El otoño es el mejor momento del año para visitar La Alhambra de Granada, una de las grandes maravillas del mundo y Patrimonio de la Humanidad desde 1984. En esta época, subir por las laderas de su bosque suele ser un espectáculo de colores y olores: sus centenarios castaños, además de transmutar sus hojas, abonan la tierra con miles de frutas que llenan el aire de un aroma tan mágico e inexplicable como la misma existencia de este conjunto palaciego que ha sobrevivido tantos siglos.
Al menos así solía ser, porque con las altas temperaturas que tenemos este noviembre de 2025 (muchos días por encima de los 24 grados Celsius) parece que el otoño se resiste a llegar y más que hojas ocres y castañas maduras, en nuestra reciente visita hemos disfrutado de una Alhambra casi primaveral; atención negacionistas del cambio climático y políticos afines…
Aun así, hemos disfrutado como si fuera nuevo el ruido de las fuentes de El Generalife, la subida a la Torre de la vela y sus privilegiadas vistas de la ciudad de Lorca (a lo lejos, la sombra del sol insinúa la Vega que inspiró al poeta sus mejores textos), los paseos por los palacios nazaríes donde cada vez descubrimos nuevos detalles entre sus ricas yeserías y mosaicos considerados los mejores de arte islámico, la extraordinaria fuente de los leones…
Sobreviviente de innumerables guerras y civilizaciones, La Alhambra se empezó a construir en 1377, para alojar al monarca y a la corte del Reino Nazarí de Granada. Se levantó a los pies de Sierra Nevada, sobre la colina de la Sabika. Se le llamó el “castillo rojo” (al-Qalá al-Hamrá) por el color de la arcilla utilizada en la factura de este rico complejo, coronado por los palacios árabes más bellos y mejor conservados del mundo.
Fotos: @yricardopupo
