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La muerte de un burócrata renace en Venecia
06April
Artículos

La muerte de un burócrata renace en Venecia

Cada copia restaurada de una película importante significa un renacimiento, el inicio de un nuevo itinerario en las pantallas de todo el mundo que, en ocasiones, no disfrutó en su estreno. Gracias a la restauración por el archivo de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood, La muerte de un burócrata (1966), dirigida por Tomás Gutiérrez Alea, fue exhibida el martes 3 de septiembre como parte de la Sección Oficial en el apartado Venice Classics de la 76 Muestra Internacional del Arte Cinematográfico de Venecia. La sala Giardino, en el Lido, la isla donde se desarrolla el festival más antiguo del mundo, se colmó de un público mayoritariamente joven. Esa comedia de humor negrísimo provocó idénticas reacciones que en quienes perdimos la cuenta de las veces que la vimos. Tras las risas in crescendo sobrevino la ovación no solo por el impacto provocado, sino por la calidad advertida en la copia.

La selección de este clásico del cine iberoamericano coincide con la conmemoración de las seis décadas transcurridas desde aquel 24 de marzo de 1959, cuando el gobierno revolucionario promulgó la primera ley en el ámbito cultural, que creaba el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (Icaic). Hace medio siglo, Manuel Octavio Gómez recibió en la muestra veneciana la aclamación de la crítica internacional por La primera carga al machete (1969), en una edición que no entregó galardones, sino un certificado a los concursantes, si bien los críticos españoles acreditados decidieron otorgarle el Premio Luis Buñuel. Casi veinticinco años nos separan desde que Gutiérrez Alea, más conocido como Titón, acudiera al certamen en 1995 por haber sido seleccionada para la sección oficial Guantanamera, codirigida junto a Juan Carlos Tabío. En ese título que cerró abruptamente su filmografía, retomaba inquietudes de La muerte de un burócrata, su cuarto largometraje, que consideraba menor y «sin grandes pretensiones», pero del que le enorgulleció lograr todo cuanto se propuso.

Como siempre, la realidad superó entonces la ficción. Titón pretendía abordar los conflictos burocráticos que conducían a un ciudadano común a un violento estallido, cuando el cineasta Roberto Fandiño comentó casualmente las dificultades atravesadas por una viuda para obtener su pensión porque enterraron a su esposo con el carnet laboral. Ese incidente verídico fue el eje del guion que coescribió junto a Alfredo del Cueto y el fotógrafo Ramón F. Suárez. Le incitaba el ánimo de fustigar a la burocracia, de la que todos alguna que otra vez hemos sido víctimas. La viuda y el sobrino de aquel «Miguel Ángel de los humildes», muerto en un accidente de trabajo, tropiezan con innumerables obstáculos hasta enfrentar al administrador del cementerio. Un caso singular, que sorprende por lo insólito, se convierte en una trayectoria kafkiana en su afán desesperado por buscar una solución al problema y no al revés.

Desde los geniales créditos el humor desborda las peripecias tragicómicas, con guiños cinéfilos y secuencias de gran brillantez. El realizador apela a la imaginería acumulada por el séptimo arte desde el cine de animación a las pesadillas buñuelianas del protagonista, interpretado con convicción por Salvador Wood, recientemente fallecido.

A un colaborador tan eficaz como Ramón F. Suárez y su excelente fotografía, con estudiados movimientos de cámara, se sumó el creativo compositor Leo Brouwer. La famosa secuencia de la pelea que provoca el intransigente funcionario a la entrada de la necrópolis, filmada con cinco cámaras, la consiguió en la moviola el experimentado editor Mario González. Sesenta y tres planos en poco más de cuatro minutos comunicaron la intención de homenaje a las clásicas comedias norteamericanas de «tortas de crema» en la era dorada del género.

La muerte de un burócrata obtuvo el Premio Especial del Jurado en su premier durante el Festival Internacional de Karlovy Vary, Checoslovaquia. Al exhibirse en Cuba a partir del 24 de julio de 1966 fue elogiado por la crítica de la Isla, que lo incluyó en su selección anual de los estrenos más notorios. No fue menor la repercusión internacional y, por ejemplo, Norma McLaine sintetizó en After Dark su mayor mérito: «Es una aguda sátira que trasciende las fronteras del tiempo y el espacio». 

Tomás Gutiérrez Alea, sin embargo, quedó inconforme, irritado porque «la muerte de un burócrata no afecta para nada la salud de la burocracia». Esta obra, la primera verdaderamente importante en su filmografía, precedió a su magistral Memorias del subdesarrollo (1968). Por su lozanía, La muerte de un burócrata parece haber sido filmada hoy mismo y sitúa en el centro de atención a la burocracia, ese arte de convertir lo fácil en difícil por medio de lo inútil. Lo corroboraron sus primeros espectadores en la muestra de Venecia, y se repetirá donde quiera que se muestre desde ahora. Alberto Barbera, su director, quien alentara hace unos años en el Museo del Cine de Turín una de las mayores exposiciones de carteles cubanos de cine, coadyuvó ahora, con su inclusión entre tantos clásicos exhibidos, a su redescubrimiento.