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La clemencia de Tito. Esperanzas para la ópera cubana
02January
Artículos

La clemencia de Tito. Esperanzas para la ópera cubana

Los aplausos y elogios prodigados a las funciones de La clemencia de Tito, en el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, pueden entenderse como un estímulo potencial para la ópera en Cuba. Tras muchos años de letargo, pereza, experimentos de diverso tipo, parece al fin renovarse el interés hacia esta expresión escénica entre nosotros. Famosas fueron las temporadas del arte lírico en ese mismo escenario y otros del país, cuando en la época de la colonia la ópera era una pasión que movía a fanáticos y devotos en oleadas. Y el gusto por la zarzuela y la opereta fue también parte de la primera mitad del siglo xx. En La Habana, donde cantaron Enrico Caruso y Renata Tebaldi, entre otras grandes voces, vale la pena seguir apostando por esta manifestación, siempre costosa y compleja, pero capaz de prodigar un placer único a sus espectadores, cuando se combinan con certeza en alguna producción talentos diversos, y la mente y los ojos y los oídos agradecen el resultado final.

Así se unieron talentos y esfuerzos para que el Festival Mozart Habana, en su quinta edición, pudiera tener entre sus atractivos el estreno de La clemencia de Tito, catalogada como la obra con la que Mozart cerró sus aportaciones al género. Ahora, con revisión dramatúrgica de Norge Espinosa Mendoza, dirección escénica de Carlos Díaz, y dirección orquestal de José Antonio Méndez Padrón, se concibió un montaje que tuvo además los aportes de los diseñadores Raupa (escenografía), Oscar Ernesto González (luces), y Celia Ledón como responsable del creativo vestuario. La aparición en el proyecto de la compañía OtroLado, del coreógrafo Norge Cedeño, apoyó el desempeño vocal de Gustavo Quaresma, en el rol titular, y Anyelín Díaz, Cristina Rodríguez, Kirenia Corzo, Lesby Bautista y Ahmed Gómez. La mano del director del Festival, Ulises Hernández, resultó primordial para que la idea llegara a buen puerto. Y el auditorio, que disfrutó la ópera durante las jornadas del Festival de Teatro de La Habana y en el arranque mismo del festejo dedicado al genio de Salzburgo, confirmó que se trataba de un desafío provechoso.

Lo que propone esta aproximación a La clemencia de Tito es algo que ojalá sirva de aliento a la recuperación del arte operístico en Cuba: un montaje de aires contemporáneos, que se atreve a fusionar la partitura original con acentos criollos, unificando artistas de diversas procedencias para demostrar que la ópera puede tener un atractivo propio e irrebatible. Traer a nuestro paisaje, como metáfora, la trama de esta obra estrenada en 1791, no es un capricho: sus personajes hablan de la necesidad de la bondad y el entendimiento en tiempos de conflicto, apelando a lo mejor del ser humano en cualquier contexto, como un mensaje de paz y convivencia que cada vez se hace más necesario. Y prueba de esa urgencia lo es el montaje mismo, que para ser posible, desde el amparo de las instituciones que apoyan al Festival Mozart Habana y el Consejo Nacional de las Artes Escénicas, permitió la integración de todo lo dicho con las voces de la Schola Cantorum Coralina, el Coro de Cámara y la Orquesta de la Universidad de las Artes.

Ojalá puedan anunciarse nuevas funciones de La clemencia de Tito, porque ahora se trata de persistir y educar al auditorio en estas otras maneras de acercarnos a los clásicos. La buena noticia es que, con el estreno de La hija del regimiento, de Donizetti, bajo la dirección de Luis Ernesto Doñas, el Teatro Lírico de Cuba se anota un tanto a favor, lo cual amplía lo conseguido a partir del original de Mozart. El objetivo debe ser ese: reconquistar al público, actualizar nuestra apropiación del género, devolver la ópera al auditorio como un espectáculo capaz de seducirnos y provocarnos.

En portadaLa clemencia de Tito. Foto: Enrique (kike) Smith