.

Haber tenido la oportunidad de conocer en la práctica el método que hacía del oficio de Matta un germinador de lenguajes, apreciar cómo su invención solía nutrirse de las vivencias y preocupaciones del soñador y luchador por lo justo, y escucharlo alertándonos sobre los peligros de seguir pautas derivadas del mercado u olvidarse del imaginario auténticamente propio, constituyó una útil lección para la etapa emergente, cuya efectividad es tal, que hoy puede también ser asumida como válida al crecimiento de la eticidad profesional, el espíritu creador y la osadía artística dentro de los artistas noveles de Cuba, América Latina y cualquier parte del planeta.

Matta trascendió porque supo alimentarse de las pictografías y mitos originarios del ámbito chileno y suramericano, proceder de modo raigal a la hora de sumarse a las huestes de cambio estético del siglo XX, ser fiel al sentido de juego y experimentación que nutre a las artes visuales, unir fantasía con ciencia, y comprender que hay públicos que no pueden adquirir las obras que circulan en los canales internacionales, donde se capitaliza el producto de los artistas, por lo que requieren propuestas alternativas aplicables al medio de vida, en las cuales la educación sensorial y simbólica llegue a la gente sencilla y desprovista de altos recursos financieros. 

Una posterior muestra de su hacer armada en la Casa de las Américas, institución con la que tuvo nexo productivo y casi familiar, abrió a la expectación pública sus muebles, vasijas y objetos ornamentales signados por un «bestiario» antillano entramado con la función de uso, el deseo de ofrecer la poesía como lo más natural del mundo, además de educar la mirada común. Él mismo dijo que «un pintor es un hombre que muestra al ojo cosas que el hombre todavía no ha visto bien».

Cuando el arte-mercancía y sus negociantes amenazan con extirpar la subjetividad y las metáforas más numerosas de lo artístico, y en circunstancias donde las cifras monetarias tienden a suprimir el peso de los significados vividos y de los sentimientos, retomar el magno ejemplo de Matta es una manera simple y agradecida de colocarlo -en estas páginas de Arte por Excelencias- como un motivo más para las reflexiones que levantan y salvan.