“No hay nada más surreal que la realidad misma”
Philippe Soupault
“Los sueños son las únicas realidades”
Federico García Lorca
El surrealismo como punto de mira en las pintoras de la Generación del 27.
La denominada Generación del 27 no sólo destacó en el campo literario, sino también en otras disciplinas como la pintura, caso de las catalanas Remedios Varo y Ángeles Santos, además de la gallega Maruja Mallo. Todas ellas estuvieron relacionadas con el surrealismo, movimiento que estaba en plena efervescencia en aquel momento. Precisamente Remedios Varo tuvo como pareja el poeta surrealista francés Benjamin Peret. En cambio la pareja de Ángeles Santos fue el pintor Emilio Grau Sala, integrante de la Escuela de París. Su hermano fue el reconocido profesor y crítico de arte Rafael Santos Torroella. El hermano de Maruja Mallo fue el escultor Cristino Mallo que estuvo influenciado por el mediterreanismo novecentista y por los italianos Giacomo Manzù y Marino Marini.
Recientemente se ha celebrado en el Centro Botín de Santander la retrospectiva dedicada a Maruja Mallo que lleva el título de Maruja Mallo: Máscara y compás, y que actualmente se exhibe en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS), que también coproduce la muestra. En conjunto se exponen pinturas y dibujos del período 1924 a 1982. Está considerada como la exposición más importante dedicada a ella hasta el momento, aunque en el MNCARS hay más obras debido principalmente a que dispone de espacios más grandes.
Está comisariada por Patricia Molins del Departamento de Exposiciones Temporales del MNCARS. En total se muestran casi un centenar de obras que abarcan prácticamente toda su trayectoria, que van desde sus inicios del realismo mágico hasta la figuración geométrica e ilusoria de sus últimos años creativos. Las obras proceden de diferentes museos y colecciones públicas y privadas de varios países. Además, se pueden contemplar diversos documentos, escritos de la propia artista y fotografías que se conservan en el archivo Lafuente, creado por José Maria Lafuente en 2002 y que reúne más de 138.000 ítems, entre soportes, medios y formatos que albergan 19.000 obras originales.
Desde su inauguración a finales de 2017, el Centro Botín ha presentado el trabajo de diferentes autores de renombre, desde dibujos de Goya, esculturas de Joan Miró, móviles de Alexander Calder y la influencia del arte íbero en Pablo Picasso a artistas más contemporáneos: Manolo Millares, Cristina Iglesias, Juan Muñoz y Roni Horn, entre otros.
Maruja Mallo. Una artista comprometida
Maruja Mallo en realidad se llamaba Ana María Gómez González (Vivero, Lugo. 1902 – Madrid, 1995) y era la cuarta hija de catorce hermanos. Como hemos mencionado anteriormente su hermano, el escultor Cristino Mallo, tomó el segundo apellido de su padre como nombre artístico. Se formó en la Escuela de Artes y Oficios de Avilés, donde se relacionó con el pintor impresionista y paisajista Luis Bayón. Más adelante estudia en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. De hecho, fue la primera mujer en ser admitida en la Academia. Durante su estancia en la capital de España mantuvo amistad con algunos miembros de la Generación del 27: Salvador Dalí, Rafael Alberti, Maria Zambrano, Luís Buñuel o Ernesto Giménez Caballero. Precisamente Dalí fue quien la conectó con el surrealismo.
Colaboró en diferentes publicaciones literarias: La Gaceta Literaria, Revista Occidente y Almanaque Literario. Fue el propio fundador de la revista Occidente, Ortega Gasset, quien le proporcionó una exposición en la sede madrileña de la revista en el año 1928, que se puede considerar la primera aparición en público de su obra pictórica, donde ya se percibía su inclinación por el realismo mágico.
Fue una de las fundadoras de Las Sinsombrero, grupo de mujeres artistas e intelectuales relacionadas con la Generación del 27, entre las cuales había la propia María Zambrano, así como Rosa Chacel, María Teresa León - pareja de Rafael Alberti-, Concha Méndez, Margarita Gil Rösset y Margarita Manso. La idea principal del colectivo era la de ejercer una plena independencia en relación a los hombres, por lo que sus obras reflejaban una manera de ver la realidad desde una óptica abierta y transgresora. También formó parte de la primera Escuela de Vallecas en 1927, junto con el pintor Benjamín Palencia y el escultor Alberto Sánchez.
En 1932 se produjo una situación que marcó su devenir artístico, fue cuando recibió una beca para que pudiera estudiar en París, lo que le permitió entrar en contacto con los artistas surrealistas y cubistas del momento: Joan Miró, Pablo Picasso, René Magritte, Max Ernst y Giorgio De Chirico, así como el propulsor del surrealismo el poeta André Breton. Precisamente este último adquirió una obra de Mallo titulada Espantapájaros que estuvo expuesta en la galería parisina Pîerre Loeb. El Museo Nacional de Arte Moderno de París también adquirió otra de sus pinturas.
Unos años más tarde volvió a Madrid donde ejerció de profesora en diversas escuelas e instituciones. Cuando se inició la Guerra Civil se fue a vivir a Buenos Aires, ciudad donde residirá 25 años. Colaboró en la revista Sur, en la que escribía Jorge Luís Borges. Mostró sus trabajos en varias ciudades de Brasil, Estados Unidos y Europa. En 1939 pintó la que se puede considerar su obra más notable El canto de la espiga, que está presente en la exposición Máscara y compás. En 1945 durante un viaje a Chile conoció a Pablo Neruda. Dos años más tarde, cuando se encontraba en Nueva Yor se relacionó con Andy Warhol.
En 1962 regresa finalmente a Madrid dejando atrás su exilio entrando de nuevo en contacto con los círculos intelectuales del momento. Celebra un gran número de exposiciones que servirán para que el público conozca directamente su trabajo y que pueda apreciarse su aportación al arte contemporáneo. Pero no fue hasta que cumplió los 77 años que la galería madrileña Ruíz Castillo le dedicara una muestra retrospectiva, donde se pudo contemplar el cuadro Los moradores del vacío.
Dentro de los reconocimientos que recibió cabe destacar la Medalla de Oro de las Bellas Artes, que le concedió el Ministerio de Cultura, el Premio de Artes Plásticas de Madrid, además de las Medallas de Oro de la Comunidad de Madrid y de Galicia. En 1993 con motivo de la inauguración del Centro Galego de Arte Contemporanea (CGAC) de Santiago de Compostela, se celebró una exposición antológica de su obra que posteriormente viajó al Museo de Bellas Artes de Buenos Aires.
Maruja Mallo. Máscara y compás. Pinturas y dibujos de 1924 a 1982
La exposición ocupa prácticamente toda una planta del Centro Botín, distribuida cronológicamente, donde el público puede comprobar cuál ha sido su aportación al arte de vanguardia, o sea desde el realismo mágico al surrealismo y al cubismo desde una óptica geométrica. La idea central de la muestra parte de una perspectiva de marcado contenido visionario, en la que la artista consigue plasmar “las preocupaciones de su época y anticiparse a muchas de las nuestras”. Por ello, es importante resaltar que su obra se basa en “la universalidad de las aspiraciones humanas, más allá de diferencias económicas, racionales o de género: la consideración del mundo como un sistema ecológico interrelacionado que debe ser preservado”.
Es obvio que el protagonismo de la mujer es bien patente en cada una de sus creaciones, pero siempre mostrándolo desde un enfoque moderno y rupturista, tanto si lo hace desde el surrealismo como del cubismo y constructivismo. Lo que le interesa en realidad es lo que sobresale en cada momento, pero sin olvidar sus raíces y por ello se valió del contacto con artistas, poetas y escritores vanguardistas, logrando que su obra tuviera una gran aceptación en el entorno intelectual de la época, tanto en Europa como en Sudamérica.
En su trabajo se atisbaban diversas circunstancias creativas, como es el caso de su primera etapa donde se percibe su interés por el color. Un color muy potente que, junto a un conjunto de imágenes plenas de vitalidad, se adentra en el terreno de lo irreal. Uno de sus óleos más característicos es La verbena, en la que se distingue una amalgama de situaciones y escenas que para la artista representan una serie de “creaciones mágicas de medidas exactas”. La serie Verbenas corresponde al período 1927-1928, poniendo de manifiesto todo lo que acontece en una fiesta, donde el concepto de horror vacui no parece interesarle en absoluto. La magia, la mitología y todo aquello relacionado con lo social y popular merece siempre su atención. Es la primera vez que se exhiben las cinco obras conjuntamente sobre las verbenas, ya que en 1928 se pudieron contemplar en las salas de la revista Occidente, entre las cuales sobresalen dos que pertenecen al Art Institute of Chicago y al Centre George Pompidou: El mago/Pim Pam Pum y Kermesse, respectivamente.
Otro conjunto de obras son las Estampas, que Mallo también denominaba Simbologramas, o sea una mezcla de conceptos y acrósticos centrados en diversas temáticas, como pueden ser la figura de una mujer deportista en contraposición a una estatua o modelo.
A principios de los 30 su obra se vuelve más oscura, o sea cuando ya se observa, de algún modo, lo que sucederá unos años después en España. La serie Antro de fósiles podríamos afirmar que es la antítesis de la serie que hemos mencionado anteriormente, donde la muerte surge a partir de innumerables esqueletos que ocupan toda la superficie de los cuadros. En cambio, a finales de los 30, después de la Guerra Civil, su obra se decanta hacia cuestiones de tipo social, o sea dentro del terreno del proletariado.
Obras como El canto de las espigas, posiblemente una de las piezas más conocidas de la artista, reflejan perfectamente su acercamiento a la mujer trabajadora, tanto si proviene del campo como de la pesca. El rostro de la mujer, así como sus manos indican la relación existente con la naturaleza. Es evidente que su propuesta se centra en términos geométricos, produciendo una sensación de extrema dureza.
Una vez exiliada en Argentina vuelve a interesarse por el color, que tanto puede proceder del entorno en el que se encuentra como por haberse alejado de la opresión y tiranía de su país de origen. Ahora bien, no se trata de representar de nuevo todo aquello que se relacione con lo festivo, sino que procede de un propósito bien diferente, como son la naturaleza, las cabezas y las máscaras vivas. Respecto al óleo Naturalezas vivas, Mallo lo pinta a partir de la idea de una especie de “simbiosis o metamorfosis de organismos principalmente marinos (conchas, algas, corales, flores extrañas como la orquídea). Sensuales y coloristas, recuerdan a órganos sexuales femeninos y aluden al mar o al útero materno como origen de la vida”.
Una vez regresa a España a principios de los 60, su obra se vuelve más esotérica y futurista, por decirlo de algún modo, ya que sus creaciones están impregnadas de elementos que evocan planetas y naves espaciales. Una obra característica de esta etapa es Los moradores del vacío que reflejan magníficamente este cambio en su devenir artístico.









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